domingo, 13 de marzo de 2016

Manías y desastres


Los amantes, René Magritte


Yo no sé si existe, seguro  que sí, un tratado que describa y  nombre un trastorno que consiste en ver en una conducta humana un personaje literario. Según he leído por ahí, es inagotable la capacidad social-y farmacéutica-para psiquiatrizar las clásicas manías de toda la vida. Así que doy por hecho que tengo un trastorno susceptible de corregir. Pondré un ejemplo de mi detestable comportamiento.

Si mi amiga X me cuenta que sale con fulanito desde hace diez años, y que le gustaría, mejor dicho, se pirra, por  compartir nevera, fines de semana y armarios con él, pero que la cosa está un poco verde porque su zangolotino acompañante tiene miedo al compromiso, mi contestación es la siguiente: 

_Estás con un Marcher, y esa clase de individuos son pusilánimes, cobardes camuflados, de quienes no hay que esperar nada bueno, salvo disgustos y que su labia nos provoque descuelgue de comisuras, ojeras y hasta dermatitis del pañal, si me apuras.     

_Pero es tan inteligente y se siente tan culpable... tiene sus razones, sufre más que yo, mira qué te digo. 

_Pues por eso, es urgente darle esquinazo cuanto antes. Voy a traducir sus excusas. Miedo al compromiso  significa: yo estoy bien y  no  tengo intención de romper, sigamos así porque yo no necesito afianzar vínculos contigo ni con nadie. Vivir en la superficie, sin riesgo, pasión ni pérdidas, ni olvido, es su lema, como aquella canción de Sabina.       

Esta conversación, que se repite desde hace un lustro, no tiene efecto alguno sobre mi amiga porque ya está hecha a una relación seca y estéril. Se conforma con abrazar el miedo de un individuo. 

Hace poco me preguntó quién era Marcher. A estas alturas, pensé, la infeliz quiere saber quién es el referente de su enranciado novio. 



Le dejé a mi amiga el relato de Henry James, La bestia en la jungla

_Te presento a Marcher, el hombre sin atributos vitales. Y ella, la protagonista, podrías ser tú.Eres tú, la mujer que consume su existencia detrás de la ventana. Siempre a la espera de quien es incapaz de querer a nadie, del hombre que no toca el barro humano parar evitar  mancharse los zapatos. 

Pensé que la lectura de ese perfecta crónica del egoísmo y la cobardía causaría el efecto de una revelación, una especie de relato sanador que le curaría de su ceguera, pero  todo lo que dijo al devolver el libro fue:

_Se parece a nosotros como un huevo a una castaña. Desde luego, hija mía, qué poca sensibilidad tienes con las amigas.Prefiero Los puentes de Madison

La bestia en la jungla, de Henry James,  relato de dos vidas echadas a perder por seguir el impulso de huida en los asuntos del corazón, que son todos los que importan de verdad. 
También se puede leer como una fábula social, en la que un inane confina en la desgracia a sus semejantes cuando decide no involucrarse en el sufrimiento humano.        
 


         
                 

domingo, 31 de enero de 2016

El juego de la ilusión




Hubo un tiempo en el que el Debate dirigido hacia la pomposa búsqueda de la Verdad –incierta y provisional-congregaba,  divertía y enseñaba al público algo de provecho para la vida práctica y/o contemplativa. No se negaba la participación a quien tuviera algo que decir sobre el asunto. En aquella remota época,  imaginamos la Grecia clásica de los escépticos, quizás en Mesopotamia, en la China donde creció Confucio o en  India de Buda, la dialéctica servía -y sirve-de eficaz mecanismo para desarbolar falacias y demostrar  que se puede defender, con argumentos  lógicos,  una cosa y su contraria.


Juan Arnau publicó en 2008 El Arte de probar. Ironía y lógica en India Antigua. Fondo de Cultura Económica, 2008.   Aunque tiene las hechuras y apariencia de un texto académico, es lectura agradecida al alcance de cualquiera que quiera acercarse a la Filosofía de tradición budista e hindú, para conocer la escuela de los Vitandines, dedicados a destripar razonamientos lógicos con el fin de evidenciar la debilidad de todo argumento. 



Gracias a Juan Arnau conocemos a los seguidores del  filósofo Ngarjuna, quien  se complacía en debatir sin afirmar jamás. Pretendía demostrar que la realidad es una ilusión y que el poder persuasivo, tan querido por políticos y medios de comunicación,  radica en que sus destinatarios ignoren el mecanismo, el truco sobre el que construyen sus afirmaciones. Es en el misterio y la ignorancia donde se despliega su efectividad, tal como actúa la magia del Circo y el Teatro, espectáculos en los que reconocemos  la urdimbre del engaño.        

