domingo, 16 de junio de 2019
lunes, 4 de marzo de 2019
Ultra real
Sabemos que la realidad supera la ficción. Esta obviedad se reafirma todos los días en las noticias, tan inverosímiles que aceptamos su existencia porque ya no somos capaces de imaginar nada peor. Damos credibilidad a lo que publica tal periódico, revista y, sobre todo, Internet, ese enloquecido generador de mentiras y medias verdades, muchas de ellas generadas por Inteligencia Artificial, no solo indistinguible de la humana, sino en muchos aspectos más precisa, rigurosa, imaginativa y manipuladora.
Hablemos de ciencia ficción, el futuro se escribe en China y Taiwán y tiene un nombre: ultra realidad. Será porque es allí donde está sucediendo el futuro que es ya presente. Triunfa la ciencia ficción de escritores orientales, al mismo ritmo que se imponen su tecnología y los adelantos en todos los campos del conocimiento, desde la medicina a la astrofísica. Ellos, los chinos, son los que viven con más intensidad esta fase de transición humana, la cuarta revolución, el despegue de un nuevo modelo de civilización.
En occidente vivimos en la inopia, pocos saben de la magnitud del cambio, cómo afectará a miles de millones
de personas y cambiará el planeta en un avance sin retorno. Hoy nos preocupa el
Brexit y las decisiones del Banco Central Europeo, la caída del sector
automovilístico y, vagamente en mi caso, un juicio en Madrid. Créanme, lo anterior es
una distracción para incautos. Lo relevante pasa por China y Taiwán. En sus
laboratorios se está diseñando el mundo de ahora.
Blog Vintage photografie
Cuanto más pendiente de la política local, ese entretenimiento
barato que genera oleadas de adhesiones, odios y que provoca parálisis en el progreso social y cultural, mayor es el
alejamiento de la ultra realidad. El
término, acuñado por la ciencia ficción china, plantea una visión impulsada por los cambios trepidantes
que conforman una realidad que se adentra en la fantasía cibernética. Los lectores chinos de ciencia ficción leen con el ojo
puesto en el futuro de la humanidad.
Escritores y lectores son conscientes de que la robótica, la digitalización
masiva y la conectividad a escala planetaria,
por no decir cósmica, pulveriza la visión de nacionalidades y pueblos
divididos. Somos una humanidad interconectada que está dejando atrás un modelo
social basado en las diferencias.
Stefan Zweig escribió El Mundo de ayer, donde recreaba la sociedad vienesa, el París del can can, los días de alegría y frivolidad que acabaron en las zanjas de la Primera Guerra Mundial. Zweig lloraba las cenizas de aquel tiempo. Hoy, nuestro mundo de ayer es el presente que avanza con la tecnología 5G, los coches sin conductor, las células madre y la regeneración de órganos. Las impresoras 3D pronto serán un utensilio doméstico que acabará con los comercios tradicionales y el modelo productivo que conocemos.
Será habitual comprar el patrón de ropa, zapatos o vasos y fabricarlo en casa. A caballo de estos cambios que están emergiendo en ciudades como Shangai o Pekín, también perdemos nuestra privacidad, alegremente entregada a los facebooks, whatsapps y otras aplicaciones, donde se abre paso el reconocimiento facial y biométrico. Un negocio suculento. En el rastro digital se compra y se vende nuestra identidad y estado emocional sin que opongamos resistencia. No es un relato inventado para pasar el rato. Existe, se ha realizado ya una captación de datos de más de seis millones de jóvenes australianos en los que se analizó la emotividad, los estados de ánimo que transmiten sus mensajes, los enviados y también los borrados. ¿Para qué? Para dirigir publicidad personal, comercial y política. Ya se sabe que la vulnerabilidad psicológica es proclive a caer en adictivas promesas y compulsivas compras. Sí, estamos en el presente y yo quiero escribir sobre ciencia ficción.
En particular de El
problema de los tres cuerpos, del
escritor Cixin Liu, ingeniero informático de profesión, criado en
la China de Mao en la época de la Revolución Cultural. Más allá de las circunstancias
históricas y geográficas que vivió en su país y que aparecen
en la novela, plantea una cuestión filosófica capital: el futuro de la
humanidad enlazado a la dependencia tecnológica y al contacto de una
civilización extraterrestre.
