Marilena Preda Sanc. Globe, 1999. Bienal de Bucarest |
Creo que fue el escritor Julian Barnes quien defendió que el uso del azar, ese recurso que ata cabos inverosímiles, estropea un buen argumento. Acabo de comprobar que su novela, El loro de Flaubert, arranca con la coincidencia de dos bibliófilos que se disputan el libro Recuerdos literarios, de Turgenev, y cómo esa casualidad dirige la atención hacia unas cartas, setenta y cinco, escritas por Flaubert y una joven institutriz inglesa.
Julian Barnes, quizás estoy equivocada y no es el autor de esa frase, fue pródigo en reunir coincidencias en el tercer capítulo de El loro de Flaubert. No desmerece la novela que el azar aparezca para unir intereses intelectuales y servir de pretexto para la historia.
Se trata de ficción no de atestados judiciales, y en todo caso, ¿por qué las coincidencias, por muy enrevesadas que sean, malbaratan una novela? En la vida hay circunstancias tan insólitas que parecen inventadas por una mente paranoica, y si alguien lo duda que repase la prensa de estos últimos meses. La realidad política y social es un argumento descabellado y delirante.
La casualidad, lo inesperado, aquello que cambia el destino de una persona es una típica y recurrente fábula para ilustrar la fragilidad humana. Ya lo sabemos, no somos nada y dependemos de sucesos que están fuera de control. Nos sentimos ávidos del conocimiento de la verdad que oculta la ciega lotería de la vida. Quizás esa sea la única razón de la literatura: la búsqueda de los resortes misteriosos que atraen asombrosas casualidades, esas que determinan la suerte o desgracia.
Los buenos escritores ayudan a comprender el mundo, lo visible e invisible. Somos nuestros vínculos, pero conocemos de ellos un ínfimo catálogo. Cuando el libro que leemos pone a nuestra disposición una rendija de claridad para reconocer los hilos, los zurcidos y bordados de los que estamos hechos, esa literatura se convierte en una sublime coincidencia.
Fuente Vintage-spirit.blogspot |
No me molestan las casualidades que redondean una historia, ni las califico de incongruentes cuando sirven de candil para mostrar aspectos de la realidad que, sin esa luz, no veríamos. Y, desde luego, el escritor benéfico es el que se atreve a indagar, a desafiar el sentido común y los tópicos con la intención de unir -y dar significado- a los fragmentos dispersos.
De la búsqueda de coincidencias no hay que abusar. Podemos acabar majaretas. Ni en literatura ni en la propia vida, porque la característica principal de las coincidencias, de los hechos que disparan la euforia porque confirman una intuición o revelan un misterio, es que actúan por sorpresa, sin mediar acción alguna por nuestra parte. Menos mal, de lo contrario hace siglos que el azar sería una marioneta en nuestras manos y no al revés.