lunes, 5 de agosto de 2024

La chica y la cabra de la curva

 


        Inventar buenas historias no es fácil. Algunas son tan buenas que pasan a pertenecer a la categoría de leyendas (urbanas). La chica de la curva es una de ellas, es tan conocida aquí como en Australia o en Chile. De  autoría desconocida, mantiene todo su  encanto y efecto a través de los años. Cada vez que se escucha la historia por primera vez provoca un estremecimiento de miedo mezclado con atracción. Hasta que te percatas de que es una invención, un cuento que se reproduce en cada generación con idéntico éxito. El núcleo narrativo permanece intacto, solo hay algunas variaciones ornamentales, según la imaginación de quien la explica.

La historia es la siguiente: en una carretera poco transitada, ocurrió un accidente donde murió una joven (veinteañera, treintañera  o  adolescente). El espíritu de esta malograda mujer quedó para siempre jamás clavado en el  lugar del accidente. Es un fantasma cuya única obligación consiste en advertir a los conductores de la peligrosidad de la curva. No siempre se aparece, solo cuando existe un peligro inminente, ya sea por mal tiempo o porque se acerca un conductor imprudente que viene de frente a toda velocidad. En la carretera aparece la chica, vestida de blanco, que detiene con un gesto de su mano el coche elegido.



Por raro que parezca, en la historia siempre paran los conductores. Cuando le preguntan a la joven qué ocurre, ella les advierte para que conduzcan con cuidado porque hay una curva mortal. A continuación se desvanece. A veces el fantasma entra en el coche porque asegura que va de camino al siguiente pueblo,  aunque desaparece cuando se ha sobrepasado el lugar maldito.   

Este relato reúne todos los elementos de un cuento gótico: la noche, una bella joven y un peligro mortal que acecha. La frase  la chica de la curva se ha convertido en un lugar común, una fantasía que casi todo el mundo acepta como un chiste. Yo también me reía de la chica de la curva hasta hace dos días. Pasaba la medianoche cuando salíamos de la casa de unos amigos, cerca de Collbató, un  pueblo en las estribaciones de la montaña de Montserrat. Es una montaña muy conocida por su tradición misteriosa. En ella, un día fijo de cada mes (el 11)  se reúne gente que asegura comunicarse con los ovnis; además, se pierden personas que jamás han vuelto a ser halladas. Para algunos es una montaña mágica.




Nuestros amigos viven en una masía a la que se accede por una pista forestal. Eran las doce y media de la noche cuando emprendimos el viaje de vuelta a casa. Antes de llegar a la carretera comarcal, en una curva bastante cerrada, nuestro focos alumbraron  una cabra a la que estuvimos a punto de atropellar. Nos detuvimos. La cabra miraba fijamente las luces del coche desde el centro de la estrecha pista. Era imposible esquivarla. No se apartaba, así que decidimos salir del coche y convencerla con aspavientos para que dejara libre el camino. Clavada en la tierra y con la mirada desafiante,  la cabra salvaje no se movió un centímetro a pesar de nuestros saltos,  movimientos bruscos y gritos. Nada le hacía efecto, ni siquiera cuando agotamos el últimos recurso: cariñosas palabras y ofrecimientos de frutos secos (revenidos) que olvidamos en la guantera hacía más de un año: vete, bonita, déjanos seguir, toma unas almendritas... 

La cabra permanecía impávida, incluso cuando intentamos empujarla. En ese momento, de la oscuridad nocturna sin Luna emergió una chica, vestía una falda larga blanca y un jersey azul celeste, nos dijo que la cabra no era una cabra, en realidad, sino el espíritu de un montañero que se había matado muy cerca de allí. La cabra (el montañero) quería protegernos de la muerte. Después de esta explicación, conjurado el peligro, nos invitó a continuar el camino. En ese instante contemplamos una estrella fugaz que atravesaba el cielo, era una luz verde esmeralda preciosa que duró apenas dos segundos. En tan breve tiempo se esfumaron la cabra y la chica.