La lectura de El Arte de probar es un  tratamiento muy efectivo para resucitar neuronas, tan maltratadas por el griterío político y mediático. Peor que el cambio climático (caso de que tal anuncio sea cierto) porque nos están matando la capacidad de pensar por nosotros mismos, y es una contaminación de cadencia lenta, al estilo de   Kill me softly  with his song, aquel éxito de Roberta Flack.



Para quien no pueda leer el libro, aquí dejo el enlace de la conferencia  en la que Juan Arnau habló de los Vitandines, fue en  Casa Asia, el 29 de enero de 2009

El autor dedicó la conferencia a la memoria de José Luis Giménez Frontín. Merecido recuerdo para quien tuvo la perspicacia intelectual y sensibilidad sobrada para  animar la vida cultural de Barcelona durante años. Una época, ahora añorada, en la que, como en los chistes de Gila, alguien podía decir algo -inapropiado con la versión oficial- desde lo altura de la tramoya sin ser defenestrado del debate público (y que pareciera un accidente).  

sábado, 5 de diciembre de 2015

Prudencio de Pereda y el teveriano Agapito




A partir del año 1898, miles de españoles emigraron a  Nueva York, un tercio de ellos procedían de Asturias, según recoge un estudio del profesor James D. Fernández, catedrático de Literatura y cultura española en la Universidad de Nueva York.  El pico de inmigrantes españoles en la ciudad alcanzó las 30.000 personas entre 1920 y 1930, y pocos años después, la Colonia dejó de existir porque la segunda generación, hijos y nietos de los inmigrantes, eran ya estadounidenses de pleno derecho, libres del paraguas protector de los compatriotas.        

En  la  Colonia española en Brooklyn nació Prudencio de Pereda en 1912. El nombre, de resonancia aristocrática, identifica a quien escribió en inglés cuentos y varias novelas jamás publicadas ni traducidas en España. La última de las obras que escribió fue Molinos de viento en Brooklyn, publicada por primera vez en Nueva York en 1960.

Apenas nada sabía de Prudencio de Pereda, la primera información me llegó gracias al blog de Jorge Ordaz, y de la reseña de Gregorio Morán en La Vanguardia, a propósito de la publicación, por primera vez en español de Molinos de viento en Brooklyn,  en la editorial de Gijón: Hoja de Lata 


Fotografia de la exposición  la colonia española en Nueva York


La pocos datos que se conocen de Prudencio de Pereda se pueden leer en los enlaces, de manera que no voy a redundar en la biografía.

El 1 de diciembre se presentó la novela en la Librería La Central del Raval, en Barcelona. Jorge Ordaz, Gregorio Morán y el editor de Hoja de Lata contaron  las anécdotas, coincidencias, casualidades, y también los obstáculos y esfuerzos que ha costado sacar a la luz esta obra. Faltó el traductor, Ignacio Gómez Calvo para explicar alguna particularidad del original  que merezca destacar.         

Me intriga un escritor de origen español, desconocido, de vida breve -murió en 1973-sin descendientes, amigos o conocidos que puedan dar señas de cómo fueron sus últimos años y del porqué de su opacidad literaria y personal. Otra rareza es que apenas existan referencias del oficio asignado a los españoles de la Colonia neoyorkina: la venta de puros habanos falsos que era la principal fuente de ingresos de los teverianos. No hay tampoco pistas sobre el origen y etimología de la palabra que daba nombre al oficio. 





Teverianos. Suena a grupo religioso protestante de rígido código moral, al estilo cuáquero. Nada más lejos, el teveriano Agapito es un personaje simpático que puntea la primera parte de Molinos de viento en Brooklyn, y personifica al pícaro de corazón noble que jamás traicionará a los amigos. El hilo de la historia cose las andanzas del narrador, de la mano de su abuelo, con el fulgurante enamoramiento de la viuda cubana y la iniciación sexual. Es también, en el retrato del carácter desabrido de la abuela, de las devotas-supersticiosas españolas, del anticlericalismo masculino, donde asoman las contradicciones culturales. Españoles de zonas preindustriales incrustados en una sociedad remota, moderna e incomprensible, dónde era tan fácil enriquecerse como tocar la ruina.                      

