sábado, 16 de enero de 2010


Hace escasamente un millón de años que la Humanidad habita el planeta, un periodo de tiempo insignificante; en los cuatro mil millones de años que cuenta nuestra Tierra,  las catástrofes naturales han diezmado los seres vivos con tal contundencia que, en al menos dos ocasiones, desaparecieron el 95 por ciento de las especies. ¿Qué posibilidades tiene la humanidad de controlar la naturaleza? En la actualidad, podemos ayudar a los supervivientes, disminuir el número de muertos mediante construcciones adecuadas y sistemas de prevención y aviso de catástrofes, pero no podemos evitar el desastre imprevisible que llega como el ladrón en la noche, sin avisar. Sabemos que la Tierra es un Titanic, desaparecerá un dia,  con nosotros en su corteza o ya sin vida, seca y humeante  debido a la expansión solar. Ni siquiera podemos anticipar si el final será  mañana o dentro de cincuenta mil años. Da que pensar que las instituciones científicas dedicadas a observar el espacio, reconozcan que sólo son capaces de detectar un parte ínfima de meteoritos susceptibles de acabar  con todo bicho viviente. Adrian Berry, escritor y científico, proponía, hace más de treinta años, en su libro Los próximos diez mil años, el desarrollo de tecnologia capaz de establecer colonias humanas más allá del Sistema Solar, quizás sea una posibilidad para escapar, temporalmente, de la extinción definitiva, sin embargo, ante la evidencia de nuestro desamparo, sería preferible y mucho más hermoso, viajar en paz en esta pequeña nave, juntos, quizás revueltos, pero con la lumbre encendida y el corazón alegre. 

Imágenes archivo digital NYPL
Eclipse de Sol 29 de julio de 1878.
Volcanes de Olot, 1830-1833
Gran cometa , noche del 25 al 26 de junio de 1881.      

domingo, 10 de enero de 2010

El baile eterno

Barbara Stainwyck


-¿Y qué explicación tienes para todo este caos y estropicio? Ahora me dirás que la culpa es de ella ¿o no?
Hugo lió lentamente su cigarrillo con la mezcla de picadura de tabaco, hecha para él por una tabaquera canaria de Icod. El humo dejaba un rastro de aroma dulce de canela y constituía el anuncio de su presencia: o había estado allí o seguía fumeteando en algún rincón del salón verde, un lugar enorme y destartalado, con el suelo de tablones de nogal, oscuro y agrietado que gemía bajo los pies de los pocos que lo atravesaban de camino a la gran cocina.
-¿Qué? ¿No me contestas?

Hugo echó una bocanada de humo, mientras sus ojos se concentraban en la neblina que desdibujaba la calle solitaria. Desde su butaca desvencijada y roñosa, frente a uno de los cuatro ventanales neoclásicos, veía los campos de cereales y la lejana alameda junta al río. La noche había sido movidita, aunque Hugo intentó aparentar indiferencia y hacerse el dormido, ella estuvo insistente y bronca hasta que consiguió sacarlo de la cama. Todo se lo perdonaba, al fin y al cabo ella seguía siendo una chiquilla y sólo pretendía un poco de atención y carïño, ambas pretensiones estaba dispuesto a satisfacerlas a condición de que ella pusiera una pizca de sentido común en aquella loca relación. Pero no, era cosa imposible que ella hiciera algo sensato por él.

Hugo bostezó, echó otra calada antes de mirar a Carmen, lo hizo sin disimular su cansancio y antipatía por esa mujer que le interrogaba un día y otro también sobre su vida nocturna y las consecuencias en el ajuar de la casa.

-Pues sí, otra vez ha sido ella ¿Y qué? ¿Te importa? La casa es mía y si no te gusta, lo siento mucho, no, no lo siento, es asunto tuyo si no la aceptas. Ella entró en mi vida mucho antes que tú y sigue aquí, y así será siempre, por mucho que te fastidie.

Carmen sonrió de lado, como Barbara Stanwyck, a quien le daba un cierto parecido. Las palabras de Hugo le repateaban, pero reconocía en ellas una verdad a la que nada podía oponer. La tal ella, causante de esas veladas siniestras, no era otra que la antigua novia de Hugo, Rita, una mujer que murió hacía cincuenta años, en esa misma casa y en circunstancias alegres pues fue después de una fiesta cuando Rita resbaló en la escalera, abriéndose la cabeza y muriendo al instante.

La vida, como siempre, continuó y Hugo se casó dos veces, la última con Carmen Desde hacía dos años vivían en la casa familiar, un palacete del siglo XVIII en un pueblo leonés de apenas cuatrocientos habitantes. Los primeros meses en la casa nada ocurrió pero una noche de verano, en la que Hugo dormitaba en una hamaca en el jardín trasero, la silueta de una mujer se paseó ante él, no una, sino varias veces. Y ahí empezó todo, desde entonces, la silueta aparecía todas las noches, sin horario fijo, y siempre en las habitaciones donde dormía Hugo, quien probó todas los salones y estancias de la casa, catorce en total, con la esperanza de que algún rincón estuviera a salvo de la presencia de Rita, pero fue inútil. Rita aparecía, susurraba, provocaba corrientes de aire helado y abría y cerraba puertas y ventanas. Carmen, al cabo de la primera semana de jolgorio nocturno, decidió trasladarse a vivir a un piso de la plaza, junto a la iglesia también propiedad de la familia de Hugo. No creía que fuera un fantasma, Carmen estaba segura de que todo era un plan amañado por él con la participación de algunos de los paisanos del pueblo. Carmen no iba a consentir que una broma tan pueril rompiera su matrimonio, a esas alturas, con un marido a punto de palmarla y un usufructo en camino, aparte de una pensión y un capital en la cuenta corriente nada desdeñable. Había que aguantar todas las memeces de un viejo chocho y hacerlo con buena cara, aunque a veces no pudiera controlarse y echara espuma por la boca.

