Autumm day, Sokolniki 1879. Isaac Levitan |
Siberia. Dieciséis mil kilómetros de punta a punta, desde Yakaterimburg hasta el mar de Ojotsk. Colin Thubron recorrió esa distancia en su mayor parte en ferrocarril. Atravesó Siberia durante los años finales del imperio soviético. En su libro En Siberia, cuenta que en algunas aldeas habló con viejos que no distinguían el régimen zarista, la Revolución y la Perestroika. En esas tierras se decía que el Zar queda muy lejos y Dios está muy alto, quizás era una manera de que el forastero, noble ruso o camarada del partido, entendiera que el territorio estaba libre de esclavitud y de cualquier tipo de servidumbre externa. Un salvaje este, un lugar peligroso, una tierra marcada por la ley física del más fuerte. El paisaje que describe Colin Thubron es la pesadilla de un agorafóbico, está habitado por personas que deambulan por inmensas ciudades trazadas con tiralíneas estalinista y mucho, mucho alcohol en vena.
La Siberia. En Barcelona hay una famosa peletería con ese nombre, en la que jamás he puesto los pies porque los abrigos de pieles me sientan fatal y, de haber tenido dinero para una marta cibellina o un visón, lo habría gastado en un viaje a Mélijovo, donde vivió Chéjov en una casa con un jardín donde en primavera florecían los cerezos.
Princezna. Alphonse Mucha |
¡Espérame en Siberia, vida mía! es una novela de Enrique Jardiel Poncela que leí en la adolescencia y me dejó una querencia tal por ese descomunal territorio que, a pesar de la tundra, la taiga, los lobos y las minas, los borrachos y el fantasma de Rasputín, sería capaz de viajar hasta Novosibirsk en enero para tomarme un refresco en la plaza del pueblo, e incluso si hubiera algo de luz, leería fragmentos de la novela que trata de amor y es tan profunda que parece tolstoiana. Para muestra, un botón:
-Y estando acabando la sesión , y siendo yo secretario se me rogó el mes pasado que...
El presidente le interrumpió:
-¿Qué pone en el acta? ¿Se me rogó o me se rogó?
-Se me rogó
-Pues se dice me se.
-Se dice se me.
El presidente le miró de un modo torvo y pegando con el bote en el borde del tonel, aulló:
-Se dice me se, bestia.
Una pausa. El presidente continuó :
-Cuando ibas al café a comer ¿qué pedías entremeses o entresemes?
-Entremeses- contestó el secretario anonadado.
-¡Pues entonces!