domingo, 4 de agosto de 2013

Teatro de verano 3

Último vídeo dedicado a destripar tramas,  en los que hay más verano que teatro.

Cierro esta tríada de parloteo con Fausto de Goethe.


"Sí, por entero me entrego a ese designio, que es la última palabra de la sabiduría:  merece libertad y vida quien diariamente sabe conquistarlas"  





miércoles, 3 de julio de 2013

Teatro de verano 2



Ruskaia Gunai Zamonovitz

Drama zarista de amor y miseria

Enrique Jardiel Poncela.


Como escribí en la anterior entrada, este verano solo tengo intención de colgar los vídeos de las obras de teatro que me gusten, pocos, no más de tres vídeo. 

Desactivé los comentarios en la anterior entrada y en esta no he recordado que debía repetir la operación. Gracias por las visitas. Por circunstancias personales no puedo dedicarme tanto como quisiera al seguimiento de blogs ni tampoco a este. Así que espero que en septiembre pueda recuperar el ritmo habitual. Un abrazo, amigos.      


miércoles, 5 de junio de 2013

Teatro de verano 1

 
 
Llega el momento  de abandonar  el blog en su formato habitual. A partir de hoy y hasta finales de verano he decidió  no colgar entradas, desactivar comentarios y pasarme al vídeo.

Voy a leer teatro y quiero contarlo, de principio a final. Espero no superar los cinco minutos.

Colgaré los vídeos en los que destripo la obra elegida y  tal como salga de la cámara de foto así  se verá. No voy a retocar ni mejorar la imagen y el sonido, salvo que, como ha ocurrido esta mañana, intervenga un espontáneo, por ejemplo un ciclista saludando a grito pelado. Cuando  explico el primer acto hay un corte de unos segundos. Tampoco escribiré una palabra en las siguientes entradas, solo contaré la obra.   

La intención es que durante el verano pueda colgar los vídeos hechos con la cámara de fotos allí donde me encuentre, sin editar ni escribir entradas. Una diversión como otra cualquiera y una manera de leer teatro con la motivación impagable de poder contarlo.  
Intentaré visitar  los blogs que me gustan y olvidarme del propio hasta el final del verano.
Muchas gracias y  disfrutad, si el tiempo lo permite y la autoridad competente no lo impide. ¡Auuuuuu!    
 
Invitación para el estreno de Freshwater  de Virginia Woolf  en 1935
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 

miércoles, 8 de mayo de 2013

El alma del mundo




En La tentación vive arriba, de Billy  Wilder,  el marido ha enviado a mujer e hijos de vacaciones. Al principio, se las promete muy felices  en su apartamento  de soltero circunstancial.
Imagina una apasionada aventura con la vecina.  La dicha es breve porque el teléfono y los encargos se hacen cada vez más insidiosos. Hay que enviar un palo de remo  al  pueblo de veraneo para que el niño pueda salir a navegar. Punto  clave en la trama son las  fiestas en el pueblo.  El marido  inicia un desastroso acercamiento a la espléndida vecina,  Marilyn Monroe,  pero el miedo a ser descubierto y  la noticia de que también está en el mismo pueblo un amigo muy servicial, le amargan la vida. 
¡Ah, qué malo es Wilder!  La esposa está con los niños y con los amigos, uno de ellos es un seductor a quien el marido teme más que a un nublao, y mientras anda en su aventura inocente, no puede sacar de su cabeza al mocetón que entretiene a su mujer.  Está seguro:  en su mente ve la escena del pecado: sobre un carro  de heno retozan la  adúltera con el don Juan de medio pelo.  Avanzando  retrocediendo,  se repite a sí mismo en la película a propósito de los escarceos del amigo, convertido en odiosa amenaza.
 
 
 
 
 
Ese avanzando retrocediendo, latiguillo que he hecho mío, es lo que me ocurre con algunas de las lecturas que me aproximan a un conocimiento,  que confío voy a encontrar  en determinado libro, para desvanecerse en cuanto  piso las últimas páginas.
Avanzando retrocediendo,   se ha quedado  en una anécdota después de leer un texto  que recomiendo a quienes tengan ganas de saber  fuera de los cauces convencionales. Puedo decir que he avanzado después de leer  El fuego secreto de los filósofos, de  Patrick Harpur, publicado por Atalanta.
 

Escalera de Donato D' Angelo Bramante. Museos Vaticanos

El autor  se ha empecinado en abordar  el Saber humano sin prejuicios. Pretende rescatar el alma del mundo y  el inconsciente, condenado este último a habitar en las sombras. A primera vista puede parecer esotérico, sin embargo está muy lejos de la charlatanería.       
Su relato  se inicia con un análisis de las leyendas sobre seres daimónicos,  donde conviven hadas, trolls, elfos, gnomos, espíritus presentes en la naturaleza. Sigue adelante con autores que sacaron su inspiración para la  creación de su obra, gracias a una percepción muy afinada, una doble visión mística, que comparten  Platón,  san Juan de la cruz, William Blake,  el poeta sufí Rumi, Yeats, Wordsworth o Ibsen.

