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Busto de Afrodita, época de Adriano. Museo de arqueología de Nápoles |
Qué fácil es engañarnos a
nosotros mismos. De ahí la
decepción que sentimos cuando descubrimos,
o alguien tiene la gentileza de revelarnos el truco del ilusionista. Queremos creer que existe un arcano mágico detrás de la desaparición de la chica
en una caja cerrada, y causa asombro que su lugar lo ocupe una pareja de tórtolas o un tigre de Bengala. Cuesta reconocer que la
sencilla maniobra se ha convertido en nuestra mente en un hecho imposible, nos resistimos a creer en la simpleza del
truco porque esa es la prueba de que manipularnos
es un juego de niños.
A pesar de que el ilusionismo,
mentalismo y otras artes de prestidigitación, son consideradas espectáculo de
entretenimiento, en realidad forman parte de un saber, menos académico que intuitivo, sobre cómo percibe la mente humana la realidad, enjaulada en prejuicios y sobreentendidos, en falacias que construyen
una interpretación alambicada, por no decir retorcida de lo que creemos estar viendo.
Nuestra mente malvive dentro de un corsé asfixiante, una especie de enemigo en casa que tiene como objetivo frenar las decisiones libres de influencias externas.
Desde luego, el conocimiento de nuestra debilidad mental es la materia básica para que trileros, estafadores y políticos ambiciosos e inmorales, ejecuten generación
tras generación, el mismo engaño sin que
pierda un ápice de eficacia.
¿Cómo es posible que seamos tan
bobos? Quizás una de las razones sea nuestra arrogancia intelectual. Un defecto, no sé si congénito a la naturaleza humana, pero sí
muy propio de una sociedad tecnologizada que desprecia
la enseñanza de la filosofía, la vía de la reflexión interior. Y no es
moco de pavo, pues sin el apaño de un conocimiento
filosófico que enseña a interrogar y bucear en los mares profundos de lo que somos, los escolares, más tarde adultos, nos quedamos huérfanos de un método de contraste, comprensión y análisis de los acontecimientos de los que somos protagonistas, y sobre los que apenas alcanzamos a entender que ha pasado cuando recibimos el bofetón.
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El prestidigitador. El Bosco, 1475. |
Un buen ilusionista sabe que cuanto más vanidosa sea la víctima mejor saldrá el número teatral. Bien es verdad que algunos ilusionistas prefieren la calle al
escenario y, en ese caso, puede ir
disfrazado de competente asesor financiero o artista de fama planetaria creador de nada.
Donde el ilusionismo ha tenido mayores
éxitos ha sido en las guerras. Hay multitud
de ejemplos de las argucias usadas para vencer al enemigo, en todos los casos el principio paradójico se
ha impuesto como método insuperable. Si quieres la paz prepárate para la guerra.
El famoso estratega chino Sun tzu dejó una buena colección de paradojas, para muestra un botón: para avanzar
hay que retroceder.
Consejos que por lo visto siguieron durante años ejecutivos de grandes entidades financieras y corporaciones
multinacionales, con efectos fatales a la vista del resultado. El libro de Sun Tzu estuvo de moda durante años y no podía faltar sobre la mesa de los grandes jefes Alfa.
Un ejemplo del principio paradójico que alimenta el
ilusionismo, sirvió para salvar la vida
de Edith Binnessen, una danesa que trabajó para la resistencia contra los
nazis. Edith, en manos de esas bestias pardas y a punto de ser violada, tuvo la feliz idea de hacerse la simpática, de aceptar de buen grado la imposición, pero antes pidió ir al
baño. Desenvuelta, sonriendo y saludando
a los soldados que hacían guardia se metió
en el lavabo, luego salió al pasillo se
dirigió a la puerta principal, pero antes
había cogido un folio de una mesa, lo empuñó en la mano, como si fuera una instrucción que debía entregar a algún oficial.
Su desparpajo y resolución cegaron
a los centinelas, que en ningún caso
podían aceptar que fuera una prisionera quien se comportaba con tanto aplomo.
En la puerta de salida se unió a dos oficiales a los que siguió como si fuera
su acompañante. Nadie le pidió el papel
ni le preguntó dónde iba. Se fugó del cuartel de la Gestapo, gracias al
sencillo truco de engañar exhibiendo la
actitud contraria de lo que se esperaba de una detenida.
¿Por qué es tan fácil engañarnos?
Vuelvo al inicio de esta entrada, la respuesta podría ser que nuestra mente percibe la realidad desde una sola perspectiva, eso significa que evaluamos y juzgamos
dando por supuesto que lo que estamos viendo es un único foco y que las
premisas de las que partimos son las correctas.
Cuando
el trilero actúa, la bolita no se
mueve, está siempre escondida en la mano
de quien marea los cubiletes mientras el espectador, también llamado panoli, está concentrado en el movimiento. El error de la víctima no es otro que
suponer cierta la premisa principal: que
hay una bolita dentro de uno de los tres
cubiletes en movimiento.
Para conseguir una ilusión es
necesario mostrar la realidad distinta de cómo es (digamos de la apariencia aceptada como normal)
Eso significa que el ilusionismo, ya sea en su vertiente teatral o delictiva, persigue inducir a error sobre la
realidad que cree ver el
espectador-víctima, y aquí viene
el punto clave, el truco: que no es otra cosa que el espejismo creado para hacer
indistinguible la realidad real de la presentada por el ilusionista.
No es nada raro que después de
leer Pensar como un mago de Matteo Rampin,
esté de acuerdo con el epílogo que cierra este instructivo y práctico libro: existen muchas maneras de resolver un conflicto y dar con la solución de un problema, solo hay que aprender a pensar como no nos han enseñado.