Una posibilidad que desearía que fuera motivo de noticia y charlas de café. ¿Se imaginan poner el foco del interés en el presente ultra real? Sin duda mucho más divertido que escuchar esa verborrea narcisista y reiterativa que pretende pastorear el voto y que, por no tener, no tiene ni ovnis.
miércoles, 16 de enero de 2019
¡Shhh!
Escultores en su taller. Nanni di Banco, 1412 |
La última vez que lo vi fue en el túnel de
lavado, allí estaba, sacando brillo a la máquina, aislado por completo del
mundo. Podría haber pasado por su lado y no me habría visto. Él era así, un
tonto. Lo digo con cariño, un tonto que no percibía mis señales. Era
la suya una incapacidad natural y
prevista en seres de su condición. No padecía enfermedad de ningún tipo,
tampoco era un narcisista a quien le
importara una higa la felicidad ajena. Al contrario, se desvivía por satisfacer
a la gente, o sea, a mí, aunque sin atravesar jamás la superficie.
No supiste, vida mía, interpretar lo que se ocultaba detrás de mis palabras, gestos y miradas que revelaban el deseo de una mujer enamorada. Durante el tiempo que estuvimos juntos, sobre todo al principio, su naturaleza me parecía una ventaja, un don que aseguraba la convivencia pacífica. No era suspicaz, picajoso o quejica, ni siquiera se ofendía por los comentarios que le dirigía –bastante a menudo-con ánimo de herirle o de burlarme de él, por culpa de mi corazón despechado. Era un bendito, de una inocencia angelical, ¿cómo pude enfadarme con él?
No supiste, vida mía, interpretar lo que se ocultaba detrás de mis palabras, gestos y miradas que revelaban el deseo de una mujer enamorada. Durante el tiempo que estuvimos juntos, sobre todo al principio, su naturaleza me parecía una ventaja, un don que aseguraba la convivencia pacífica. No era suspicaz, picajoso o quejica, ni siquiera se ofendía por los comentarios que le dirigía –bastante a menudo-con ánimo de herirle o de burlarme de él, por culpa de mi corazón despechado. Era un bendito, de una inocencia angelical, ¿cómo pude enfadarme con él?
Rememoro ahora, mientras lo recuerdo frotando el capó del coche, con ese afán infantil que une gesto y acción, sacando la lengua cuando la mancha requería une esfuerzo físico suplementario para borrarla. ¡Qué limpio era!
El día que le dije que lo nuestro había llegado al final de su recorrido, me respondió: pero si hace una
hora que no nos movemos del sofá.
Y así continuó durante
un rato la conversación, sin pies ni cabeza. Yo acusándole de no saber leerme y
él, con esos ojos divinos, oscuros como
la obsidiana, contestando que si no sabía leerme era porque nunca le
había dado nada escrito por mí. Me desquiciaba. Yo solo quiero estar contigo. Me dijo, y a continuación, con idéntico tono de voz: es el título de una
canción, la cantaba Dusty Springfield, fue un éxito de 1964 I only want to be with you. ¿Quieres que te la seleccione?
Cerraba las puertas a todos mis intentos de que asumiera su culpa y se corrigiera. Que sí, que era muy fácil la convivencia, sin broncas y con quien tenía respuestas para todo, sin embargo, sentía que algo nos separaba porque yo necesitaba cariño, mucho cariño y él no tenía en cuenta mis sentimientos.
¡Me equivoqué, lo reconozco! Lloro todas las semanas un rato, los jueves a las seis, que era
cuando hacíamos juntos la compra semanal. Antes de llegar a la caja ya había
contado las calorías y el precio de cada
producto. Desde que devolví a Manolo he engordado cinco kilos. Lo que más me duele es verlo con otra, que le
limpie el coche a esa petarda, que le lleve la agenda y la entretenga con sus mil habilidades domésticas y sus
saberes que se renuevan amplían y doblan cada dos días. ¿Qué quieres, una receta de verduras al
horno? Tengo un millar. ¿Necesitas entender el contrapunto y profundizar en el barroco español? No te apures, ahora te lo cuento y de paso,
te muestro ejemplos para que lo
entiendas.
Han reseteado a mi Manolo. Lo han revendido y actualizado. Ya no guarda
memoria de mí y eso es lo que más me duele. ¡Qué gran error fue apagarlo! ¡Shhh! fue su último sonido, como un
globo al desinflarse. Mi Manolo. ¡En
mala hora te saqué la batería de tu oreja izquierda y la tiré al fuego de la chimenea!
sábado, 24 de noviembre de 2018
Gente difícil
Un cuento de Chéjov, del que he tomado prestado su título para esta entrada, recorre en apenas unas páginas la monstruosa convivencia de una familia.
