domingo, 8 de diciembre de 2013

Esperanto mi ŝatas. Gracoj, Lázaro Zamenhof


 


No soy esperantista, por ahora, aunque espero convertirme algún día en miembro de tan distinguida sociedad. Esta declaración de principios quiere ser también una muestra de rendida admiración por Lázaro Zamenohf, el creador de un lenguaje que deberíamos hablar todos los habitantes del planeta Tierra. Es muy probable que si el esperanto  fuera la lengua de uso universal, aparte de la lengua local de cada cual, más de una guerra y enfrentamiento violento se habrían evitado o se evitará, tiempo futuro que no debemos olvidar.
El esperanto, para algunos un invento fruto de la extravagancia de un raro, es una lengua perfecta; sin tropiezos gramaticales apenas, no hay declinaciones ni irregularidades y cualquiera puede aprenderlo dedicándole unas pocas horas semanales. Lo más importante es que esta lengua creada por Zamenhof es  una oportunidad para salvar las diferencias lingüísticas que nos dividen.
 
En julio de 1887 se publicó en Varsovia el primer libro en esperanto, Internacia Lingvo (lengua internacional), publicado bajo el seudónimo de "Doctor Esperanto
El objetivo del médico polaco era cumplir con su ideal de fraternidad universal  que se inspiraba en el respeto por todos los seres humanos sin distinción,  para alcanzarlo era preciso  facilitar  la comunicación verbal. Que  cualquier lugar del mundo fuera nuestra patria, que nos uniera el habla, esa conquista evolutiva que convierte el lenguaje en un instrumento sofisticado, elegante y bello con el que manifestamos ideas, deseos  ilusiones y necesidades.         

Detrás de la creación de Zamenohf,  oftalmólogo polaco que se educó en Rusia y que, sin ánimo de hacer chiste, fue un visionario a la altura de un Tesla o Einstein,  reina un conocimiento, quizás intuitivo, de la profunda influencia de la lengua que hablamos sobre  la realidad  y viceversa.

 
Se dice en el Talmud que las lenguas importantes en el mundo son cuatro: griego para cantar, latín para guerrear, siríaco para honrar a los muertos y hebreo para hablar.
Variaciones sobre esta sentencia se encuentran en textos históricos, leyendas populares y  afirmaciones como la de Louis Le Laboureur, gramático francés del siglo XVII, quien tras años de estudios, vino a afirmar lo siguiente: nunca puede ser oscuro el francés porque los franceses seguimos en nuestra lengua el orden de la naturaleza que es el orden de nuestro pensamiento; también Brunetière, quien en 1894 se dirigió a la Académie Française en su discurso de ingreso de tal manera:  el francés es la lengua más clara,  más lógica  y transparente que el hombre haya hablado jamás.

 
Podemos encontrar perlas semejantes en todas las culturas, épocas y  tradiciones lingüísticas. El hablante cree, con fe religiosa, que su lengua es superior, mejor, más útil, funcional y expresiva que el resto de lenguas, sobre todo la del vecino, que suele ser una birria andante. Por poner un ejemplo de majadería en torno a una lengua, valga la del  lingüista danés Jespersen, que opinaba que el inglés era muy superior al francés: “porque el inglés es una lengua metódica, eficiente, sobria y lo mismo que es una lengua es una nación” por lo visto, los ingleses le molaban.      
En After Babel, George Steiner defendió que las lenguas con   tiempos verbales futuros aseguran el porvenir del pueblo que los habla, o al menos,  dan esperanza sobre la existencia de un tiempo  más allá del hoy, circunstancia según él,  que salva a las naciones con lenguas de “futuridad articulada  del suicidio generalizado.
Ha resultado que la  argumentación de Steiner,  escrita en 1975, tiene mucho de profético pues  desde esa fecha han desaparecido docenas de lenguas que carecen de temporalidad futura. Quizás no sea por eso, sino porque eran habladas por tribus que fueron invadidas por otras tribus con más influencia en el territorio o simplemente porque no era una lengua útil para sus hablantes.