Sentimos un escalofrío. Dentro del coche y rodeados por la noche  oscura y silenciosa no pronunciamos palabra. Encendí el motor y empecé a conducir muy despacio sin apartar los ojos de la pista. Pasados cinco minutos llegamos a la carretera comarcal. A quinientos metros se veían luces azules y rojas intermitentes, una ambulancia y dos coches de policía ocupaban la carretera. Cuando llegamos a su altura detuve el coche para preguntarle al guardia que autorizaba el paso alternativo de coches: un coche ha chocado con una cabra,  la conductora está bien, pero la cabra ha muerto debido al impacto. Suspiramos de alivio (por nuestra buena suerte). El encuentro en la pista forestal anticipó la muerte, sí, pero de la cabra.    

Las imágenes que ilustran esta entrada han sido generadas por I.A Midjourney

El texto es propio sin intervención de I.A.G          

domingo, 16 de junio de 2024

El Tiempo no existe, dicen

 




                             Naturaleza muerta resucitada. Remedios Varo  



Algunos titulares siembran falsas esperanzas en relación al avance del conocimiento humano y de sus aplicaciones prácticas. El título de la entrada de hoy es un ejemplo. Hace dos días leí tal rotunda afirmación: El Tiempo no existe. Me lancé a la lectura, y claro, al final del artículo sobrevino la decepción. Estemos o no de acuerdo, y limitados siempre por  nuestra ignorancia, el Tiempo nos pasa a todos por encima como una apisonadora sobre el negro asfalto. Y si solo fuera una percepción de la mente humana que contradijera esta hipótesis de ausencia del Tiempo, los efectos son idénticos a su existencia pues es palpable las consecuencias sobre nuestra realidad física. 

Nos movemos en una línea temporal: pasado, presente y futuro están  separados en nuestra cabeza. Recordamos qué ocurrió hace veinte años (pasado); saboreamos un helado de vainilla hoy (presente) y anticipamos  detalles del viaje programado para la próxima semana (futuro). Si el tiempo es solo una percepción de nuestra mente sin aval teórico de la física, hay que concluir que nuestro cerebro es muy poderoso porque consigue que suspiremos de nostalgia por el pasado que no fue o que anhelemos con ansia el mañana que no será.     

La teoría física que defiende la ausencia de tiempo en el universo se une a la filosofía, y aquí es cuando abrazo esta hipótesis que alienta mis ilusiones sobre la fantasía de moverme en un universo sin tiempo. ¿Pero en qué universo? Pongamos que puedo desplazarme en el plano de esta realidad familiar, necesitaré  unas coordenadas físicas para elegir dónde caer. Porque no se trata de ir a parar a un momento histórico atroz y que me pille en medio de un fregado y quede cautiva en un época oscura. 

La fantasía de ser viajera en el tiempo la he tenido desde que era una niña. Recuerdo quedarme dormida imaginando que aparecía en el futuro lejano (más guapa y mejor vestida), mientras charlaba con el señor Spock, en la nave intergaláctica de Rumbo a lo desconocido.

¡Qué poco he cambiado! Si hoy pudiera elegir el instante del no tiempo, también escogería el futuro, ese lejano inexistente que se abriría como un libro en blanco sobre el que proyectar mis esperanzas. En esa circunstancia de salto al futuro, sería una mujer más joven y lista de lo que soy hoy, y ya puesta a escoger, tendría facultades paranormales. Entendería todas las lenguas de los seres intergalácticos y terrenales. Incluso podría hablar el lenguaje de las plantas para pedirle a mi  ficus que crezca de una vez. Espero que muy pronto la teoría pase a la práctica, al momento glorioso en el que podamos flanear por mundos estelares en cualquier fase del no tiempo. 




   

sábado, 16 de marzo de 2024

Efecto Zeigárnik

 



En 1927, la psicóloga Bliuma Vúlfovna Zeigárnik descubrió  que el cerebro humano recuerda mejor las tareas que dejamos pendientes antes que  las acabadas. 

