Ilustración de 1920 copyright de Hart Schaffuer, Chicago (NYPL)
Según me contó mi prima Elo, el jefe de su último trabajo la echó con estas palabras:
-Le habría
dejado una semana más de prueba pero es usted la peor trabajadora que he
tenido en toda mi vida.En cincuenta años en esta empresa no he conocido a
nadie que se ría como usted todas las veces que paso por delante de su mesa. No
puedo soportarla más, me da taquicardia verla ahí, ante el ordenador, como si
estuviera frente a la tele de su casa. Usted fue contratada para introducir datos, cosa bien fácil que no necesita muchas
luces, pero usted no quiere y tiene la desfachatez de burlarse de sus
compañeros. Mírelos, sin levantar cabeza. Lo que no tolero es que se
ría de mí… eso si que no...
-Claro que me
río, es por prescripción facultativa. Me aburre el trabajo y la estupidez de
esta empresa y, si quiere que le sea sincera, usted y esos pobres desgraciado
que teclean como posesos, me dan pena.
El jefe se
ajustó la corbata de color azul celeste, entornó los ojos vidriosos de cólera
sin que se le ocurriera nada inteligente que le restituyera la autoridad y el
respeto ante sus subordinados, que observaban la discusión con placer
y envidia. Dichas emociones
provocaron un tecleo lánguido y desacompasado, un piano melódico
que presagiaba un súbito redoble de tambores. El jefe contrajo la boca y
en ese gesto rabioso desapareció la delgada línea de los labios. Le llegaban a
la lengua insultos que ahogaba para evitar acabar en el estrado de un
juzgado social.
-Bien, así
que sus compañeros son unos estúpidos, pues sepa que son personas maravillosas
y honradas.
-No, se
equivoca y miente, usted los desprecia y ellos son un grupo de esclavos
agonizantes.
Una mosca
verdosa entró por el resquicio de la ventana entornada, posándose sobre el
teléfono que sonaba sin que nadie se atreviera a descolgar.
Elo echó su
cabellera ondulada y castaña hacia atrás, como una seductora artista,
atusándose a continuación la nuca sin escuchar lo que su jefe farfullaba sin
convicción:
-Bueno,
pues serán esclavos pero cumplen con su obligación, usted acabará en.... en la
cola del paro.
-Y usted
¿dónde acabará ? ¿Y ellos? ¿dónde acabarán?
-¿Ehh? ¡Se
acabó, de mi no se ríe nadie!
Con un
resoplido, el jefe dio media vuelta, se aclaró la garganta, carraspeó
nervioso antes de decir:
-Pase por
Personal para firmar el finiquito.
-Ahora mismo,
en cuanto haga mis ejercicios de risoterapia.
Elo, según me
contó, se carcajeó tres veces seguidas tal como le tiene indicado su
terapeuta, luego, recogió en su enorme bolso mochila el bolígrafo de
su propiedad y la botella de agua. Salió de la sala echando un beso al aire
dirigido a sus ex compañeros. La mosca siguió su vuelo hasta uno de los
listados telefónicos y allí se quedó, como si estuviera muerta, sobre un tal
García Robledillo, Alfonso, a quien una tele operadora intentaría convencer al
día siguiente de las excelencias de un depósito de máxima rentabilidad, un
producto estrella de la entidad financiera de la que Elo acababa de ser
despedida.