Naturaleza muerta resucitada. Remedios Varo
Algunos titulares siembran falsas esperanzas en relación al avance del conocimiento humano y de sus aplicaciones prácticas. El título de la entrada de hoy es un ejemplo. Hace dos días leí tal rotunda afirmación: El Tiempo no existe. Me lancé a la lectura, y claro, al final del artículo sobrevino la decepción. Estemos o no de acuerdo, y limitados siempre por nuestra ignorancia, el Tiempo nos pasa a todos por encima como una apisonadora sobre el negro asfalto. Y si solo fuera una percepción de la mente humana que contradijera esta hipótesis de ausencia del Tiempo, los efectos son idénticos a su existencia pues es palpable las consecuencias sobre nuestra realidad física.
Nos movemos en una línea temporal: pasado, presente y futuro están separados en nuestra cabeza. Recordamos qué ocurrió hace veinte años (pasado); saboreamos un helado de vainilla hoy (presente) y anticipamos detalles del viaje programado para la próxima semana (futuro). Si el tiempo es solo una percepción de nuestra mente sin aval teórico de la física, hay que concluir que nuestro cerebro es muy poderoso porque consigue que suspiremos de nostalgia por el pasado que no fue o que anhelemos con ansia el mañana que no será.
La teoría física que defiende la ausencia de tiempo en el universo se une a la filosofía, y aquí es cuando abrazo esta hipótesis que alienta mis ilusiones sobre la fantasía de moverme en un universo sin tiempo. ¿Pero en qué universo? Pongamos que puedo desplazarme en el plano de esta realidad familiar, necesitaré unas coordenadas físicas para elegir dónde caer. Porque no se trata de ir a parar a un momento histórico atroz y que me pille en medio de un fregado y quede cautiva en un época oscura.
La fantasía de ser viajera en el tiempo la he tenido desde que era una niña. Recuerdo quedarme dormida imaginando que aparecía en el futuro lejano (más guapa y mejor vestida), mientras charlaba con el señor Spock, en la nave intergaláctica de Rumbo a lo desconocido.
¡Qué poco he cambiado! Si hoy pudiera elegir el instante del no tiempo, también escogería el futuro, ese lejano inexistente que se abriría como un libro en blanco sobre el que proyectar mis esperanzas. En esa circunstancia de salto al futuro, sería una mujer más joven y lista de lo que soy hoy, y ya puesta a escoger, tendría facultades paranormales. Entendería todas las lenguas de los seres intergalácticos y terrenales. Incluso podría hablar el lenguaje de las plantas para pedirle a mi ficus que crezca de una vez. Espero que muy pronto la teoría pase a la práctica, al momento glorioso en el que podamos flanear por mundos estelares en cualquier fase del no tiempo.