Los amantes, René Magritte |
Yo no sé si existe, seguro que sí, un tratado que describa y nombre un trastorno que consiste en ver en una conducta humana un personaje literario. Según he leído por ahí, es inagotable la capacidad social-y farmacéutica-para psiquiatrizar las clásicas manías de toda la vida. Así que doy por hecho que tengo un trastorno susceptible de corregir. Pondré un ejemplo de mi detestable comportamiento.
Si mi amiga X me cuenta que sale con fulanito desde hace diez años, y que le gustaría, mejor dicho, se pirra, por compartir nevera, fines de semana y armarios con él, pero que la cosa está un poco verde porque su zangolotino acompañante tiene miedo al compromiso, mi contestación es la siguiente:
_Estás con un Marcher, y esa clase de individuos son pusilánimes, cobardes camuflados, de quienes no hay que esperar nada bueno, salvo disgustos y que su labia nos provoque descuelgue de comisuras, ojeras y hasta dermatitis del pañal, si me apuras.
_Pero es tan inteligente y se siente tan culpable... tiene sus razones, sufre más que yo, mira qué te digo.
_Pues por eso, es urgente darle esquinazo cuanto antes. Voy a traducir sus excusas. Miedo al compromiso significa: yo estoy bien y no tengo intención de romper, sigamos así porque yo no necesito afianzar vínculos contigo ni con nadie. Vivir en la superficie, sin riesgo, pasión ni pérdidas, ni olvido, es su lema, como aquella canción de Sabina.
Esta conversación, que se repite desde hace un lustro, no tiene efecto alguno sobre mi amiga porque ya está hecha a una relación seca y estéril. Se conforma con abrazar el miedo de un individuo.
Hace poco me preguntó quién era Marcher. A estas alturas, pensé, la infeliz quiere saber quién es el referente de su enranciado novio.
Le dejé a mi amiga el relato de Henry James, La bestia en la jungla.
_Te presento a Marcher, el hombre sin atributos vitales. Y ella, la protagonista, podrías ser tú.Eres tú, la mujer que consume su existencia detrás de la ventana. Siempre a la espera de quien es incapaz de querer a nadie, del hombre que no toca el barro humano parar evitar mancharse los zapatos.
Pensé que la lectura de ese perfecta crónica del egoísmo y la cobardía causaría el efecto de una revelación, una especie de relato sanador que le curaría de su ceguera, pero todo lo que dijo al devolver el libro fue:
_Se parece a nosotros como un huevo a una castaña. Desde luego, hija mía, qué poca sensibilidad tienes con las amigas.Prefiero Los puentes de Madison.
La bestia en la jungla, de Henry James, relato de dos vidas echadas a perder por seguir el impulso de huida en los asuntos del corazón, que son todos los que importan de verdad.
También se puede leer como una fábula social, en la que un inane confina en la desgracia a sus semejantes cuando decide no involucrarse en el sufrimiento humano.