Este principio psicológico se aplica también a la literatura. Nos engancha la historia que no acaba de redondear el final, la que deja un final abierto que sugiere  un continuará, siempre que el autor no  recurra al engaño ni a la trampa. Los lectores, también los espectadores audiovisuales, apreciamos que el relato sea coherente y que el final cuadre con el planteamiento, pero eso no significa que exijamos un final cerrado donde todo encaja a la perfección, como si fuera un mecanismo de relojería.

Siguiendo el recorrido cognitivo del relato, cuando  nuestro cerebro lee una ficción, o la contempla en la pantalla, recibe una información muy valiosa que, según sea el final, nos lanza una advertencia: no te fíes de los desconocidos o confía en los desconocidos. Y este aprendizaje que nos prepara para abordar situaciones reales, procede de la ficción, no solo de la experiencia personal.

A veces nos asombra que un relato alcance fama universal y se convierta en símbolo y referencia cultural,  quizás lo atribuimos a la suerte que tuvo su autor, al momento histórico de su publicación, pero lo más decisivo es que de una manera inconsciente o sin saber muy bien el porqué,  el autor ha dado con la clave de lo que le gusta a nuestro cerebro: una trama que conecte con nuestras emociones, que tenga autenticidad, aunque sea del género fantástico y que no estampe un final concluyente que desvirtúe las expectativas y el esfuerzo del lector.

Hoy existen grandes avances en el conocimiento del cerebro, es probable que no se tardará mucho en generar una fórmula ideal para escribir bestsellers. Y quizás no será por la mano de un humano sino la de una Inteligencia Artificial que sabrá cómo dosificar golpes de efecto, finales sugerentes e incompletos y emociones que conmoverán al lector más curtido. Hay un pero, este creador artificial no tendrá apenas público porque la lectura en soporte de papel se ha convertido en una actividad residual de una generación predigital. No existen los finales perfectos.   


          

jueves, 18 de enero de 2024

Amor de Lama

 

En alguna ocasión he hablado de mi amiga Casilda. De sus tropiezos y  mala suerte amorosa. Sus idas y venidas con hombres de todo pelaje no han mermado en nada su confianza en el Amor, con mayúscula. Desde luego, le digo mil veces que, en lo referente a los hombres,  todo lo hace mal y así le va.  Admiro de Casilda su  voluntariosa ilusión, a pesar de las decepciones incontables. Cree que ese hombre ideal con el que sueña, en su imaginación un tipo adorable en todos los aspectos,  la está esperando en algún lugar a la vuelta de la esquina.  ¡Por Dios, qué inocente eres! Le digo. Somos amigas desde la infancia y podemos enfadarnos y reconciliarnos sin que esos pequeños desencuentros tuerzan nuestra amistad.

El día siguiente de Reyes fuimos juntas a un funeral. Se nos ha muerto un amigo y allí estuvimos las dos, con nuestros abrigos negros que solo  nos ponemos en los funerales de invierno. No lloramos porque nuestro difunto amigo murió en la cama, en los brazos de su nueva novia. Una muerta fantástica, ¡quién la tuviera! Decía Casilda. Hacía solo pocos meses que los ahora difuntos  se habían conocido y fue para ambos el amor definitivo. Murieron en un abrazo pacífico, la culpa, o la dicha según se mire,  la tuvo una estufa de gas.  Envidiable final para los románticos. En el funeral, Casilda me susurró al oído: ¿Has visto a ese bajito que está en la segunda fila? ¿El de la melena gris? Sí, ese mismo. ¿Qué le pasa?  Pues que nos hemos cruzado una mirada  cuando el coro cantaba  la canción de Serrat. Hoy puede ser un gran día era la favorita de nuestro amigo. Y también es una de mis preferidas. ¡Esto no puede ser otra cosa que una señal del destino! 

