La Universidad de Emory ha publicado un estudio que relaciona la lectura de novelas con la mejora de la conectividad neuronal en el hemisferio izquierdo, así como otros beneficios de las funciones cognitivas.
Los neurocientíficos le han puesto una etiqueta, el visto bueno, a un hecho que muchos hemos constatado desde que aprendimos a leer. A través del instrumental apropiado, han determinado cómo y cuánto nos afecta una novela. Durante los diez días siguientes a la lectura, nuestro cerebro retiene una huella que amplifica y crea nuevas conexiones. Habría que ver qué novelas leyeron los sujetos del estudio
Yo diría que se quedan cortos, si hablamos de novelas, de esas a las que volvemos en diferentes épocas de nuestra vida y que con cada relectura, descubrimos, como con las viejas amistades que perduran, que nada ha cambiado y, caso de observar algo en lo que antes no habíamos reparado, mejoran la primera impresión y estrechan con más fuerza el vínculo
Leí a Stefan Szweig por primera vez el verano que cumplí doce años. La impaciencia del corazón, es la novela que me acompañó durante mucho tiempo. El protagonista de la historia, el teniente Hofmiller, un joven que imaginaba al estilo de Alain Delon, se convirtió en una especie de amigo invisible al que dedicaba muchos de mis pensamientos. He vuelto a releerla ahora y, como entonces, me he tenido que esforzar por dosificar la lectura y no volcarme en ella con el mismo frenesí de la primera vez.
El argumento, cuya línea maestra figura en las palabras pronunciadas por el doctor de la chica paralítica, y elegidas para encabezar la historia, trata de las consecuencias de la compasión, un arma de doble filo que exige saber qué queremos conseguir cuando somos compasivos y hasta dónde estamos dispuestos a llegar.
"La compasión cobarde no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y más allá de ese límite"
Zweig traza una limpia senda que va desde el casual encuentro -en sus novelas la casualidad es un recurso habitual-hasta la decisiva atadura, tejida con la compasión hacia la chica. El teniente no se atreve a cortar la envenenada relación por temor a
causar daño, y así, su debilidad le esclaviza hasta provocar un mal mayor.
La novela va dejando las miguitas necesarias para recorrer un camino en el que la reflexión del teniente, del médico, del padre de la chica, de los compañeros y superiores del ejército, dibujan el mapa completo de la construcción de la desgracia personal cimentada en actos a los que, al principio, no damos ninguna importancia.
Paisaje neuronal. Cristina Sánchez-Camacho |
Quizás Stefan Zweig no sea un escritor muy leído en la actualidad, y es una pena para nuestras neuronas. Sus biografías espléndidas -Fouché, María Antonieta, María Estuardo-; sus ensayos sobre escritores -Balzac, Dostoievski, Dickens-; novelas y cuentos inolvidables; la archiconocida Momentos estelares de la Humanidad; su imperdible autobiografía. Toda su obra es una portentosa creación que nos conduce, con inteligencia y elegancia en el juicio, a un conocimiento interior muy afinado, a la comprensión del porqué de nuestros enredos y penas; sin contar la panorámica visión que nos dejó de la primera mitad del siglo XX, de las grandes ciudades que visitó y en las que vivió. Zweig fue un gran viajero, un escritor de fama merecida y universal. Y un reconstituyente neuronal formidable.