martes, 28 de abril de 2009

Kid tejano




El volumen de su cuerpo apenas le permitía moverse en el pasillo largo y estrecho, empequeñecido por las estanterías que cubrían las paredes, llenas de libros y revistas viejas, amontonadas y en completo desorden.
En la salita con fachada a la plaza, Julito se sentó sobre un colchón en el suelo, escasamente tapado con una colcha de imitación pachtwork que dejaba ver unas sábanas arrugadas de tergal de color verde.

-Hogar, dulce hogar ¿Qué te parece?- preguntó Julito enseñándole uno de los billetes de 100 euros a la mujer que, de pie, calzada con unas zapatillas deportivas sin cordones le observaba con una sonrisa burlona.

Sin contestar y con un gesto rápido la mujer le quitó los dos billetes. Desde donde estaba recostado Julito, Carme semejaba una matrona, una Venus prehistórica de la fecundidad, con el vientre abultado y los pechos caídos. Gastaba  tan malas pulgas que era mejor no imaginar qué clase de criaturas podía emerger de su potencia procreadora.

-¿Qué me va a parecer...? Qué pregunta más tonta..

-Ahora podré quedarme a dormir unas semanas más, vamos, digo yo.

Carme se ajustó el batín con el cinturón de un abrigo viejo. Sus pantorrillas eran blanquísimas solo oscurecidas por las venas azules que las surcaban, abultadas y hermosas como plantas acuáticas que emergían entre los pliegues del batín, Julito las miraba y se hacía cruces de la complejidad del sistema venoso que la naturaleza había dotado a esa mujer.
Carme, observó la mirada ensimismada de Julito, la interpretó maliciosa y cargada de lubricidad, lo que provocó que se atusara los ralos pelos de la nuca con el puño cerrado en el que tenía atrapado el dinero. Reblandecida por la vanidad de sentirse deseada dijo con tono chispeante:

-No adelantemos acontecimientos, chico, te puedes quedar hoy y mañana, luego ya veremos, he de hacer cuentas porque me pagas de ciento en viento y ya no sé cuántas semanas tienes pendientes.

Julito se echó  sobre el colchón, cerró los ojos y respiró hondo, se sentía tan cansado, gruñó como quien espanta un bicho en el campo y se hizo el dormido.

Carme se dirigió a su dormitorio para echar otra cabezadita. Al pasar por el lavabo se miró al espejo y frunció los finos labios dándole un beso a su imagen.

-¿Y que voy a hacer yo si este hombre me adora?
Se tumbó en la cama con una gran sonrisa de satisfacción. En la otra habitación Julito cogió un tebeo de uno de los montones que había junto al colchón. Leyó:
¿Quién es  kid tejano? ¿Un delincuente? ¡ No! ¡¡Un auténtico heroe!!
También Julito se dejó vencer por el sueño con una sonrisa de satisfacción.






Ilustración: contraportada de tebeo de la serie Roberto Alcázar y Pedrín. Aventura: La mansión de los monstruos, número 476. Editorial Valenciana, 1961. Archivo propio.

sábado, 25 de abril de 2009



En 1891 se inició la construcción del ferrocarril ruso desde Ekaterimburg, en los Urales hasta Vladivostock en el pacífico, 8.000 kilómetros de vías, que recorren zonas en las que, en aquella época, no se aventuraban otras seres vivos que no fueran los hambrientos lobos. El ferrocarril se acabó de construir en el año 1916. Boris Pasternak en su novela el doctor Zhivago, nos cuenta las otras utilidades que se dieron a las vías férreas y al ferrocarril ruso durante la guerra civil: mucho tiempo durante una buena mitad del camino, siguió la línea del ferrocarril, ya en estado de abandono y fuera de uso, sepultada toda por la nieve. Aquellos trenes bloqueados en la vía férrea, inmovilizados para siempre y sepultados bajo la nieve, extendíanse como una cinta, casi ininterrumpidamente, durante muchas verstas. Servían de fortines a bandas armadas que asaltaban las carreteras, eran refugios de criminales y fugitivos políticos, los involuntarios vagabundos de aquellos tiempos, pero sobre todo de tumbas comunes para quienes morían de frío o de tifus, enfermedades que hacían estragos a lo largo de la línea y habían devastado pueblos enteros.