Harpur nos plantea una propuesta: cambiar un modo de pensar heredero del racionalismo cartesiano  por otro en el que esté presente la duda, la incertidumbre, la Sombra y, sobre todo, la imaginación y lo simbólico.  Y no es una locura, en vista de que  se está abriendo camino la teoría de las supercuerdas que habitarían un espacio-tiempo  de diez dimensiones, y en otra versión de la misma teoría ¡de veintiséis dimensiones!  Casi es más difícil  creer en las supercuerdas  y sus consecuencias  que en la existencia de espíritus.  Nos explica que la  posibilidad de que exista una versión exacta de nuestro universo no es una fantasía en la física actual.  En este segundo universo,  las   partículas idénticas  a las que, por ahora, conocemos  podrían ser capaces de interactuar con nuestro mundo.  El párrafo que sigue es parte del epílogo de El fuego sagrado de los filósofos   
"El objeto de un secreto es evocar una sensación de misterio, movilizar todas nuestras facultades y azuzar nuestro amor propio. Nos atraen con un señuelo, e incluso  nos engaña induciéndonos  a emprender una búsqueda  cuyas pruebas terribles  de otro modo nos disuadirían. Nos ponemos en camino  en busca del conocimiento y el poder ocultos que creemos que el  secreto nos conferirá, pero descubrimos  por el camino  que esas cosas son imágenes de una sabiduría y una gloria que no podíamos imaginar al principio"

En La Leyenda de la ciudad sin nombre,   Lee Marvin  pronuncia una frase que es  digna de figurar en este libro, entre otras cosas porque Harpur hace un repaso de la manía que tiene la humanidad de dividir  el mundo en dos categorías. Atentos al diálogo y a la maravillosa canción que es un himno a lo secreto, misterioso y transitorio de nuestra existencia. 

 
 

martes, 16 de abril de 2013

Escribir, leer y vivir del aire



Libros, puertas. Rob Gonsalves

Revolver entre libros viejos y  pasear  por  las ciudades, las que conozco y las que quiero descubrir,  sin objetivo determinado,  forma parte de lo que para mí significa la joie de vivre, y lo digo en francés porque acabo de leer dos novelas de Patrick Modiano  y es tanta la melancolía de sus historias que necesito  unas risas para volver a mi ser y lo expreso  en esa lengua preciosa,  con la que el escritor nos cuenta  la etapa fundacional  de su vida, la que sin haberla vivido, nació en 1945,  recrea en los años treinta y durante la ocupación de París por los nazis;  la ausencia del padre y  el desarraigo de los personajes que habitan las tristes pensiones con ventanas desde las que solo se ve  la lluvia y el cielo gris. Paisaje emocional más alicaído no se puede.
Así que  hoy no voy a recomendar a Modiano,  quizás mejor dejarlo para el otoño, cuando las tardes de verano nos hayan dejado con ganas de paraguas  y  ansia de ponernos  ese abrigo con el que tan bien nos sentimos.  Será, sin duda, el mejor momento para leer Flores de ruina, que ya con el título nos avisa de lo que vamos a encontrar, y Perro de primavera,  ambas novelas en la línea habitual  film noir, con mucha gabardina y ganas de amargarnos el día.


