Es lo que llevo en mi de desconocido lo que me hace yo, frase que pronunció Monsieur Teste, pariente de Ulrich, el hombre sin atributos de Mussil, según refiere la novela El mal de Montano, del escritor Enrique Vila-Matas. Monsieur Teste pretendía escribir la vida de una teoría, como se hizo antes y también ahora, con la vida de una pasión. Con tal objetivo Monsieur Teste llenaba su diario personal con las vicisitudes de su mente, sin salirse de la estrechez de lo que identificaba como su yo.
¿Cabe mayor horror –y error- que andar observándose a una misma con el fin de anotar la errática y absurda senda de los pensamientos?
Durante una semana de mi vida me propuse escribir un diario, y dado mi temperamento, las anotaciones eran cada día más breves, menos introspectivas y los asuntos que reflejaba más anodinos hasta que el último día del experimento anoté: hoy me he levantado a las siete –cosa normal si quería llegar al trabajo a las 8 de la mañana- Al mediodía he comido con fulanito y menganita, la comida nos ha costado 1000 pesetas, pues era el menú económico. Durante la comida hemos hablado de lo muy imbécil que es X – en esa época nuestro jefe, en el diario omití el nombre real, eso ya dice mucho de la prudente manera, por no decir cobarde, con la que daba cuenta de las personas que me perturbaban, (cabreaban) en mi vida. Seguía el diario de este modo: al llegar a casa encendí el aire acondicionado – era julio y estábamos a 30 grados a la sombra- se oyó un ronquido y luego un estertor de muerte, las paletas se cimbrearon con la última bocanada de aire fresco y luego el silencio anunció que el aparato acababa de dejarme en la estacada-. Estas fueron las últimas y ridículas palabras con las que quise expresar de manera literaria una avería que costó un ojo de la cara.
Yo quería escribir como Anthony Powell, quería que mi diario fuera una crónica de las postrimerías –esta palabra ha quedado de miedo- de los años noventa, Una danza para la música del tiempo, a mi manera, con un estilo personal que diera cuenta de lo que era la Barcelona de los últimos años del siglo XX. A la vista está que no tenía cualidades para tal empresa y, lo más importante, que en esos años el único suelo urbano que pisaba era el de Girona, el Call y sus alrededores. Y esa circunstancia, banal en apariencia, malogró mi incipiente carrera de escritora verité.
Hierarchy Aparences. Rafal Olbinsky
American Gallery.