Los últimos estudios sobre lingüística y neurolingüística refieren que no existe ni una sola lengua terrestre que no comparta la misma gramática subyacente,  basada en idénticos conceptos. Un descubrimiento que dinamita el prejuicio de que las lenguas nos hacen distintos. La lengua materna tiene una influencia insignificante sobre nuestra manera de pensar porque –ahí viene lo demoledor para amantes de la diferencia entre etnias y pueblos- los seres humanos pensamos en términos tan parecidos que son inidentificables, hables el arameo, el alto alemán o el  chino mandarín.
El próximo 15 de diciembre se conmemora el nacimiento de Zamenhof (1859). Se celebrarán actos en todo  el mundo. Lecturas en esperanto, encuentros y reuniones donde se hablará la lengua de creación artificial entre personas de muy distinta procedencia e idioma.
He de decir que muy cerca de donde vivo, en Sant Pau d’ordal, Subirats,  tiene la sede el museo de esperanto con abundante documentación sobre el origen y evolución  de esta lengua. Su fundador fue el farmacéutico Lluís Hernández Yzal, que nació en 1917, el mismo año en el que murió Lázaro Zamenhof.
 
 
 
Visité el museo hace unas semanas y  es asombrosa la cantidad de literatura  escrita en esperanto, las miles de postales procedentes de todo el mundo; carteles preciosos de mediados de siglo XX, anunciando los congresos que se celebraban, algunos en Barcelona; y la  historia sobre el empuje que tenían las sociedades esperantistas, sobre todo en Cataluña, en la década de los años veinte y treinta del siglo XX.
 
En la actualidad hay dos millones largos de esperantistas. Existe una red internacional de acogida -gratis-con domicilios y teléfonos de contacto. Todo por amor a la lengua y sus ideales, hoy pasados de moda. Un esperantista tiene como orgullo abrir su casa y ser el anfitrión del extranjero, hermano de lengua. Se puede viajar por todo el mundo sin pisar un hotel, de casa en casa, disfrutando de la amistad sin otro interés que extender  una lengua que nos abre la mente y el corazón.    
 
Esperanto mi ŝatas. Gracoj, Lázaro Zamenhof (El esperanto me gusta. Gracias, Lázaro Zamenhof)

sábado, 30 de noviembre de 2013

NaNoWriMo no es el nombre de un extraterrestre


Página del Manuscrito Voynich
 
Hoy, a las 12 de la noche,  acaba el plazo para la presentación de novelas que cumplan los requisitos que exige el National Novel Write Month (NaNoWriMo)
Desde 1999 se celebra la  ocurrencia de escribir una novela con un mínimo de 50.000 palabras en el plazo de un mes justo, siempre en  noviembre. Los aspirantes no pueden insertar párrafos ya escritos,  y desde luego, nada de copiar y pegar. Escribir un promedio de 1.667 palabras diarias, salidas del propio caletre hasta llegar a las 50.000. Ese es el desafío.
Los 213.000  inscritos de este año han podido enviar su  novela, mediante  fichero electrónico  una semana antes de finalizar el plazo para que la organización tenga tiempo de validar la hazaña. No hay controles ni medio  de saber que los participantes han respetado las bases.
 
El premio consiste en un certificado de  ganador del  NaNoWriMo,  en el que se acredita que se  ha escrito una novela. En la web oficial, en la cabecera figura el lema de la organización: ¡el mundo necesita tu novela! Y un escudo de armas que representa los símbolos del oficio.
Los organizadores no dejan pasar día  durante todo el mes de noviembre, en el que no  animen a los concursantes: un día es una frase inspiradora, el siguiente  una truco para escribir mejor y más rápido y así hasta hoy.  Altruismo y filantropía son las  virtudes sociales que comparten escritores y organizadores porque todo es gratuito y el premio  es un tarjetón electrónico.
Es una cosa muy bonita, me dijo una  tía mía, muy aficionada a los grandes novelones del XIX, cuando hace unos días le expliqué que aún queda gente, postulantes a escritores, que no pretenden otra cosa que escribir; ganar dinero o notoriedad, ni fu ni fa, para ellos. Personas anónimas que pasa treinta días con la comezón de contar las palabras y el orgullo de sentir que está creando una historia, como Tolstoi.  El mundo no es bonito, o lo es para unos pocos,  pero no para quien quiera ganarse la vida con la literatura, o simplemente para quien necesita ganarse el pan. Le contesté a mi tía, para mis adentros, que no voy a quitarle la venda de los ojos a estas alturas.
  
