En el cuarto día de encierro lamento la escasa visión que
tuve cuando, hace dos semanas, me ofrecieron un cachorro de perro. Tres meses atrás
murió la perra de la familia, vieja y ciega, éramos nosotros sus lazarillos,
también le fallaba el olfato y en su decrepitud la conducíamos por la casa y
los paseos para que no se diera contra los muebles y las farolas.
Guardo aún el luto y me niego a tener en casa otro perro, me
parece una traición a su memoria. Sin embargo, las circunstancias aconsejan
tener cerca un can para salir a tomar el sol y respirar aire fresco. Un motivo
utilitarista y francamente egoísta. Es como tener un hijo con la finalidad de
conservar una relación, me parece intolerable y el colmo del desprecio por la
vida ajena.
Todo es confuso y extraño, a ratos pienso que la cuarentena es
la medida más apropiada. Que los chinos y coreanos han aplicado el método correcto;
otros veces sospecho que esto es una operación de ingeniería social para
colapsar la sociedad. Que estamos ante una tercera guerra mundial sin bombas ni
enemigo conocido, pero con daños económicos y sociales idénticos. Caerá este
modelo económico, ya en las últimas según opina un sector de economistas, y cuando
pasen cinco o seis meses, florecerá un sistema social, político y económico,
temo que más controlador y restrictivo.
Quiero pensar que sin perro podré salir de casa en cuanto se
flexibilicen las medidas. Por ahora subo y bajo los dieciocho escalones de mi
casa, los que comunican la planta baja con las habitaciones. Treinta veces al
día, quince por la mañana y quince por la tarde. Si hace sol, salgo al patio y
me tumbo en una hamaca, escucho música y veo pasar las nubes, pero hoy llueve y
mañana también, según anuncia la meteorología. Así que he sustituido el sol por
una película: La mujer del cuadro.
Película de Fritz Lang, de 1944. Es
una historia criminal, psicológica y muy acorde con los días que vivimos. Una
mujer fatal, la ilusión óptica en un escaparate y el tiempo representado por
todo tipo de relojes que aparecen en las escenas clave. Lang nos advierte de
que el tiempo tiene un final, cuando
se reinicien los relojes marcarán horas distintas. Es mi interpretación, a lo
mejor será una chifladura, pero a todo le veo el sesgo de que estamos ante la
caída de nuestra civilización.
No todo es tan malo, he tenido que interrumpir la escritura
porque acabo de recibir una llamada de mi vecina. Una mujer de cincuenta años
que vive sola, su única compañía, un perro que atiende por Maripuri, se ha fugado. No,
no me he equivocado, el perro es macho, el nombre en un dialecto hindú significa
danzante alegre. Eso afirma ella. Mi
vecina es muy original y moderna y no sabe idiomas, así que cada cual saque sus
conclusiones.
Vamos a lo que importa.
¿Qué podemos hacer para recuperar a Maripuri? ¡Y yo que sé! Las dos nos hemos asomado a la ventana y en voz en cuello hemos
gritado: Maripuri, Maripuri y así un
buen rato.
La calle es un clamor, los vecinos en sus ventanas a
grito pelado y sin melodía conocida, llaman a Maripuri , y el perro sin dar señales de vida. Yo creo que ha sido
una fuga muy bien planeada, y mira lo que te digo, le envidio.