Fotos: Guia sobre el gran ferrocarril de Siberia.Diminitriev Mamonov y Anton Feliksovich. Asociación de Prensa artística de San Petesburgo, 1900. WDL.
Foto de Boris Paternak

domingo, 19 de abril de 2009

Silla de notario






Salió del piso de Lara con varios objetos que no eran de su propiedad: un Ipod, un par de zapatos de mujer, de color azul y doscientos euros en dos billetes de cien. Cuando salía del piso arrambló con el felpudo de fibra de coco del descansillo de la entrada, en el que se leía, Hello, pintado de color naranja. El felpudo pesaba un quintal, pero Julito no desistió, lo ató enrollándolo con una cuerda y lo ajustó sobre la mochila. Desde que lo vio sabía que la alfombra le venía que ni pintiparada para su dormitorio. Pensaba ponerla a los pies de la cama, para desvestirse sin pisar las frías losetas. En la calle hacía frío, a pesar de sol y de que estaba a punto de entrar el verano. Julito entró en calor por el infalible método de caminar rápido, con varios kilos a cuestas. Nadie diría que un tipo tan escuchimizado pudiera arrastrar tanto peso. Cuánto más corría Julito, más llamaba la atención de la gente, nadie dudaba de que era un delincuente que acababa de perpetrar un delito.
Un coche de los mossos  dobló la esquina justo en el momento en el que Julito atravesó la calle con el semáforo en rojo.
-Mira.
-Ya lo veo, un mangui.
-¿Qué hacemos? ¿Vamos a por él?
-Pss, deja, es un desgraciado, habrá robado a una vieja cuatro chorradas. Hoy estoy aplatanada, ayer me quedé a ver los dos capítulo de House y el niño no ha dejado de llorar toda la noche. ¿Le sigue alguien?
-Creo que no


La agente era rubia y lucía una coleta larga sujeta con una cinta marrón adornada con dos pajarillos de silicona de color verde, sonrió al conductor. Tenía suerte con su compañero de turno, un chico muy práctico al que no le gustaba nada meterse en líos y pasarse media mañana con el papeleo de la detención.
-Dejemos de hacer el cherif por un rato, anda, sigue hasta Lauria y luego damos la vuelta por Mallorca, a ver si le perdemos de vista.
Mientras esta conversación tenía lugar dentro del coche patrulla, Julito había llegado casi a su destino, en la Plaza Tetuán. Antes de entrar en el edificio, respiró hondo, apretó el botón del  telefonillo.
-¿Quién?
-Abre.
Subió con lentitud las escaleras hasta el entresuelo primero, letra b. En la puerta le esperaba una mujer, era calva y vestía un batín de hombre que en la distancia parecía de seda, pero era de poliéster, con rombos negros y grises.

-Vienes temprano hoy, ¿has traído dinero?
Julito cerró la puerta, la mujer se apartó, apoyó su cuerpo rechoncho en el aparador sin perder de vista la mochila que Julito depositó sobre la silla de estilo isabelino, recogida un mes antes en el contenedor de la esquina. La silla confería  empaque al recibidor, a pesar de lo raído del terciopelo del asiento, esa silla valía un potosí. Perteneció a un notario que había muerto de infarto cerebral cuando las escrituras hipotecarias dejaron de llegar a la notaría. ¡Cuántas alegrías y desgracias, en forma de donación y testamento, fueron leídas desde la comodidad de aquel trono! 
-Me  pagas la deuda o te echo escaleras abajo.
-Mujer, a eso vengo.
   




Imágenes, Empire and Regency, George Smith, 1826. NYPL

miércoles, 15 de abril de 2009





El sistema de dividir el tiempo asignándole un nombre y significado a las fracciones es un calendario. Desde las complejas comunidades humanas al solitario individuo, la necesidad de ordenar el tiempo en ciclos regulares, solares, lunares o la combinación de ambos, ha producido variados calendarios con fines rituales, religiosos y de organización social. Los babilonios, los Mayas, los Romanos nos han dejado calendarios complejos cuya exactitud gobernaba el tiempo de celebraciones, cosechas, sacrificios y muerte. Otros, a mediados del siglo XIX publicaban calendarios cuyas protagonistas eran las viudas a las que adornaban con toda suerte de sátiras y proverbios elaborados por el magín de honorables caballeros.