En la web de NaNoWriMo  hay una pestaña para que los escritores novatos encuentren su empresa de edición, por unos cientos de euros se encargarán de digitalizarla  y sacarla en papel. Un negocio como otro cualquiera. Así que no todo es tan desinteresado. Veamos  la distribución de participantes  por zona geográfica:
Egipto, 3987
Grecia,  523
Finlandia , 3620
Holanda y Bélgica,  8639
España, 2959
Canadá,  Reino Unido y Estados Unidos se llevan la palma, son los países que más participantes tienen. Y Australia, que tampoco es manca.
Las preguntas, como los acontecimientos de algunas de esas novelas, se precipitaban en mi cabeza a medida que avanzaba en el conocimiento del proyecto NaNoWriMo  ¿Necesita el mundo 213.000  novelas más?  ¿Quedará  algún argumento sin pillar?  ¿De qué tratan las 407 novelas escritas en  Busan, ciudad de Corea del sur? ¿Y las 154 de  Wairarapa, Nueva Zelanda?  ¿Y los griegos? ¿Qué pasa en Grecia  para tal desgana literaria?  En cambio,  Finlandia con apenas cinco millones y medio de habitantes, escriben  como descosidos. ¿Qué contarán?
 
 
¿Habrá entre todos los que se han presentado un nuevo Alejandro Dumas?  Sí, de la misma pasta que quien escribió  El caballero de la Maison Rouge, en tres días.  ¿Un Simenón, quizás?  La gloria belga  que no bajaba de  una novela por  semana. Ambos entretejían unas tramas que son una muestra espléndida de genio e imaginación.  Estoy segura de que alguna novela asombrosa –por lo rara-  o deslumbrante –por lo inventiva- hay entre las 213.000 que han llegado a las 50.000 palabras.                 

domingo, 10 de noviembre de 2013

El Imperio Galáctico a la busca del tiempo perdido


Utriusque Cosmi II, 1617. Robert Fludd



El archifamoso economista Paul Krugman, afirma que la fuente de inspiración de su Economía internacional, fue la lectura de Las Fundaciones, saga galáctica escrita por Isaac Asimov. Tiene  su gracia que, tan venerable obra de ciencia ficción, se halle en el origen de una de las voces que más influyen en quienes dirigen la política económica.
 
Conque esas tenemos, me dije, ya no sabe Krugman cómo llamar la atención. Tecleas su nombre en Google y aparecen 31.000.000 de enlaces que lo señalan y diseccionan su vida y obra. ¿Una personalidad enfermiza e insaciable que pide más y más fama? ¿Una boutade para reírse de los mercados?  Creo que no, intuyo que dice la verdad.
 
 
 
Disfruté de Las Fundaciones y de otros libros de Asimov en mi adolescencia, sobre todo en los viajes de metro y autobús cuando  era estudiante. En los manoseados volúmenes, que siguen vivos en la estantería, está escrita la historia de la humanidad futura y pasada.
La trilogía de Las Fundaciones, en realidad son siete libros que empezaron a publicarse en 1942 y finalizaron en 1992,  Asimov cuenta el devenir de una civilización cuyo centro está situado en  Trantor, capital del primer Imperio Galáctico.   
 
La trama es la siguiente: la humanidad hace tiempo que ha abandonado el sistema solar para colonizar veinticinco millones de lejanos planetas. Trantor es la capital de este colosal imperio, que está a punto de derrumbarse. La Fundación -un ente de sabios, para entendernos- conoce el futuro gracias a la psicohistoria, una disciplina con capacidad predictiva sin errores. La humanidad se verá sometida tras la caída del Imperio, a una época oscura de grandes sufrimientos que durará treinta mil años de horror y barbarie.  La Fundación decide que hay que acortar ese atroz futuro, reducirlo a mil años.
 
Seldon es el matemático que ha creado la psicohistoria.  Los enciclopedista se han refugiado en Términus, un planeta muy alejado de Trantor, el objetivo es que dure poco el cataclismo y evitar de paso, revueltas muy peligrosas para la supervivencia del sistema.  En la primera -y pronosticada-crisis Seldon, desaparece parte del bienestar y de los recursos energéticos para  trillones de humanos. Los supervivientes, treinta años más tarde han sacralizado la tecnología, los científicos son los sacerdotes de la nueva religión y su función principal es mantener, con sus dogmas, el orden galáctico.
 