El destino es muy listo como decía la portera del edificio donde viví cuando era niña. El tiempo me ha demostrado que el destino no es el nombre de un señor y que  esa mujer conocía  de la vida más de lo que aparentaba, teniendo en cuenta que no había salido de un convento hasta cumplidos los sesenta años.  El destino siempre amaga  una sorpresa, verbigracia, la otra tarde, que no llovía, y hacía un calor anticipatorio del bochorno mediterráneo que se nos echa encima,   en una librería convencional en la que entretenía una espera,  entre los estantes de best-sellers,  mazacotes  de tapa dura, encontré un cuadernillo de apenas  setenta y cinco páginas, tamaño agenda de teléfono, de las que en época predigital  se llevaban en el bolso.  Un niño perdido entre la multitud. Con razonable esperanza me hice con él: Libros y libreros en la antigüedad. El autor es un escritor mexicano,  Alfonso Reyes. La editorial es Fórcola, que  no conocía y que empieza bien.  
El libro es una versión abreviada del que escribió  H.L Pinner en 1948: The world of books in classical antiquity.  Qué diversión, qué placer la lectura de  anécdotas y  erudiciones librescas que se remontan a griegos y romanos, contadas con cierta sequedad, de acuerdo,  pero  después de leer a Modiano ha sido como ir al baile de la Rosa y convertirme en la reina de la fiesta después de haber estado podando un camposanto. 
En su esforzada lucha por ganarse el pan, los autores  de hace más de dos mil años son tan parecidos a los actuales,  que una se pregunta la razón por la que tanta gente persigue escribir libros y, lo más raro, que tengan la ilusión de vivir de la escritura.
Cuenta Alfonso Reyes que  Juvenal  se refería a la “hueca fama  como único consuelo de los escritores, a falta de contraprestaciones económicas suficientes para vivir con decoro.  Y  a todo ello hay que añadir que ni había protección legal que amparase el derecho de autor, ni  el plagio  tenía la consideración actual, de hecho, las leyes de propiedad intelectual se remontan a poco más de de doscientos años.
Estaba tan asumido el plagio y la apropiación de escritos, que el mismísimo Quintiliano  cuando publicó sus clases, harto de ver sus palabras en boca ajena, disculpaba esa mala costumbre de sus alumnos de la siguiente manera:  creo que los jóvenes lo hicieron como prueba  de su estimación hacia mí”  
Sin contar los fraudes normales que debían soportar los escritores, por ejemplo, si era un famoso como Marcial, su nombre se estampaba en rollos escritos por otros que no gozaban de tanto aprecio popular.  Otra argucia  de los libreros de viejo consistía en meter semillas de ciertos cereales entre los rollo para dar apariencia de más antigüedad, incluso hubo alguno que intentó vender la Odisea  original, en cómodos rollos muy decorativos.  
¿Alguien se atreve a afirmar que hoy son tiempos difíciles para la literatura?  

domingo, 31 de marzo de 2013

Allegro sostenido II





Extracción de la piedra de  la locura. El Bosco, 1475.

Me ha costado más de un mes decidirme a escribir este post.  He cambiado de intención media docena de veces, primero era sobre tal libro, luego el otro, después el de más allá.  Y mientras tanto, la lectura de los blogs que frecuento me  ha  tenido distraída y  con la idea de que no hay en este planeta nada sobre lo que alguien no haya escrito antes.

En el capítulo anterior, invitaba a la lectura de Carlo Cipolla, que entre risas y verdades, nos advertía  de la incorregible  naturaleza humana, siempre inclinada a la tontuna,  con una loca adicción a resolver conflictos –o dejarlos estancados-con el objetivo, confesado o no, de evitar el beneficio al mayor número de personas. No hace falta que ponga ejemplos de la escasa capacidad que gasta el ser humano  para decidir con el menor perjuicio, no solo para el  común, sino también para sí mismo, cosa asombrosa, se mire como se mire. Nos tiramos las piedras en el  propio tejado.   
En busca de un conocimiento  universal del porqué de esa afición tan dañina a buscar casi siempre la peor solución personal y social, me he ido adentrando en lecturas muy aleccionadoras  sobre cómo  funciona nuestro cerebro,  una aproximación,  pues ni de lejos se conocen todas las intrincadas relaciones que se producen en esa masa viscosa que tiene, pásmese quien lea esto, más conexiones nerviosas en un centímetro  cúbico de tejido cerebral que estrellas hay en la galaxia donde habitamos.  ¿Y eso qué significa?  No lo sé,  ni tampoco  qué implicaciones tiene  tal formidable  red, en perfecto orden,  que nos conduce por la vida sin que tengamos consciencia de que  nuestras decisiones no obedecen, al menos en parte,  a lo que  siempre hemos creído como fruto de nuestra santa voluntad.    

La biología domina nuestra visión de la realidad. Nos  guste o  no, nos parezca una idea trasnochada o que pueda ser, de hecho  lo es, instrumentalizada por el poder político. Somos lo que somos porque nuestra morfología nos impone  una manera muy concreta de percibir lo que nos rodea.  Constatada esta, por ahora, verdad, el siguiente paso es averiguar si  la consciencia de lo que somos  tiene reflejo  y/o construye el mundo que habitamos.

Hay que regresar al principio porque a pesar de todos los logros, los interrogantes sobre qué somos y adónde vamos están vigentes más que nunca. Hoy, a diferencia de la época en la que los  griegos meditaban sobre estas preguntas fundamentales,   poseemos una tecnología que es capaz de modificar nuestra biología. Y me barrunto que si nuestro cerebro  puede ser cambiado,  lo harán y será para fastidiar algo que ni siquiera  conocemos, ni tenemos conciencia de que existe dentro de nuestra cabecita.
Las neurociencias avanzan que es una barbaridad, el resultado de  lo que hoy se sabe, lo ha resumido y muy bien, David Eagleman  en Incógnito.  Podemos empezar a pensar que la estupidez tiene cura,  que apenas estamos descubriendo  cómo es ese desconocido que vigila nuestra consciencia y tiene  el mando de los deseos y sueños.    

jueves, 21 de febrero de 2013

Allegro sostenido I


 
Man Marko. Yellow Ladder.
 
