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Una de las actividades más entretenidas es la que consiste en seguir la pista de las novelas escritas por autores muertos en la flor de su éxito comercial. Como por arte de magia, en cuanto el escritor pasa a la categoría de difunto, sus deudos y editores descubren que tenía escrita una o varias novelas, diarios, reflexiones y etcétera, a punto para ser publicarse cuanto antes. Por ejemplo, el autor de best sellers Robert Ludlum: su producción novelística es superior ahora que ha pasado a mejor vida, que antes, cuando era mortal.
Otra diversión inocente es la de adivinar qué escritores célebres tienen negros. Quienes se dedican a escribir a destajo en el nombre de otros, son personas que se caracteriza por su humildad y por dominar el arte de las evasivas. Es necesario que posean astucia e imaginación -ésta última, imprescindible- para eliminar la sospecha cuando familia y conocidos se interesan por su fuente de ingresos.
Uno de los escritores millonarios y de más éxito editorial es el famoso Tom Clancy, reconocida marca comercial que recauda cantidades astronómicas por sus novelas y las adaptaciones cinematográficas de las mismas. Reconoce la editorial y él propio Clancy, que dispone de un equipo de colaboradores para montar la historia, recopilar datos, escribir capítulos y ensamblar la trama. De la supervisión del trabajo se encarga el escritor y la editorial. Todo funciona como una perfecta cadena de producción.
El universo de los negros no se reduce a la literatura, también en las artes plásticas y en la investigación científica se produce el mismo fenómeno, que se concreta en la voluntad de seguir haciendo caja cuando la inspiración, la enfermedad, la muerte o la pereza, ha dejado fuera de juego al famoso. No es nada nuevo. Ser negro mediante contrato laboral no causa más molestias que cualquier otro trabajo asalariado, pero si la relación laboral es para crear, inventar, descubrir y tu obra acaba con el nombre de otros, entonces al explotado con tan malas artes le sale un sarpullido rebelde e incurable.
Un caso celebre de usurpación de la creatividad y el esfuerzo es el que sufrió el científico Nikola Tesla. Acaba de publicarse una biografía escrita por Jean Echenoz, no la he leído pero sin duda recogerá la desgraciada relación de Nikola Tesla con sus empleadores.
Desde Edison a Westinghouse y Marconi, todos ellos, se aprovecharon de la genialidad de este científico a quien no sólo le arrebataron la autoría y las ganancias de sus inventos, sino que sufrió todo tipo de difamaciones y falsedades sobre su persona y actividades.
Hace seis años leí un artículo sobre este genial inventor, que por aquel entonces no conocía. Busqué todo lo que había publicado sobre él, y hay mucho, incluso existe una Instituto-fundación Tesla en Nueva York, ciudad donde vivió desde que abandonó Serbia, lugar de su nacimiento.
La vida de Tesla es apasionante, está plagada de sucesos raros, incluso su propia muerte tiene todos los ingredientes para barruntar que sus inventos alcanzan una trascendencia que supera los límites de la ciencia clásica. Cuando murió, agentes del FBI entraron en la habitación del hotel donde residía para llevarse todos los papeles. Esta información la encontré en las biografías, relatada por una sobrina que dijo haber encontrado la habitación limpia. Sin embargo, en la página oficial del FBI niegan, con bastante ironía, por cierto, que existan esos archivos. Todo lo anterior contribuye a que exista una variopinta lista de teorías conspiradoras basadas en las invenciones secretas, ocultas al público por la susodicha y distinguida agencia federal de investigación.
En 1976 se subastaron tres cajas con papeles de Tesla que fueron adjudicadas por veinticinco dólares. El nuevo propietario se llevó el lote sin saber que pertenecían al científico, o sí lo sabía pero le importaba un rábano, porque el buen hombre las apiló en un rincón y se olvido de ellas. Unos años más tarde denunció que tres hombres, vestidos de negro, precisó a la policía, entraron por la fuerza en su casa para robarle las cajas.
Otro misterio sin resolver, porque en qué cabeza cabe que alguien puje para llevarse un lote y luego lo olvide sin que le pique la curiosidad por saber qué hay escrito en los centenares de páginas sueltas y varios cuadernos. Los ladrones iban vestidos de negro y se llevaron las cajas, como si fueran de la funeraria.
En fin, alguien miente: el FBI, el adjudicatario o la sobrina. Quizás los tres. Me gustaría saber si los hombres vestidos de negro, trataron con respeto los papeles póstumos de Nikola Tesla.
El universo de los negros no se reduce a la literatura, también en las artes plásticas y en la investigación científica se produce el mismo fenómeno, que se concreta en la voluntad de seguir haciendo caja cuando la inspiración, la enfermedad, la muerte o la pereza, ha dejado fuera de juego al famoso. No es nada nuevo. Ser negro mediante contrato laboral no causa más molestias que cualquier otro trabajo asalariado, pero si la relación laboral es para crear, inventar, descubrir y tu obra acaba con el nombre de otros, entonces al explotado con tan malas artes le sale un sarpullido rebelde e incurable.
Un caso celebre de usurpación de la creatividad y el esfuerzo es el que sufrió el científico Nikola Tesla. Acaba de publicarse una biografía escrita por Jean Echenoz, no la he leído pero sin duda recogerá la desgraciada relación de Nikola Tesla con sus empleadores.
Desde Edison a Westinghouse y Marconi, todos ellos, se aprovecharon de la genialidad de este científico a quien no sólo le arrebataron la autoría y las ganancias de sus inventos, sino que sufrió todo tipo de difamaciones y falsedades sobre su persona y actividades.
Hace seis años leí un artículo sobre este genial inventor, que por aquel entonces no conocía. Busqué todo lo que había publicado sobre él, y hay mucho, incluso existe una Instituto-fundación Tesla en Nueva York, ciudad donde vivió desde que abandonó Serbia, lugar de su nacimiento.
La vida de Tesla es apasionante, está plagada de sucesos raros, incluso su propia muerte tiene todos los ingredientes para barruntar que sus inventos alcanzan una trascendencia que supera los límites de la ciencia clásica. Cuando murió, agentes del FBI entraron en la habitación del hotel donde residía para llevarse todos los papeles. Esta información la encontré en las biografías, relatada por una sobrina que dijo haber encontrado la habitación limpia. Sin embargo, en la página oficial del FBI niegan, con bastante ironía, por cierto, que existan esos archivos. Todo lo anterior contribuye a que exista una variopinta lista de teorías conspiradoras basadas en las invenciones secretas, ocultas al público por la susodicha y distinguida agencia federal de investigación.
En 1976 se subastaron tres cajas con papeles de Tesla que fueron adjudicadas por veinticinco dólares. El nuevo propietario se llevó el lote sin saber que pertenecían al científico, o sí lo sabía pero le importaba un rábano, porque el buen hombre las apiló en un rincón y se olvido de ellas. Unos años más tarde denunció que tres hombres, vestidos de negro, precisó a la policía, entraron por la fuerza en su casa para robarle las cajas.
Otro misterio sin resolver, porque en qué cabeza cabe que alguien puje para llevarse un lote y luego lo olvide sin que le pique la curiosidad por saber qué hay escrito en los centenares de páginas sueltas y varios cuadernos. Los ladrones iban vestidos de negro y se llevaron las cajas, como si fueran de la funeraria.
En fin, alguien miente: el FBI, el adjudicatario o la sobrina. Quizás los tres. Me gustaría saber si los hombres vestidos de negro, trataron con respeto los papeles póstumos de Nikola Tesla.