 
 
Terminus, detenta en esta fase la hegemonía mediante la economía y la ciencia, después de varias crisis  Seldon a lo grande, el control pasa a ser de los comerciantes. En la última parte del ciclo, el Imperio se ha convertido en una dictadura, surgen resistentes contra el poder  que están dotados con poderes psíquicos, y que la psicohistoria no ha podido predecir porque esa variable no existía antes.         
 
 
Asimov estaba dotado de una energía intelectual y física prodigiosa. Escribió ciencia,  historia, y todo lo que cupiera en su curiosa mente, amén de novelas de ciencia ficción que se han convertido en míticas; era inabarcable su saber y su ironía, a veces inocentona, siempre me gusta. Para muchos, entre quienes me cuento,  es un escritor asombroso, no tanto por su  técnica literaria, sino por su capacidad y habilidad divulgativa; y también por su visión, tan acertada, sobre el futuro de la técnica y de la sociedad humana. Cuando releo algunos de sus libros, sigo pasándolo bien, un piropo muy sentido que está destinado solo a un restringido club de autores.
 
En Las Fundaciones, Asimov  desarrolla un futuro muy plausible que mira con atención la historia, sin duda, su vastísima erudición le permitía recrear la visión de una sociedad fuera del sistema solar, pero reconocible y siempre actual porque  los conflictos morales son intemporales y los imperios se parecen unos a otros como dos gotas de agua.
 
Claro que Paul Krugman bebió de Las Fundaciones, hay en el ciclo de novelas una permanente tensión entre la cooperación y el egoísmo; la lucha por el dominio  y el control de los recursos; el poder y la libertad personal en épocas de escasez; el amor, el perdón, los sueños y  un deseo universal de alcanzar mejor vida. Enfrenta religión y ciencia, y defiende la condición trascendental que impulsa el espíritu de la humanidad hacia confines desconocidos. Un chollo de inspiración para los que se dedican a las ciencias sociales.
 
¿Qué como acaba la historia del Imperio Galáctico?  La pista son las leyes de la robótica, creadas también por Asimov y tenidas hoy muy en cuenta en el desarrollo de los programas de inteligencia artificial.
 
La psicohistoria, examinaba las variables sociales económicas e históricas para diagnosticar el futuro, exactamente la idéntica pretensión de los economistas, esos gurús científicos  que, como bien dijo otro del gremio y también premio Nobel: la economía es un ciencia casi tan rigurosa como la astrología. 
¡Ah, me olvidaba! para que la psicohistoria se cumpla es imprescindible que la humanidad ignore el resultado del análisis, porque, en caso contrario, se fastidiaría la predicción.      
 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Encadenados


Encadenados. Alfred Hitchcok


Como el niño protagonista de El sexto sentido, yo también  veo muertos. Lo malo, o lo bueno para ellos,  es que están vivos y lozanos en apariencia ¡Mecachis!  me digo, y no porque sea necrofílica o algo peor,  sino por razones de interés social. Me gustaría que  fuera una experiencia paranormal, o sea un delirio o cosa extraña y no  lo que es en realidad: una experiencia ordinaria que me causa  zozobra y cierta desconfianza en mis facultades.  

Escritores de distopías, cito a los más conspicuos: Orwell y Huxley,  trazan un futuro humano muy desagradable, en el que la sociedad es dirigida por un poder que se ha propuesto despojar a los individuos de particularidades personales,  aquellas que nos diferencia y nos hacen tan especiales y únicos, usando la fraseología al uso  en  la psicología de suplemento dominical. Más aún, el objetivo es eliminar la consciencia individual, tal como  aparece en las novelas 1984 o Un mundo feliz. Un totalitarismo que es mansamente aceptado porque la mayoría cree vivir en el mejor de los mundos.  

