Una casualidad quiso que, de vuelta de un funeral, un libro que aún no había leído pasara por
delante de mi campo visual. Había sido arrinconado en una estantería y allí estaba,
a la espera de mi atención. Me acerqué a él sin verlo, como otras veces, pero
en esta ocasión, al dejar unas llaves en
un cuenco, lo vi de verdad: Cinco meditaciones sobre la muerte de François Cheng.
La muerte, de cerca, de lejos; de
alguien famoso o de quién nos parecía simpático o soso en vida, trae una cantinela repetida y convertida
en consolador aforismo. No somos nada. Tanto sufrimiento para qué. Vivamos el
presente y etcétera. De manera que,
vamos de un funeral a otro, sin conciencia de la muerte, siempre próxima.
El libro del poeta y traductor
François Chang, nacido en China en 1929, es
un punto de partida glorioso porque atiende
al goce de vivir de la mano de la muerte. Vida y muerte no son dos hechos
antagónicos aunque lo parezcan. Las cinco meditaciones las construye en torno a
su experiencia vital, alimentada por las dos tradiciones culturales de las que
es deudor, la china y la francesa.
Anjou Bible, Naple |
Su infancia y juventud pasaron
entre dos guerras. Se refiere a esa época con una mirada asombrada, pues creía
que moriría joven. El hambre y las enfermedades le debilitaron, pero también
consiguieron que apreciara la vida como un milagro insólito, digno de
disfrutar. Su primera poesía se deleita en un sorbo de agua limpia, en el cielo claro, en la fruta que sacia el hambre.
Reflexiona en voz alta y no lo hace para ensalzar la muerte, sino para
detenerse en ella, observarla y concluir que no es una fuerza negativa, al
contrario, es una invitación a la urgencia de vivir. Ignorarla es alimentar el
Mal, propiciarlo. Porque, asegura, la muerte, si está presente integrada en nuestra existencia, nos abre los ojos a la belleza incomprensible del
Universo y al respeto por la vida.
La cuarta meditación aborda la
esperanza de la muerte como acceso, puerta a otra existencia. ¿Es una creencia que surge de nuestro miedo a
la nada? Reflexiona sobre las tradiciones
religiosas, considera que ni siquiera el materialismo está libre del deseo de supervivencia
espiritual. Incluso Mao Zedong, en su lecho de muerte, se complacía en repetir: pronto veré a Marx.
Chang menciona varias anécdotas,
algunas referidas a la muerte de Keats y Shelley; la conexión mental del segundo con la
muerte del primero y el premonitorio poema de su propia muerte. Reconforta en especial la cuarta Meditación, por la nobleza con la que plantea, desde su
propia experiencia vital y no religiosa, la inmortalidad.
Concluye que los muertos que hemos querido en vida son invisibles, sí,
pero no están ausentes.