Salimos de la capilla y el hombre de la melena gris se acercó a nosotras. Nos besó y exclamó con una alegría impropia en un tanatorio: ¡pero qué puñeteras sois! ¿me recordáis?  Por más que me esforzaba, mi memoria  no daba con el personaje,  sonreí sin decir ni una palabra. No como Casilda, que por no desaprovechar la oportunidad de quedar bien con el destino, le dijo:

-¡Claro que me acuerdo, qué tiempos aquellos!

Cada día os daba hostias! Y echó una risotada que incomodó a los deudos, pues la gente pululaba a nuestro alrededor dando el pésame a los familiares.

Entonces lo recordé,  fue  aquella carcajada extemporánea la que rescató de la memoria remota la identidad de aquel bajito barrigón, con pendiente de aro plateado en la oreja izquierda: ¡el monaguillo de nuestro colegio!

Sin hacerme ni caso, se abrazaron con fuerza y se besaron cerca de los labios. El ex monaguillo le dijo a Casilda.

-Nunca te he olvidado

-Y yo tampoco- Contestó ella.  

Creo que las declaraciones de los dos eran mentira, pero qué importa. Se notaba que querían liarse cuanto antes. Les dejé solos enseguida, paré un taxi y me fui a casa. Casilda no me llamó hasta el mediodía siguiente.  Habían pasado la noche juntos y  planeaban que él se iría a vivir con ella  en pocos días, el tiempo necesario para hacer la mudanza y empaquetar sus cosas. Le recriminé a mi amiga su precipitación, un error que siempre la llevaba al fracaso irremediable. Pero Casilda no sigue ningún consejo sensato, ella, que se las da de racional, tiene la emocionalidad de un pubescente.

-Casilda, ese hombre no te conviene. Piénsalo bien  antes de meterlo en tu casa. Dices que se acaba de jubilar, y no sé de qué porque me dices que los últimos diez años los pasó rezando por la paz del mundo en un monasterio budista. ¿Pero tú crees que este hombre puede compartir la vida contigo? No creo que sea una buena decisión. 

-¡Qué va, te equivocas, es una excelente decisión. El se dedicará a cocinar y arreglar la casa.  Figúrate el ahorro. Despediré a la mujer de la limpieza. Cuando llegue a casa del trabajo, estará Óscar esperándome  con una copa de vino  blanco y  sopa ramen. Se ve que el monasterio era de budistas japoneses y domina el sushi.

-Eres abstemia y el pescado crudo te da alergia.

- Pues con un vaso de agua, qué más da, y un muslo de pollo. Lo importante es que me estará esperando.

-Tú eres idiota, además de ser teniente coronel, y él solo busca ahorrarse el  alquiler.

-Sí, lo que tu digas, pero se ha hecho lama, es  un líder espiritual como si dijéramos, precisamente  lo que yo andaba buscando. Es el hombre ideal,  me conducirá por los derroteros del amor espiritual y carnal, que lo uno no quita lo otro   

Han pasado dos meses y  lo último que sé de mi amiga es que ha dejado el ejército, Ahora vive con su lama en un pueblo de Teruel. Han adoptado ocho cabras  y practican el saludo al Sol todas las mañanas, según me cuenta.  Lo que ella no sabe es que Óscar está en busca y captura por un delito de estafa a mujeres incautas con el cuento del budismo. Y lo que Óscar no sabe de Casilda, o quizás ya lo sabe a estas horas,  es que es campeona internacional de tiro al plato y, sobre todo, es una mujer que responde a las traiciones y desplantes con la frase lapidaria de los vengativos: ni perdón ni olvido. Les deseo lo mejor, en especial a las cabras. 

lunes, 13 de noviembre de 2023

El final de todas las cosas

 


 

Hay días en las que una no está para nada. Por ejemplo hoy, 13 de noviembre, me he levantado con el propósito de cumplir tres asuntos pendientes. Primero, sacar brillo a la escalera de mi casa; el segundo, acabar el capítulo de un libro que me inquieta. Y no porque sea de intriga, de serie negra o de fantasía lovecrafiana. ¡Qué va! El libro en cuestión, publicado en 1992 y releído varias veces, me enfrenta a la realidad inconmovible de que nada cambia, a pesar de las apariencias. Gilles Lipovetsky ya no está de moda, pero en el libro al que me refiero, El crepúsculo del deber, afirma que nos movemos en el pantano de una nueva ética, falsa, que encumbra el individualismo e invita a la felicidad personal sin obligaciones ni responsabilidad.