En las sociedades distópicas  la gente es feliz. Y lo son porque han sido debidamente drogados  para evitar que conozcan la realidad. Los seres humanos, en su mayoría,  viven en la santa ignorancia y  se convierten sin saberlo en instrumentos de un poder que, no contento con dirigir la vida ajena mediante mil argucias casi  indetectables, se complace en crear la ficción de que la felicidad espera  a la vuelta de la esquina; o con más retorcimiento todavía: que la dicha habita entre nosotros y simplemente hay que saber encontrarla.
Robert Nozick, que es un filósofo, ha escrito sobre la posibilidad de que la humanidad en un futuro no muy lejano, ¿quizás está ocurriendo ahora? disfrute de  la opción  de vivir en un mundo feliz y sin incertidumbres de ninguna clase. Como Nozick es un filósofo, permite el libre albedrío, así que abre la puerta para que, en esa sociedad del futuro, quien quiera saborear la desgracia pueda experimentarla sin obstáculos. Afirma que está seguro de que la mayoría de la humanidad elegiría vivir la cruda realidad, la insatisfacción, el dolor y  todos los padecimientos propios de la vida, antes que  estar conectados a la máquina de  la felicidad, ese diabólico cacharro  que suministraría placer y bienestar a destajo.
Pero, criatura, le recrimino, en un diálogo imaginario con el filósofo ¿tú, en qué planeta vives? ¿Qué libros lees? ¿Qué clase de vida tienes?  ¿Qué amistades frecuentas? ¿Qué ingieres? Y me enfado con él porque me parece que, en su propuesta, descubre su propia ignorancia sobre  la naturaleza humana. Imperdonable defecto para un profesor de Harvard encumbrado como uno de los pensadores más influyentes del siglo XX (y seguro que también del XXI)   Nozick  afirma que el ser humano, a pesar de que la evidencia empírica e histórica indica lo contrario, rechazaría esa droga universal de la felicidad para seguir lamiéndose las heridas y  luchando por la supervivencia, con plenitud consciente  de sí mismo.
En fin, quería escribir sobre cómo hemos llegado a una sociedad del primer mundo en la que, sí, efectivamente, estamos conectados a una máquina. Percibo que los escritores distópicos del siglo pasado fueron unos linces y que se habrían podido ganar el sustento como videntes. A veces siento un repelús cuando estoy frente a la pantalla, esa que miro ahora, o me mira ella a mí; la  misma que  suministra información indigerible por nuestro cerebro limitado. Me digo que a lo mejor vivimos en una ficción: la de pertenecer a una sociedad de seres libres  y que, ilusionados con este juguete, creemos gozar de relaciones virtuales que reafirman nuestro ego: amigos que contamos por centenas o por miles, incluso algunos dicen tener millones.  
Mi sospecha distópica es que en ese pandemónium de información y relaciones multiformes, alguien nos observa con mucha atención. Aunque tengo la fantasía de que, de vez en cuando, haga la vista gorda. Los de mi misma especie, aquellos se cruzan en mi camino encadenados a sus  auriculares y móviles, a las pantallas y teclados, me parecen seres ectoplasmáticos que ni sufren ni siente; muertos que ensayan esta variedad de no-vida cibernética. En cuanto a los escritores y filósofos mencionados, dispongo de una insignificante certeza: Huxley intuía más y mejor  que el pazguato de Nodzick.  
Vamos a toda máquina, montados en nuestras tabletas y computadoras de pantallas táctiles hacia  una tierra prometida, en la que nuestra existencia, pasada y presente es un libro abierto, la cuestión es que no tenemos ni idea de quién es el escribiente  y cuál será el próximo capítulo de esta saga. Y sin embargo, queremos seguir atados a la máquina, una adicción en la que nos dejamos las yemas de los dedos, los ojos y quizás algo peor.   

sábado, 28 de septiembre de 2013

Los necios conjurados



La balsa de la Medusa.Theodore Géricault, 1819.

Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificarse por este signo: todos los necios se conjuran contra él” 
La cita es de Jonathan Swift y  abre La conjura  de los necios, novela excepcional de John Kennedy Toole.  Las palabras del  Swift son una pista de lo que nos vamos a encontrar en esas casi 400 páginas, escritas por un hombre en plenitud de sus  atributos intelectuales a los que hay que añadir  la clarividente percepción de lo que es la sociedad occidental.