La narración tiene un inicio glorioso por su sencillez, induce a adentrarse en la historia para saber en qué consistía el negocio de los puros. 

Cuando era pequeño  pensaba que la nacionalidad de una persona determinaba su trabajo. Nosotros éramos españoles, y mi padre, mi abuelo y mis tíos se dedicaban todos al negocio de los puros.

Recomiendo no empezar a leer por la noche el diario  adolescente de  Prudencio de Pereda -novela de autoficción-, porque el efecto inmediato es no pegar ojo. En caso de no seguir este consejo, difícil de cumplir en mi caso, es necesaria una linterna frontal en la mesilla, para disfrutar de la lectura sin despertar al durmiente vecino o por si hay tormenta y apagón de luz. Leer hasta las tantas es un goce maravilloso cuando el motivo es una buena historia, bien contada y con un magnífico epílogo. 





                

domingo, 1 de noviembre de 2015

La servidumbre de la cofia




¿Por qué es tan fácil encasquetarse la cofia? Qué lejos queda aquel simbólico quitarse las libreas, como acto de libertad contra la Tiranía. Aquí estamos, a punto de sobrepasar el primer tercio del siglo XXI, siervos y enfermos de una ceguera intelectual y emocional que no parece tener cura por el momento.  

En su Discours  de la servitude volontaire -Tratado contra la Servidumbre Voluntaria- escrito por Étiene de La Boétie a la edad de dieciocho años, se pregunta cuál es la razón del consentimiento que nos convierte en siervos y por el que abdicamos de nuestra condición de seres libres. 


La Boétie lo escribió en 1548, en el contexto de las guerras de religión en Francia entre protestantes y católicos. El Tratado es una indagación y también un rechazo directo, y muy bien argumentado, contra el Absolutismo. En mi opinión,  es un texto político que induce a escarbar en el pozo oscuro de las emociones humanas.  Veamos una de sus frase: en la obstinada voluntad de servir el amor a la libertad desaparece.   

Matanza de San Bartolomé. François Dubois, 1572

Claro, Étiene de la Boétie,  si perdemos de vista nuestra libertad personal y colectiva para entregarla a un tercero, caemos prisioneros en nuestras propias bridas. Los ejemplos abundan y están por doquier.¿Qué explicación tiene que en sociedades modernas, sean democracias liberales o socialdemocracias, la gente entregue su voto a quienes les recortarán derechos y libertades conseguidos hace menos de cien años, para obtener un imposible bien superior personificado en un ideal patriótico, religioso o xenófobo? 

El Discours de la servitude volontaire, se publicó en 1574, once años después de la muerte de La Boétie a la edad edad de treinta y tres años, gracias al empeño de Michel de Montaige. La simpatía de este último por el texto y su autor, salvó del olvido estas páginas, apenas 20, de enriquecedora lectura, en las que asombra la erudición y sentido común del joven pensador.        



Casi cuatro siglos después, Peter Washington, en el El Mandril de Madame Blavatasky ha escrito una excelente y bien documentada exposición del origen, contradicciones y embustes de las sociedades espiritistas, teosóficas, New Age y asimiladas, que recorren el mundo occidental desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX
   
¿Y qué relación tiene La Boétie con El Mandril de Madame Blavatsky?  Palmaria, porque desvela la fascinación, la atracción fatal  que impulsa, contra toda racionalidad, a  echarse en brazos de causas y creencias que llevan consigo, en no pocas ocasiones, la autodestrucción anímica, cuando no física y económica. 

Aldous Huxley, Aude, Katherine Mansfield, el arquitecto Frank Lloyd Wright y su esposa. Científicos,artistas e intelectuales cayeron en un momento de su vida, o para siempre, en las sectas más estrambóticas que podamos imaginar. Entregaron patrimonio, fincas, dinero, joyas, para que los líderes de las diversas iglesias y/o sociedades secretas  pudieran recrearse en una vida de lujo y caprichos gracias a teorías llenas de vaguedades, unos cuantos trucos de magia y la ilusión de ser aceptado en el  grupo de elegidos por los dioses. 

El libro de Peter Washington muestra el poder de las promesas, cuánto más etéreas, más efectivas.
Gurdjieff, un gurú la mar de avispado, prometía la perfección pero antes era preciso someterse a sus caprichos. Por ejemplo,imponía la renuncia a la libertad personal y la realización de sacrificios físicos, humillaciones y vejaciones como acceso rápido e imprescindible para conocer el Camino de los Maestros. Si su adepta era una escritora, fue el caso  de Katherine Mansfield, le obligaba a abjurar de su talento creativo para concentrarse en  mondar zanahorias durante horas y horas, a veces en la cocina y otras, según se le antojaba, de noche en una infecta buhardilla. Para echarlas a la basura después. 