Siento admiración por la manera chejoviana de describir la miniatura, de escoger una escena en la que distingue los detalles para proporcionar a los lectores un conocimiento preciso de lo que palpita debajo de las apariencias.
A Chéjov le debo aprender a mirar, a identificar dónde se quiebra la feliz superficie del lago que deja ver el torbellino engullidor de esperanzas e ilusiones.
La vida es desorden, sí, pero también tiene instantes en los que resplandece la belleza como una invitación para entrar en el caos sin temerlo. Si la existencia es dolor y desesperación, también es un camino para descubrir nuestra fortaleza y con ella, la capacidad de desafiar el destino que otros eligieron para nosotros.
En Gente difícil, el padre inspira terror a su mujer e hijos, nadie en la familia se atreve a rechistar, hasta que un día, el hijo mayor, humillado y enfurecido por un episodio colérico del padre, le contesta e intenta, sin ningún éxito, que reflexione sobre el daño que provoca su conducta. La justa rebeldía del hijo, inesperada incluso para sí mismo, marca el fracaso del padre y un no retorno a la situación anterior.
En las últimas líneas del cuento, Chéjov advierte, con la sutileza que le caracteriza, que el caos es inevitable; aquello que destruye, hiere y pone patas arriba nuestra vida es una mala compañía de la que quizás no podemos escapar, pero enfrentarla es impedirle el paso.
viernes, 3 de agosto de 2018
La ignorancia nos come
Opere 2008, Sabrina Mezzaqui, Museum Voorlinden, Wassenar |
Leemos muy poco, incluso quienes se jactan de leer un par de libros semanales, o más aún, los que afirman leer un libro diario, leen una minúscula porción de lo que se publica.
Echemos cuentas, en España se publicaron 87.292 títulos en 2017, un poco más que en 2016 (81.391), según datos de ISBN. Los libros publicados en soporte digital en 2017 fueron 23.061 títulos. En el caso optimista de leer un título diario, 365 libros al año, tal cantidad es irrelevante, nos perdemos la mayor parte del conocimiento, diversión, aburrimiento o lo que fuere que nos pudiera provocar la lectura de esta biblioteca universal gigantesca.
Los lectores empedernidos tienen a su disposición el abrumador número de 60 millones de títulos que se calcula han sido publicados en el mundo desde el
siglo XV, la mayor parte son hoy de dominio público. Significa que no requieren
permiso para copiar y editar; colgarlos en la red tampoco crea problemas
legales. Antes esta inmensidad de libros, se añade cada año un millón más de
títulos publicados en todo el mundo.
Es una celebración de la cultura, inabarcable para cualquier humano que no disponga de una mente cibernética con posibilidades de leer a la velocidad de la luz. El goce de la lectura, esa experiencia adictiva, liberadora y contagiosa, es imperecedero y está protegido por un horizonte renovado de misterios y maravillas. La perspectiva oceánica de palabras engarzadas que construyen relatos -que nunca leeré- me provoca nostalgia de lo que ignoro.
Somos una especie grafómana, no conozco a nadie que no
asegure que está por escribir –si no lo ha hecho ya- una novela, poemario,
teoría filosófica, social, científica y
etcétera. El resultado es que la humanidad publica un libro cada medio minuto.
Pierre Mornet |
Así que frente a estos datos no queda más que reconocer que hemos leído apenas nada, no llega a un miserable uno por ciento para los lectores más tenaces y obsesivos.
Sin embargo, importa un bledo la cantidad de libros que leemos, jamás alcanzaremos la plenitud cultural, con esta convicción podemos sacar mucho provecho de nuestra ignorancia libresca. Lo hicieron otros con bibliotecas exiguas, o incluso sin apenas leer. Sócrates desconfiaba de los libros, una invención que, según su opinión, restaba recursos intelectuales para defender ideas sin la muleta de la palabra escrita.
¡Conque a Sócrates no le gustaban los libros! Pues no, y Séneca se lamentaba de que la inmensidad de libros en circulación disipaba el espíritu en vez de aclararlo.