Que la trama arranque en los años sesenta, en el  sur de Estados Unidos,  con el trasfondo de  la lucha por los derechos civiles de los negros, puede confundirnos, llevarnos a creer que es otra época, que queda lejos, otro siglo. Es un espejismo que se desvanece al ritmo de avance de la lectura, descubrimos que estamos ante  mundo reconocible,  calcado al que vivimos en este primer tercio del siglo XXI. Es la prueba, el pañuelo manchado de sangre, de que la sociedad permanece invariable y solo lo accesorio cambia: las tontunas que atan nuestro bienestar  a un modo de vida que es una semilla estéril,  por donde asoma el fruto de la felicidad en forma de tablas del Producto Interior Bruto  y velocidad en las comunicaciones.  
Pavel Kuczinsky, 2007.
 
 
La Conjura de los necios, como los dramas de Sófocles, las tragedias y comedias de Shakespeare, el novelón de Cervantes y tantas otras obras clásicas,  son nuestra filosofía perenne  porque nos muestran la inmutable clase de cenutrios que somos, cómo estamos destinados a sufrir y, sin embargo, nos partimos el pecho por seguir agarrados, como desesperados a esa balsa que echa aguas y que tiene un nombre, borroso, grabado: Progreso. 
Vivimos sobre un volcán cuya superficie hace rato que exhala fumarolas tóxicas  y calienta las plantas de nuestros pies.  La Historia  de la evolución social y  económica de la humanidad  es un colador de fraudes y mentiras, de suposiciones y sobreentendidos. La resistencia del pensamiento humano al cambio,  favorece el pensamiento adocenado, que se acepte de manera masiva que estamos en el único camino posible y que la historia es tal y como nos la están contando. 

La recurrencia de las  crisis sociales, las guerras, el odio interracial, el despilfarro de bienes, el sentimiento de superioridad nacional, religioso, étnico  y/o cultural son la evidencia de nuestro fracaso como especie. No avanzamos, estamos una y otra vez cometiendo idénticos errores para nuestro propio perjuicio. No se puede ser más tonto.        
 
 

Como diría el personaje de Sheldon, el físico maniático de la estupenda serie Big bang, con cada gran crisis social, económica y política, nuestra especie, organizada en tribus (países en la versión jurídica evolucionada) recibe un colosal  ¡zas en toda la boca!
Y aún desdentados, derrotados  y ridículos,  nos empeñamos en volver sobre los mismos pasos.      
 
 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Cantar la historia






Cuando se lee literatura clásica, por curiosidad, para buscar una cita apropiada, por casualidad, porque no hay otra cosa que llevarse a los ojos; por cualquier circunstancia  en la que nuestra elección ha sido, por decirlo de alguna manera, empujada hacia un texto clásico, sin que exista un previo interés en el exclusivo disfrute de la lectura, se produce, al menos en mi caso,  asombro ante el despliegue de la  acción narrativa, de la perspicacia y comprensión de la naturaleza humana y de los conflictos que marcan nuestra existencia.

La sensación es que  los narradores sabían o al menos intuían, algo que nosotros, hoy, en una sociedad tecnologizada e hiperinformada  ignoramos. Nuestra cultura abreva una y otra vez en las fuentes sin llegar a saborear, a localizar el elemento  que convierte ese preciado líquido en perenne sabiduría, que no se marchita y que reverdece con cada generación.
¿Por qué Ulises, Electra, Caín, Horus, el Minotauro o, ya más tardío, el potente relato de  La Divina Comedia, son resucitados una  y otra vez?
 
 
 
 
La Divina Comedia. Giovanni di Paolo, 1444
 
Quizás porque nos muestran el lado oculto de lo que somos y esa revelación constituye un santo y seña con el que es  posible atreverse a vencer el miedo, perseguir una ilusión, derrotar el Mal, enfrentarse con las infinitas desgracias  que nos acompañan, y lo hacen mediante  una clara invocación al poder que no vemos pero que está siempre presente.
El Universo  gobernado por  fuerzas invisibles acude para echarnos una mano siempre que reconozcamos su existencia. Es el poder del Mito, que nos alimenta incluso a pesar de nosotros mismos.