Katherine Mansfield
Líderes y gurús, depositarios de doctrinas secretas  (se admite también en este rango los mandatos populares que no salen de las urnas) ejercen un influjo perverso sobre personas inteligentes que en otros aspectos de su vida, son muy competentes y capaces. 
¿Cuántas cofias y plumeros vamos a aceptar ponernos, con nuestras propias manos, para contentar al señorito de turno?

Es aterrador -más que un desfile de Zombies- que prefiramos interpretar el papel de Gracita Morales, en Operación secretaria antes que el de Katharin Hepburn en La reina de África.      





     

domingo, 13 de septiembre de 2015

Emanuel Lasker



Hay vidas humanas que, cuando llegan a nosotros, ponen en evidencia la escuchimizada rendija por la que la gente corriente observamos el mundo. Esas extraordinarias vidas sirven de hermosos ventanales, abiertos a la luz  y a los muchos posibles caminos que se abren en el paisaje. 
Sí,  ventana, camino, son metáforas manidas, pero no por eso pierden eficacia para señalar que de la estrechez de nuestro juicio se deriva una manera de estar y de ser en la vida. 


Fue campeón mundial de ajedrez durante veintisiete años, de 1894 a 1921. Emanuel Lasker, también un matemático muy notable: su Teorema Lasker-Noether es por lo visto fundamental en el campo del álgebra abstracta.  Doctor en filosofía, escribió sobre  Kant, las reglas e imperativos morales  vinculadas a la correcta apreciación de cuándo y cómo han de aplicarse las normas con el auxilio de la facultad crítica. Es un planteamiento filosófico que sirve tanto para jugar al ajedrez como para convivir en paz con el vecindario. Tuvo tiempo para escribir teatro y varios manuales ajedrecísticos. 
               


La biografía de Emanuel Lasker y el análisis y descripción de sus partidas de ajedrez en los torneos más importantes, ha sido una lectura provechosa, sobre todo en lo que respecta a su peripecia vital, escrita con pasión y conocimiento por Miguel Ángel Nepomuceno, el autor  de Lasker: el difícil camino hacia la gloria. Publicado por ediciones Eseuve en 1991, y con abundantes errores tipográficos, que me distraían al principio, pero el ojo no condiciona la lectura en el cerebro. Lo he comprobado con este libro que he leído, incluso disfrutado de  las hilarantes combinaciones de letras en algunas frases, por ejemplo con apuestas y jugadas. Échenle imaginación. 

 
Emanuel Lasker, hijo de judíos, empezó a jugar al ajedrez y al bridge por dinero, para poder estudiar y comer. Ajedrecista, filósofo y matemático, fundador de varias revistas de ajedrez que no tuvieron éxito y en las que invirtió patrimonio y esfuerzo, sempiterno entusiasta cuya vida fue un vaivén de viajes, éxitos y penurias económicas. Con su esposa Marta huyó de Alemania, un país enloquecido, en el que la fama y valía profesional valían menos que el botón de una camisa. 


El matrimonio Lasker vivió un año en Moscú, pero las purgas estalinistas y el miedo a ser víctimas de esa otra locura, les obligó a buscar un nuevo destino. En 1936 viajaron a Nueva York, donde Lasker moriría en 1941, a los 71 años, en un servicio hospitalario destinado a enfermos indigentes. 
Ni su gloria ajedrecística ni toda la valiosa contribución intelectual a las ciencias y la filosofía le liberaron de un final penoso, aunque no vacío de amistades. Sus últimos años fueron muy activos, a pesar de ser ya un hombre anciano y enfermo. Escribió y continuó con sus clases y partidas de ajedrez por placer, pero también para ganar el sustento diario.

 
Tres meses antes de morir escribió un libro de sociología, quizás filosofía política: La comunidad del futuro publicada en 1940. Defendía en él una sociedad basada en la colaboración antes que en la competencia. Una humanidad armoniosa en la que todos los individuos serían responsables de sus actos y respetuosos con la vida ajena. El principio que debía de inspirar la comunidad se basaba en la colaboración desinteresada y el análisis racional de los problemas sociales y de sus soluciones sin el recurso a la guerra y la violencia. 


