Acabo de leer Idios Kosmos, de Pablo Capanna, una biografía de Phillip K. Dick muy bien atemperada, su autor logra apartarse del camino del mito -creciente-para concentrarse en la obra y vida del escritor, lejos de los prodigios y profecías que miles de sus seguidores le atribuyen.
Es cosa sabida que Phillip K.Dick tuvo una existencia perturbadora y marginal. Escribió obras que algunos interpretan anticipadoras del porvenir, o quizás ya estamos viviendo en ese futuro delirante. Sociedades tecnológicas dirigidas por incomprensibles máquinas; humanos resucitados que negocian su próxima reencarnación y mucha referencia a los presocráticos. Lector de filosofía, pero también de la Biblia y de otros textos religiosos, entre ellos la Cábala, su pulsión reinterpretativa se convirtió en una obsesión. Nada raro en alguien que escribía bajo el influjo de las anfetaminas y del alcohol.
Durante los últimos diez años de su vida, murió en 1981, escribió sin templanza un diario, crónica y apunte literario que ocupa más del 8.000 páginas y cuyo título: Exégesis, señala la intención analítica, en una atmósfera interior cada vez más religiosa. No sabemos si consiguió aclarar por qué escribía, y sobre todo, si pudo dar respuesta a su gran búsqueda e interrogante vital: ¿qué pasó el 3 de febrero de 1974? Él se refería a esa fecha como 2 3 74.
Ocurrió que el 2 3 74 fue al dentista por un dolor de muelas, la anestesia consistió en una dosis muy alta de pentotal sódico. De regreso a casa, y aún bajo los efectos del anestésico mezclado con pastillas de anfetamina, abrió la puerta a una vendedora. Le deslumbró el colgante con el dibujo de un pez que la chica llevaba colgado al cuello.El símbolo cristiano primitivo le provocó una visión, la epifanía que marcaría el resto de su vida. Phillip K. Dick aseguraba que en ese instante se trasladó a la época de Jesucristo.Disociación, delirio, trance psicodélico que detalló en su Exégesis. A partir de esa fecha tuvo episodios de glosolalia. Hablaba lenguas que desconocía, por ejemplo el latín y el ruso, según afirmaba su esposa de esa época, lingüista de profesión y que se divorció de K. Dick, poco después. Es comprensible, vivir con alguien que apenas dormía, padecía brotes psicóticos y viajaba en el tiempo no debió de ser fácil.
Fotografía de René Maltête |
Una explicación al creciente empuje de su obra, cada vez más popular, quizás obedezca a la sintonía con un mundo sumido en la incoherencia y la confusión, donde también se mezcla, en un inextricable ovillo, la ciencia, pseudociencias, religiones de todo pelaje y absolutos absurdos sin fin. ¿Naufragamos, como en sus novelas, entre olas de paranoicas percepciones e ilusiones? Diría que sí, que nuestro tiempo avanza alimentado por mentiras verdaderas, incrustadas -y consentidas- en nuestra mentes para conducirnos, en palabras de Phillip K,Dick a la entropía, o sea, a la destrucción. Incluso es posible que la realidad sea un maldito holograma de una chiflada inteligencia que se entretiene con nosotros. Claro que esa interpretación tampoco es nueva, también Shakespeare aportó similar conjetura cuando escribió: la vida es un relato contado por un idiota, sonido y furia que nada significa.