Industrial power, óleo de Doris Zinkeisen.
Un joven ambicioso, hijo de un pastelero, pretende llegar a ser una figura social en un lugar donde nadie conozca sus orígenes familiares. Nuestro hombre, hambriento de fama y riqueza, decide apropiarse de los ahorros de su madre para pagarse el viaje a otro país e iniciar una nueva vida, en la que aparecerá como miembro de una familia insigne de la que es, casi, el único superviviente. Es importante cuidar los detalles, sabe que cuanta más parentela refiera aumentarán también las posibilidades de ser pillado en una mentira, pues es olvidadizo y un día confundirá un hermano con un tío o vaya usted a saber. El destino no ha tenido consideración con él, no sólo es el hijo de un pastelero, sino que tiene un hermano idiota que babea, le abraza y le estruja porque es un ser inocente y cariñoso. No hay que temer al hermano idiota: no es peligroso, pero su presencia en el momento en el que planea esconder los ahorros de la madre ( para aparentar un robo y así, pasado el tiempo, recuperar el dinero y marcharse con su reputación intacta) le obliga a huir de madrugada con él, atiborrándole de dulces para tenerlo distraído de la acción de la que ha sido testigo; más tarde, ese mismo día el joven emborrachará al hermano bendito para facilitar el abandono en el camino. Decididamente, la vida se la tiene jurada. A pesar de cambiar nombre y apellidos, la fortuna, los engaños, las estafas no son suficientes para darle el empujón social que anhela. Seis años más tarde el ambicioso se percata de que es un pastelero, y sólo amasando panes y bollos podrá ganarse la vida y aspirar, si la suerte no le sigue siendo esquiva, a un matrimonio apañado con alguna jovencita de buena familia. Jacob, el hermano al que abandonó, no lo olvida, y será él precisamente quien le de la puntilla cuando David esté a punto de casarse con una mujer de familia patricia, a la que tiene embelesada con sus patrañas. A todo esto hay que añadir que el pastelero se ha establecido a pocos kilómetros de su pueblo, camuflado en una identidad inventada. Así de estúpido es el joven ambicioso.
George Elliot escribió El hermano Jacob en 1860. Un cuento que es una fábula sobre farsantes y también, sobre todo, una descripción detallada - y muy humorística- de la miseria moral que alimenta a esa clase de individuos que creen en la mitología basada en el ascenso social aliñado con la posesión de bienes materiales y culturales como medio para alcanzar la felicidad individual.
La escritora vivió a mediados y finales del siglo XIX, una época salvaje para millones de personas que malvivían en las ciudades, en un esfuerzo por progresar. En esos años de cambios económicos y sociales, algunos escritores, no es el caso de George Elliot, quisieron reflejar con exactitud el mundo despiadado de las grandes ciudades, rodeadas de las industrias que proporcionarían a la humanidad un futuro esplendoroso de bienestar sin fin.