El atardecer se vistió con luz dorada como si fuera la pátina de una joya rara y misteriosa.
-Qué
cursi ¿Y por qué una joya rara? El anillo de sello de mi abuelo también
es dorado y como ese hay a patadas; tampoco pongas el atardecer
porque está muy visto.
-Pues será
casualidad pero todos los días atardece y muchas veces el cielo está casi
amarillo, yo sólo soy el notario de la realidad y escribo lo que veo y
tal como lo ven mis sentidos. Lo que pasa es que me tienes envidia, te joroba
que sea tan famoso y que me hayan concedido tres premios en estos últimos
cuatro años.
-Tres
premios, ja, ja, ja, me río en tres sílabas. Tienes al jurado comprado, cacho
mamón.
-¿Quién,
yo? Te daría de leches si no fuera porque dentro de un hora he de estar
en el Casino para una lectura dramatizada de mi obra. Y no puedo
alterarme, se me quiebra la voz con el nerviosismo y eso para un autor
consagrado es una muestra de debilidad intolerable. No me importa tu opinión y
no quiero que me acompañes ¿me has oído?
-Perfectamente,
pero voy a ir y me vas a ver en primera fila. Pretendo regodearme con la
ceremonia y, de paso, hacerme con material sensible para la próxima
novela. A tu costa, lo reconozco. ¿No te gusta?
-Qué insana
mente podrida la tuya.
-¿Qué insana
o qué insania? Concreta, es importante porque las palabras han de representar
de la manera más fehaciente nuestro pensamiento, bueno el tuyo, que poco
tienes ahí dentro, pero algo asoma de vez en cuando, lo admito. ¿Me
has querido insultar?
-Estás como
una cabra, peor aún, como un trozo de estiércol seco. No alcanzas la
cordura de un animalito, esas criaturas no andan, como tú, todo el día al
acecho de una oportunidad para ensañarse con el prójimo. No estás bien del
coco.
-En ese caso
la palabra justa es insania, me falta el juicio. Quizás, pero gracias a mis
locuras estás donde estás. Acabemos de una vez ¿cómo era el
atardecer?
Atardeció
tarde y las gaviotas tardías sobrevolaron la tartera.
-Vamos de mal en peor, Tobías.
-Me has
puesto muy nervioso y eso me deja atrancada la inspiración.
-Deja ahí el
papel y abróchate el botón de la americana. Anda, vete de una vez si no
quieres llegar tarde.
-¿Y
tú?
-Ya te he
dicho que estaré allí, y ahora haz como si no me vieras, como si no existiera.
Adiós, Tobías, nos vemos.
La música de
Baden Powell sonaba cuando Tobías echó el cierre a la puerta del piso.
Sonrió en el rellano con gesto seductor, en un ensayo de su actuación en el
Casino. La terapia de la Sombra era lo mejorcito que se había inventado para
estimular la creatividad, de paso servía para bajarse los humos uno mismo,
darse caña y evitar la autocomplacencia. ¡Qué hallazgo! En la
portería, dos vecinas le felicitaron.
-Hombre
Tobías, ya nos hemos enterado que te han dado otro premio en la revista del
barrio, si es que eres un poeta como la copa un pino.
-¡Bah! se
hace lo que se puede.
-Pues el
lunes nos pasamos por la carnicería y nos cuentas cómo fue el acto.Iríamos pero hemos de recoger a los nietos. Por
cierto, necesitaré un redondo tiernecito para el miércoles ¿tendrás?
-Claro, reina, ya sabes que solo vendo primera calidad.