Creo que no les faltaba una parte de razón, leer poco o mucho importa menos que ser capaces de entender y aprender de lo que vemos y sentimos, de la apreciación del mundo físico y emocional y de la interpretación mental que damos a la realidad.
Fuente: Los demasiados libros, Gabriel Zaid, 1972 (actualizado)
sábado, 21 de julio de 2018
Mentiras verdaderas
Hace una semana alguien en quien confío por su buen criterio y sentido común, me habló de una serie que echan en una plataforma digital, de esas que están desplazando a la tele, convertida en entretenimiento residual para viejos y pobres. La serie en cuestión trata de un especialista en movimientos faciales, gestos imperceptibles que él sabe interpretar para revelar qué se esconde detrás de las palabras.
El protagonista dirige una empresa dedicada a cooperar con la justicia y, gracias a sus dotes, determinar la culpabilidad de los sospechosos;
tiene dos colaboradoras la mar de listas –pero no tanto como él-que también saben leer
las señales faciales. Desde el primer episodio me
encandiló, aunque he de reconocer que después de ver media docena ya he perdido
interés porque, como pasa casi siempre con las series, se repite el patrón y las
historias son previsibles, un error imperdonable.
La cuestión es que en la serie, me
he redescubierto, sí, yo también sé leer el lenguaje facial y corporal. Al igual que una de las ayudantes del doctor Lightman (imperdible
nombre) el conocimiento del lenguaje no verbal me viene de
nacimiento. No es por hacerme la chula, pero mientras veía la serie pensaba, caray, si eso ya lo practicaba yo en mi
tierna infancia. Sucede que con el tiempo y el saber profesional y libresco,
la intuición queda relegada a un espacio cada vez más reducido y, como cualquier
habilidad natural, si no se practica casi
se pierde.
Anny Ondra, Carl Lamarc, 1930 |
La palabra adquiere unas
proporciones descomunales en el discurso humano, inmerecida en mi opinión, porque si el lenguaje es
fundamental para entendernos, los límites
del lenguaje son los límites de nuestro mundo (Witggenstein) las señales involuntarias de nuestro cuerpo tienen un poder
comunicativo muy superior. Ahí tenemos como ejemplo el discurso político y religioso, o cómo el lenguaje sirve para traicionar los hechos, pero para quien sepa observar y traducir los gestos, el engaño de los líderes queda al descubierto.
Afirman los que saben que el tono de voz y la modulación transmite un 30% del mensaje; el lenguaje corporal (incluye los músculos faciales) el 80%, así que nos queda un esmirriado 7% para trasmitir lo que queremos decir y conseguir que nos crean.
Quizás por esa razón la literatura es la mejor y más eficaz mentira, sólo la palabra escrita, desprovista de referencias físicas logra que la verdad aflore por encima de la verdadera intención del autor.
domingo, 4 de febrero de 2018
Función de onda a las doce
Una de las formas de representación del estado físico de las partículas es la función de onda, dimensión infinita que reúne los posibles estados de la materia. Quien quiera saber más sobre la función de onda que lea que a Von Neuman, Feynman, Max Born y otras notables mentes de la física más avanzada, porque nada más puedo ni sé explicar.
¿Por qué elegí este título para mi novela? Porque función es palabra polisémica, tanto designa una sesión de teatro como la actividad concreta de un órgano biológico, instrumento mecánico, musical, atribución administrativa o, una simple y entretetenida función de circo.
En cuanto a onda, más de lo mismo: onda o caracolillo, pliegue en el pelo, en el vestido, en un líquido; onda que es también la forma de propagar los campos electromágnéticos en el espacio. ¿Y doce? Las doce uvas, apóstoles, el sistema musical dodecafónico, ese sistema atonal que me pone de los nervios; la doce del mediodía, de la noche, los doce hombre sin piedad y tantos doces que no enumero para no cansar.
Función de onda a las doce, abre un campo de significados casi infinitos de los que me aprovecho para contar, entre risas y lágrimas, la vida de una mujer cincuentona, en paro que, la muy ilusa, cree en la literatura, preciso: cree que si escribe una novela saldrá de la pobreza y conseguirá pagar la hipoteca de su casa. ¡Pobrecilla!
He colgado en el lateral, Función de onda a las doce para quien quiera leerlo, es gratuito y descargable, si alguien saca algo en claro, le agradeceré que me lo haga saber.
La ilustración del libro es un regalo de Marina Durany, pintora y músico.
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