Ni modo, aunque años más tarde en la famosa Teoría de juegos, se pone de manifiesto las ventajas de la cooperación, la humanidad sigue empozoñada en el desvarío de la competencia orientada al beneficio personal, a un fin que siempre justifica los medios. 


De su esposa Marta, compañía constante durante toda su vida, hay que resaltar las siguientes palabras recogidas en la biografía y que definen la mujer que fue: Todo lo que haya podido sucederme en la vida no ha logrado abatir mi ánimo, y ahora que soy vieja no estoy dispuesta a doblegarme ante dictadores. En la medida que una persona como yo pueda impedirlo, no consentiré que nadie destruya mi fe en la humanidad. 


Emanuel Lasker, en sintonía con Marta, dejó escrito en La comunidad del futuro: la voz del intelecto  tiene un tono moderado, pero no cesa hasta hacerse oír. Al fin, tras muchos fracasos, logra ser escuchada. Es este uno de los  aspectos en los que la humanidad puede sentirse optimista y confiar en el futuro. 

Tal para cual.    

lunes, 24 de agosto de 2015

Lepidopterología y otras ciencias amorosas






En mis excursiones por las montañas he visto mariposas de todos los tamaños y colores, nada raro porque existen más de 165.000 especies. Este verano, en un valle pirenaico, las mariposas azules y pequeñas abundaban entre los arbustos de Escaramujo o en los  Cardos Marianos, de cabeza púrpura y con los que se fundían como si fueran parte de ellos. ¿De estar allí, cuántas mariposas habría atrapado Margaret Fountaine con su red? 


La coleccionista de mariposas Margaret Fountaine, inició su diario el 15 de abril de 1878, a los dieciséis años y lo acabó el 10 de julio de 1939, aunque su intención era continuar el relato del año siguiente, ya había dejado preparada la portada de 1940, la muerte le llegó  un día en el que perseguía una mariposa en la isla Trinidad, a los 78 años. 




Más de un millón de palabras, repartidas en doce volúmenes idénticos, manuscritos  y con una foto de la autora en la tapa de cartón, que cambiaba según pasaban los años y que daba cuenta de su aspecto, sin mayores florituras para salir favorecida. Todos los volúmenes contienen una extraordinaria descripción de su actividad viajera, de su lealtad amorosa con un amante al que le sacaba 15 años, un guía sirio que compartió con ella la pasión lepidóptera y  -no estoy muy segura después de leer una parte de los diarios- quizás sentimental.
Asombra que
una mujer haya sido tan valiente, temeraria, libre y disciplinada para no abandonar una actividad exigente que la llevó por todo el planeta, por selvas y montes, poblados algunos por indígenas que apenas habían salido de su territorio. Casi siempre sola, soportaba penalidades y también penurias económicas que no le permitían comer más que una vez al día,  todo era preferible antes que consumirse  en una sociedad como la británica, en la que las mujeres de su clase pasaban el rato en los salones de sus casas o de las ajenas, en una sucesión de visitas según marcaba la etiqueta social.

  
Margaret Fountain no pretendió pasar a la posteridad, ni que sus diarios fueran lectura pública para solaz de lectores como quien esto escribe.  Sin intención literaria, desprovista de veladuras complacientes, la escritura, minuciosa, enmarcada por sus propios dibujos, poesías, reflexiones y una no disimulada decepción a medida que pasaban los años, muestra no solo su coraje, también  la sinceridad y el desprecio que sentía por la vida civilizada. Su intrépida existencia, impulsada, como reconoce en su diario, por un primer rechazo amoroso, retratan a una mujer en permanente búsqueda, consolada por mariposas que vuelan cada vez más lejos y en lugares más exóticos.   
 


Durante veintisiete años compartió su vida con Khalil Neimy, una relación más tormentosa  que apacible, en la que Margaret descubrió engaños, mentiras y mil artimañas para sacarle dinero con milongas de una anciana madre enferma, y  más tarde, descubierta la doble vida familiar de Kahlil, los hijos y esposa irrumpieron en un bombeo constante de peticiones económicas. 