Existe un elemento liberador  que ilumina la vida y  no es otro que el  humorismo,  cuyo significado nos lleva de la mano a ese equilibrio que hermana el bienestar emocional y físico.
En primer lugar es necesario que sintamos que los seres humanos, nuestros semejantes,  son gente, en el fondo, agradables y  si fueran antipáticos,  juzgarles con indulgencia.  Algo habrá si rebuscamos para que podamos tolerarlos, al menos  dos minutos.   La capacidad para reírse y ver la dimensión cómica en cualquier situación,  y no  es lo mismo que burlarse de quien sufre,  nos pone en la senda correcta de lo que somos, todos sin excepción:   individuos maltrechos en busca de una mano amiga.
Estas palabras vienen a cuento de dos libros que he releído sobre  la naturaleza humana,  en su  faceta de exquisito cenutrio. Y es que a la luz de los  primeros lustros del siglo  XXI, comprobamos un día tras otro, que  los más zoquetes alcanzan un poderío asombroso, toman decisiones que afectan a millones de personas  y  son, aquí viene el humorismo, tipos  que hablan con una solemnidad  apabullante de sí mismos y de las muy acertadas visiones sobre cómo  ha de gobernarse la sociedad. Individuos  pierdonodoyuna, recalcitrantes y con un optimismo demente sobre sus cualidades personales.    
Wilkintie. Merijn Hoss

El primer Libro es el del economista, Carlo M.Cipolla: Allegro ma non troppo.  Inicia su  manual sobre  las leyes de la estupidez humana, con un repaso sobre el auge y caída de la civilización occidental. Empieza por la descripción del fin del imperio Romano. Cita la teoría, entre otras, de que fue la contaminación general por plomo la causa del desmoronamiento. Plomo en los recipientes para cocina, en las tuberías, cosméticos y colorantes.  En particular, la ciudad de Ravena, sede del imperio de Oriente  en Italia, se llevó la palma. Cuenta el historiador romano  Sidonio Apolinar: en Ravena los muros se desploman, las aguas cesan de fluir, las torres ceden, las naves encallan, los ladrones vigilan  y los  guardianes duermen. La baja tasa de natalidad y la alta tasa de mortalidad  durante años fueron culpables de la decadencia romana, sin una élite política ni cultural el Imperio se autodestruyó.
Y después vino la Edad Media y el  comercio de especias, con una clara favorita: la pimienta  por sus cualidades  euforizantes, y no solo por ser condimento culinario. Y en fin, ya sabemos  que después de unas cuantas epidemias, revoluciones, guerras, crisis económicas  y reformas chapuceras hemos llegado hasta hoy.  ¿Y cómo estamos?  Cipolla apunta que los florentinos se hicieron renacentistas por despecho,  decepcionados ante el impago de los ingleses que se   declararon en  bancarrota en 1340 y dejaron de pagar sus deudas.  Si ya no existía seguridad jurídica para el cobro de los préstamos,  era preferible abandonar las actividades financieras para dedicarse a las bellas artes, con los resultados gloriosos que conocemos.
Después del repaso breve sobre la inevitabilidad de la desgracia humana, por nuestra mala cabeza,  Cipolla se dedica a analizar, de manera constructiva,  las razones por las que  siempre tropezamos con la misma piedra. Descubre el bicho, una  fuerza colosal y oscura que impide alcanzar  el bienestar general, prolongado en el tiempo,  y  que tiene un nombre conocido: la estupidez.
          
Desarrolla las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana, con profusión de demostraciones matemáticas sobre la ineluctable proporción de estúpidos, sea cual sea el origen social, étnico, religioso y económico. Toma, como ejemplo para defender su teoría,   las universidades,  categoriza cuatro estamentos: bedeles, administrativos, alumnos y profesores.  Nos explica que la Naturaleza  es implacable y  no se deja   domeñar por simplezas como el origen modesto de los bedeles y su escasa instrucción; tampoco se amilana ante catedráticos de reconocido prestigio. Todas las categorías tiene el mismo porcentaje de estúpidos. La hipótesis es demoledora, y se nos abren las carnes cuando  demuestra que, entre los premios nobeles, también hay estúpidos en la misma proporción que entre los afiladores de cuchillos.
Necesitamos saber en qué consiste esa lacra purulenta, culpable de que las sociedades humanas seamos como la yenka, aquel baile en el que se daba un  paso  adelante y otro atrás. ¿O era Lenin quien  postulaba  avanzar  para retroceder?  
Estúpida: dícese de persona  que causa un daño a otra o a un grupo humano sin obtener  al mismo tiempo un provecho para sí.
Continuará.