Ilustraciones, Widows grave and others. Internet archive, America Libraries.

domingo, 12 de abril de 2009






Las solapas de libros atraen al posible lector con la promesa de encandilar, revelar, enseñar lo nunca visto, deleitarnos con la mejor novela jamás escrita, la intriga más trepidante o el mejor método para cultivar caléndulas. El reclamo de las solapas en los libros es , en la actualidad, un ejercicio cicatero y mentiroso que ha perdido la gracia de las cándidas y muchas veces ingeniosas solapas de los libros que se vendían hasta mediados del siglo XX.

Ilustraciones, Collection of books jackets 1920-1939. NYPL

jueves, 9 de abril de 2009

Desayuno

Fresco del siglo XIV, autor desconocido. Iglesia de Mantua.Italia

El taconeo sobre el pavimento recién regado sonaba como el chasquido de un látigo. Lara pisaba con la fuerza que transmitía su musculatura alimentada con arginina, jalea real, carnitina y otras sustancias, algunas ilegales, pero la licitud del comercio nada importaba cuando se trata de moldear su cuerpo. A pesar de su rostro marcado por las cicatrices de la viruela, Lara era hermosa, tenía la belleza de esos edificios olvidados que fueron esplendorosos en algún momento y que conservan un muro, un patio o una escalera en donde se concentra el brillo del pasado. Una belleza oculta, invisible para la mayoría de la gente pero que destaca como un diamante en medio de una boñiga a una hora determinada del día, en ese instante en el que a los afortunados que pasan por allí les es dado el favor de percibir la belleza escondida. Los zapatos azules le iban como un guante, se sentía cómoda y en un estado de ánimo sobrenatural, Lara cantaba por la calle, a esa hora en la que sólo quedan algunos parranderos y las brigadas de limpieza del ayuntamiento.

“En una noche de luna Naila me hablaba con ternura.....ya me embriagué con otro hombre ya no soy Naila para .... Naila y por qué me abandonas, tonta, si bien sabes que te quiero, vuelve a mí, ya no busques otros senderos, te perdono porque sin tu amor se me parte el corazón”. 
-¡Chica toma claras de huevo! ¡peazo voz tienes, condenada! 
- Ya quisieras tú mi voz, Montserrat Caballé.
Lara dejó al de la limpieza con un rubor que le llegaba al nacimiento del espeso pelo enredado en decenas de rastas. Sus compañeros sofocaron las risas, el de las rastas continuó recogiendo papeles con la pinza, recordaba con rabia las veces que por el maldito teléfono le confundían por una vieja debido a su femenina  y aguda voz.
A las ocho de la mañana, Lara entraba en su piso, husmeó el ambiente, alguien había estado antes allí. Olía a hombre, a sudor a restos de tabaco. Si moverse del vestíbulo, miró el suelo: dos pisadas sobre el suelo sucio delataban un intruso. Eran huellas de zapatillas deportivas, con las llaves aún en las manos, retrocedió hasta la puerta, el ruido de cubiertos en la cocina la tranquilizó, alguien estaba lavando los platos. Gritó sin moverse de la puerta:
-¿Quién hay ahí?
Un hombre vestido con un pantalón arrugado y sucio y camiseta roja que le venía muy grande, apareció por la puerta de la cocina:
-Disculpe la molestia, no tenía adonde ir, he entrado porque tenía hambre y sueño. Había pollo frito en la nevera, me lo he comido y ahora, si no le importa me marcho. Lo he dejado todo limpio, no quiero importunar.
Había dicho importunar, esa palabra, le pareció a Lara una garantía de la personalidad bondadosa del ladrón que había allanado su casa y se había zampado su comida.
-No hacía falta que te comieras el pollo, era mi comida. Hay también yogures y un flan.
-Ya, también me los he comido. Lo siento, gracias. Cuando tenga dinero se lo pagaré.  
El hombre se dirigió a la puerta con intención de abrir la puerta, pero Lara, que le sacaba dos cabezas, le detuvo:
-Ya que estás aquí,  me acompañas mientras desayuno. Es lo menos que puedes hacer después del saqueo ¿No te parece?   







viernes, 3 de abril de 2009




Aguadores, bordadoras, escribientes y las herramientas e instrumentos de los que se valían para realizar su trabajo. Nos parece ahora sugestivo y quizás envidiable, la pericia en oficios que casi han desaparecido; ahí están los oficios olvidados, en las ilustraciones de las vitrinas de los museos donde podemos pasmar la mirada en la plumilla de ganso, el tintero o el telar donde trabajaban las encajeras sus delicadas puntillas.

Ilustraciones, DLNY