En la época en la que se publicó este libro no existían redes sociales, ni grupos de whatsapp. Nada semejante a la adicción actual por el exhibicionismo y el culto narcisista en el que se ha convertido la realidad. ¿Nuestra atadura a los móviles y al frenesí de las noticias instantáneas, nos conduce al descalabro? Sí, pero de manera distinta al de otros tiempos porque está aliñado con una tecnología que apenas comprendemos, aunque nos dirige con idéntica intensidad al final que padecieron, por ejemplo, los cretomicénicos. Nos toca presenciar la caída de nuestra cultura y sociedad. No pasa nada, es un patrón que se reproduce en los últimos doce mil años, por poner un rango de tiempo conocido.

El tercer asunto pendiente era acompañar a una amiga al Registro Civil para completar el expediente matrimonial. Su boda era el motivo. ¡Qué ilusión tenía, la desengañada! Y yo también, en mi papel de madrina. Ya le había echado el ojo a un precioso vestido de seda salvaje y hasta tenía elegidos unos maravillosos pendientes que habían pertenecido a una desconocida, los compré hace una semana en uno de esos comercios de compraventa de joyas. No habrá boda, mi amiga se ha enterado esta misma mañana de que su prometido se ha largado con otra al país de Togo. Nada de llantos y lamentaciones, le he dicho, de un buen pendón te has librado. Y nos hemos ido juntas a tomar un vermut, berberechos, patatas y aceitunas para celebrar el final de todas las cosas. Hoy no he abrillantado la escalera, tampoco he leído a Lipovetsky y mucho menos he sido madrina de boda. Una jornada perfecta.    

miércoles, 6 de septiembre de 2023

La dama oscura

 



Cosmovisión amazónica. Guillermo Arévalo


No me refiero a los veintiséis sonetos de Shakespeare dedicados a la dama oscura. El poeta cantaba el amor a una mujer que no destacaba por su belleza, el modelo de belleza de entonces. Su dama oscura era una mujer de carácter veleidoso, infiel que no perdía ocasión de menospreciarlo. Tales traiciones amorosas no mermaban su  entrega y delirio por la dama. 

Exactamente lo que ocurre hoy. Escribe el filósofo David Fideler, en su libro Restaurar el alma del mundo, publicado por Atalanta, que nuestros pensamientos giran en torno a la imagen que nos hemos hecho del mundo. La imagen de la época en la que vivimos, de su naturaleza, es el origen  que está presente en el pensamiento de este periodo de tiempo histórico. La cosmovisión ha sido siempre el substrato de las creaciones artísticas, inventos, tecnologías y la manera que tenemos de relacionarnos entre humanos. Nuestra generación arrastra la imagen nefasta del mundo del siglo XXI ¿Cómo librarnos?    

La dama oscura es la realidad que percibimos plagada de peligros, amenazas, traiciones, malos augurios y sin embargo, en vez de abominar de ella nos atrae fatalmente. Nos hemos convertido en adictos a las malas noticias, reales o inventadas. Este verano del 2023 ha sido la versión posmoderna de esta estrofa del soneto shakesperiano: 

Dos amores poseo, consuelo y desespero, 

que como  dos espíritus en mí, tienen influencia

Es el ángel honrado, muy bello caballero

es el ente malvado, dama de oscura esencia (versión  poética de Alba Bonastre

Sin tiempo  que perder, oscilamos entre el desespero y la necesidad de consolarnos con la esperanza de un tiempo futuro más amable para la humanidad. La dama oscura parece que ha extendido su influjo sobre la sociedad y ya muy pocos creen que nos libraremos de sus trapacerías y maldiciones. Nada es permanente y como hubo otras cosmovisiones, así estará naciendo otra muy distinta, en algún lugar del planeta. Necesitamos inspiración para cambiar la mirada. Será la creación artística, la ciencia sin intereses económicos que la envenenen, la tecnología sin codicia y un espíritu desafiante y alegre, las manos que apartarán la dama oscura de nuestro camino.          