Cualquier otra habría borrado de su vida al pedigüeño amante, pero ella sobrevoló sus sentimientos y nunca dejó de reconocer la colaboración y el amor -a trechos- de Khalil. Quien la ayudó a capturar los más hermosos especímenes, no merecía despecho, al contrario, era digno de figurar en la colección de mariposas que donó al museo de Norwich Castle: diez vitrinas de caoba en las que se exhiben preciosos ejemplares, también donó una caja que no pudo abrirse, así constaba en su testamento, hasta 38 años después de su fallecimiento. Dentro dormían había doce volúmenes,  en los que consignó una vida entera y de los que puede leerse una selección bien documentada en Tiempo de mariposas. Margaret Fountaine. Selección y comentarios de  W.F.Carter,  Mondadori , 1999.


  

     

domingo, 28 de junio de 2015

Las invención de la belleza



Entre el año 1000 y 600 a.c, la belleza vino a parar en mito universal, en una permanente referencia que contemplamos desde este futuro traicionero. 
En este tiempo oscuro, Homero parió su Iliada y Odisea que ha pervivido gracias a los bardos. Miles de versos recordados con exactitud a lo largo de más de dos mil años. El jónico de Esmirna, lengua que hablaba Homero, por obra de un genio o de varios, fue a parar en la invención de la escritura griega. Y en esa época, llamada negra por los historiadores, se acuñó la primera moneda y se dictaron las primeras leyes. 

 
En el 593 a.c, Atenas era un núcleo urbano pequeño, dicen que se podía recorrer, de punta a punta, en diez minutos y que su población griega, sin contar esclavos, no superaba los seis mil habitantes. 



Imaginemos el mercado, en el centro de la ciudad, donde llegaban de madrugada agricultores y ganaderos, marinos y comerciantes extranjeros para vender sus productos. El paisaje no sería muy diferente al de hoy. La dureza de cultivar los campos resecos, el pastoreo por los montes, el mar cercano, un entorno bello pero que exige al ser humano que lo trabaja una gran resistencia física para sobrevivir.


En tal panorama, en el casi podemos ver griegos ataviados con túnicas y muchachas en flor, también viejos decrépitos,  las pequeñas fincas estaban hipotecadas y la señal era una piedra en la entrada. Un mojón que indicaba que el propietario de ese campo se había endeudado para salir adelante. 
En esos años remotos, el puerto tenía una gran actividad comercial, la competencia de productos extranjeros significaba otro obstáculo en el camino; la vida de los griegos se hacía cuesta arriba. Las hipotecas, a un interés del 12 por 100, se convirtieron para los campesinos en los grilletes de su esclavitud. Los impagos convertían a los acreedores en los nuevos propietarios de la tierra y amos de sus deudores. 



Cuando Solón tenía 47 años, en el 594 a.c  fue elegido  gobernador. Atenas vivía una gran crisis, la justicia era una  pamema, el dinero circulaba solo para los ricos, los campesinos malvivían, la hambruna era general. Poco respeto merecían las instituciones de Atenas en manos de unos desaprensivos. 

Solón recibió el encargo, sin condiciones, de sacar a la ciudad de la indigencia económica y social. Los eupátridas,  hijos de las buenas familias de Ática, divididos entre sí por el control de la economía, pero recalcitrantes en soltar sus privilegios, desconfiaban y con razón del nuevo arconte. 

¿Cuál fue la primera medida de Solón? Nada menos que el levantamiento de todas las deudas acumuladas sobre la tierra y la esclavitud de los deudores. Quedó prohibido, como entonces era habitual, hipotecar el único bien que tenía el pobre: su cuerpo. La orden era poner inmediatamente en libertad a los esclavos y los que ya habían sido vendidos al extranjero, fueron repatriados y el pago asumido por el Estado. Los eupátridas, los ricos, en torno a diez grandes familias del Ática,  perdieron parte de su patrimonio pero lo aceptaron porque temían más los desórdenes y el caos económico. 



La segunda ley de Solón fue una reforma monetaria y la estandarización de medidas y pesos. La siguiente, consistió en prohibir exportar productos agrarios escasos y de primera necesidad

La norma constitucional marcó un hito en las formas de gobierno. Creó el consejo de los cuatrocientos. Sus miembros eran elegidos por sorteo entre todos los habitantes y el contrapeso era la Cámara Alta -representación de los eupátridas-. Y por si tales medidas no fueran suficientes, dictó  que todo el pueblo de Atenas debería votar en casos de guerra y nombramiento de altos funcionarios estatales.  Quien no votara en estos plebiscitos  perdía sus derechos como ciudadano. La leyes se escribieron en pizarras giratorias que podía leer todo el mundo y la ley fundamental -Constitución- fue esculpida en piedra.

Y cuando acabó el trabajo, Solón se fue a su casa