Ahora  importa la Historia  con pretensión de ciencia  objetiva y científica, queremos saber lo que ocurrió de verdad, imponer orden cronológico a la catarata de sucesos caóticos e incesantes de los que recibimos información al segundo, sin que nos vincule el conocimiento que subyace en el drama o la comedia, es imperioso olvidar rápido para sobrevivir a lo que está desprovisto de poder simbólico y que se sirve en un único plano descriptivo.      
 
Catal Huyuk, Anatólia
 
En las sociedades pretecnológicas, lo narración del drama consistía en ligar el significado con el acontecer diario  como clave para afrontar la repetición que tendría lugar en un tiempo futuro, porque el tiempo no se percibía lineal, sino como  un círculo, la rueda que nunca se cansa girar.
 
Un hecho  fundamental y fundacional  en las primeras sociedades humanas  era cantado con todo detalle, generación tras generación, sin apenas cambios, porque era un relato sagrado que no solo entretenía,  también  mostraba un modelo social de comportamiento y un manual para acercarse a lo desconocido, inexplicable y misterioso  de la existencia humana.       
Algo mágico nos une con nuestro pasado mítico, las intuiciones se revelan verdaderas para pasmo de estudiosos. Ocurrió con Schliemman que creyó a pies juntillas en la veracidad del relato Homérico. Tal era su fe, que se propuso hacerse millonario -lo consiguió- para dedicarse sin preocupaciones económicas a  seguir un texto  de más de dos mil quinientos años de antigüedad y  pagar las excavaciones. Su pasión, unida a la colosal   inteligencia que poseía  y, quizás alguna ayudita de Paris o Helena, le llevaron  hasta  el lugar exacto donde se hallaba Troya. Aquello fue lo nunca visto, la sociedad arqueológica internacional no tuvo más  remedio que reconocer el mérito de quien no había pisado una Universidad en su vida y era visto como un estrafalario con la cabeza llena de pájaros.      
 
 

En su libro Nueve Vidas, de William Dalrimple, se  explica un caso  pasmoso de  intuición, esta vez de un joven estudiante de  lenguas clásicas, Milman Parry.  En las largas jornadas de estudio en la universidad de Cambridge,  en Massachusets, imaginó  que las obras de Homero, el cimiento  de la literatura occidental, fueron en su origen poemas orales. Por loco lo trataron, pues se consideraba imposible que miles de versos fueran memorizados y  repetidos durante cientos de años sin cambiar el sentido y las palabras de la narración.  

Parry descubrió que en los Balcanes  quedaban bardos que se sacaban unas perras recitando poemas épicos en los cafés turcos.  En el año  1933 se dedicó a viajar por Yugoslavia,  recogió  miles de poemas heroicos y epopeyas que en los años treinta aún se recitaban con éxito.
Por ejemplo,  conoció a un anciano bardo  que relataban sin cambiar una letra,  un poema épico de 16.000 líneas,  jamás se  equivocó, tal como comprobó Parry  durante los meses  en los que estuvo presente en sus actuaciones de café;  también grabó  en más de media tonelada de discos de aluminio las hazañas memorísticas de los últimos cantores épicos yugoslavos.
 
 
 

Su teoría se abrió paso  cuando pudo demostrar  que, efectivamente, era posible, transmitir  durante siglos y con extrema exactitud, un relato de características semejantes a los poemas  homéricos.  
En la India,  en los años setenta y resistiendo el invasión  de la tele, un bardo era capaz de recitar sin trastabillar el Mahabharata, que equivale a la Ilíada, la Odisea y la Biblia, todo en uno. Una dimensión narrativa estratosférica que el bardo repetía durante sucesivas  noches en rituales de puja, sin alterar una letra.
Los bardos compartían una característica imprescindible para el oficio: eran analfabetos. El hecho es que los bardos que posteriormente adquirieron las habilidades de lectura y escritura, vieron cómo se esfumaba su capacidad para recitar.        

 

domingo, 4 de agosto de 2013

Teatro de verano 3

Último vídeo dedicado a destripar tramas,  en los que hay más verano que teatro.

Cierro esta tríada de parloteo con Fausto de Goethe.


"Sí, por entero me entrego a ese designio, que es la última palabra de la sabiduría:  merece libertad y vida quien diariamente sabe conquistarlas"