  

sábado, 29 de julio de 2023

Refuerzo positivo


          



El otro día me enteré de que los seres humanos hemos disminuido el tiempo de atención. Hace apenas quince años, podíamos mantener atención plena, o sea sin distracción, unos 12 segundos. Resulta que en la actualidad estamos por debajo de 8 segundos, entre siete y ocho dicen quienes miden nuestro foco de atención en un texto, una imagen, una conversación. 

Y además también la memoria inmediata se está estrellando. Recordamos muy poco de lo que acabamos de realizar. Ese breve recuerdo se disipa también a gran velocidad. La culpa, señalan, es por la acción de nuestro interés frenético en mariposear por las redes, contestar wassaps y además seguir con el trabajo. Esta atención desenfocada nos está convirtiendo en una especie sin músculo intelectual, con menos memoria que un pececillo de colores.

Se sabe que si una página tarda más de tres segundos en cargarse en la pantalla, la mayoría de usuarios abandona para buscar otra similar. La paciencia también se resiente, lo queremos todo de manera inmediata y, una vez lo obtenemos y sin transición reflexiva, pasamos a la siguiente distracción. Quizás no somos consciente de que nuestro cerebro humano se está transformando en tiempo real. ¿A dónde nos conducirá este delirio de estímulos, sin otro destino que quemar el tiempo en satisfacer la adicción a la dopamina?

El tiempo lo dirá. A esta incertidumbre opongo el recuerdo de los veranos de mi juventud, entonces nos aburríamos de manera sistemática. Largas tardes calurosas en las que no se podía salir y la lectura era una bendición, sí, aunque muchas veces habría preferido salir con mis amigos y disfrutar de los amoríos pasajeros y la exploración del mundo circundante. No existía esa afición loca al deporte, ni muchas familias podían salir de veraneo, así que había que permanecer en casa. El barrio era el lugar de nuestras aventuras veraniegas. Al atardecer, cuando se nos permitía salir un rato -hasta las nueve-, nos reuníamos en una plaza para hablar, sin botellón ni nada parecido.

Como mucho algún chico de la pandilla fumaba un pitillo. Yo deseaba que empezara el curso y se acabara el maldito verano. Estos recuerdos están muy vívidos, hoy 29 de julio de 2023. Me digo qué suerte tuvimos de no ser adolescentes en esta época, cuando ya no existe el aburrimiento y las redes están emitiendo información para idiotas cada minuto del día.  El psicólogo  Skinner demostró con ratones que, una vez aprende un ratón a darle a la palanca para obtener recompensa, en ese caso era comida, la acción queda grabada en su cerebro para siempre. Refuerzo positivo, pero Skinner, a ese mismo ratón y a sus descendientes, después de que asumieran el refuerzo, les dejaba sin comida por mucho que le dieran a la palanca o les daba premio aleatoriamente. A pesar de la frustración, seguían apretando con la patita la palanca en recuerdo de los tiempos felices. Lo retorcido del asunto es que ya fuera que  hubiera recompensa o no, el cerebro del ratón dejaba de tener actividad neuronal entre la acción de impulsar el mecanismo y el resultado, fuera este positivo o negativo.  

Skinner descubrió un mecanismo mental diabólico que funciona también en los humanos. Sería preferible vivir sin necesidad de darle a la palanca, ahora podemos añadir tecla o dedo deslizándose sobre sobre una pantalla, pero creo que ya tenemos el circuito del refuerzo positivo grabado a fuego en nuestro cerebro ansioso. Mientras, intentaré escuchar  tres segundos esta bonita canción.