Miró los libros tirados por el suelo y mezclados con restos de la porcelana rota, del juego de té chino que hasta ayer adornó una de las vitrinas del salón verde, y que debía valer un pastón , qué pena de subasta, pensó Carmen mientras se acercaba a Hugo, que seguía embelesado con el paisaje, le tocó el hombro con delicadeza antes de preguntarle:
- ¿Qué quieres hoy para comer?
- Arroz con pollo, y que esté caldoso.
Con esa instrucción bajó Carmen las escaleras que conducían a la cocina, lo hizo con mucho cuidado no fuera que diera un traspiés y acabara como la otra.
En el salón, Hugo se levantó de la butaca, de pie, encorvado, delgado y consumido se dirigió a Rita, viéndola como al trasluz, con su vestido azul de gorgette que tanto la favorecía.
-¿Cuánto tengo que esperar, Rita? ¿No crees que ya somos mayorcitos para tanto jugueteo? ¿Y ahora también quieres liarla durante el día?
Rita bailó a su alrededor sin que sus ojos se apartarán ni un segundo de los de Hugo, mientras daba vueltas en torno al anciano, le dijo:
-¡No! ¡digo, sí! también de día y a todas horas, vamos a estar siempre juntos- Hugo parpadeó antes de desplomarse en el suelo, aún pudo escuchar  la voz cantarina de Rita:
- Esto solo acaba de empezar, amor mio, dame la mano y bailemos.


domingo, 3 de enero de 2010



En El Cuaderno Rojo, Paul Auster nos entretiene con el relato de las coincidencias que ha experimentado o que le han contado, algunas muy extravagantes, pero en todas ellas vive ese elemento misterioso e inexplicable que nos impulsa a creer en la existencia de una fuerza o energía desconocida, de carácter humorístico, algunas veces trágica y otras de sainete, circunstancias en las que confluyen casualidades irrelevantes y gratuitas que nos arrancan una sonrisa de asombro o una lágrima de terror.
De entre las coincidencias absurdas, que parecen sacadas de la mente de un genio de la lámpara aburrido y con muy poca imaginación, hay una en particular en la que interviene un tornado, una mujer y un disco de vinilo con la melodía Tiempo tormentoso. Sucedió en Estados Unidos, en Kansas, y en concreto en El Dorado, el 10 de junio de 1958, la tormenta sacó en volandas de la terraza de su casa a una mujer, la arrastró hasta una distancia de 19 metros y la dejó sobre el césped sin ningún daño, pero el tornado no se conformó con llevarse por los aires a la susodicha, volaron también enseres domésticos de varias viviendas, entre ellos el disco con la grabación Tiempo tormentoso que fue a parar al regazo de la mujer.
Otra coincidencia que dio lugar a una canción muy famosa en la época, fue la protagonizada por un enigmático personaje. El sucedido ocurrió en Montecarlo, en el año 1891, un tal señor Wells hizo saltar la banca tres veces seguidas en sucesivas noches. La descripción de su última noche en Montecarlo es digna de un relato de Roald Dahl. Esa noche, el señor Wells inició la ronda apostando al cinco, ganó; las ganancias las apostó de nuevo al cinco; ganó otra vez. Cinco veces apostó al cinco y cinco veces ganó hasta que saltó la banca con unas ganancias de más de 100.000 francos, un fortunón para la época. Del señor Wells nunca más se supo y, hasta hoy, ni los más avezados policías y detectives pudieron averiguar el truco de tanta coincidencia; se comprobó que la ruleta no fue manipulada, descartándose que se hubiera conchabado con los croupiers que trabajaron en el casino las tres noches en las que se forró el bendito señor Wells.

Ilustración carta de Tarot del Siglo XV.
Foto Hans Albers, actor en Berlín, 1930.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Mil vidas



Aunque viviera mil vidas ninguna de ellas sería mejor que esta. La frase está siempre en boca de la Loli, actriz de variedades que un día baila como el malogrado Mikel Jackson y al siguiente saca palomas mensajeras de un bombín, en cualquier teatrillo de mala muerte de las ciudades que recorre en su gira europea. Su edad y estado civil es un secreto que jamás desvelará porque sabe que perjudicaría su reputación de actriz polifacética. La Loli tiene gracia y es versátil como sólo pueden ser quienes han crecido en la más abyecta pobreza económica.  ¿Qué dijo La Rochefaucould sobre el ingenio? pues que es imposible gustar al público durante mucho tiempo cuando se dispone de un solo  talento. En desafiar esta máxima se dirige toda la energía de la Loli: canta, se contorsiona, es ventrílocua, practica la magia de cerca y suelta unos recitativos filosóficos que dejan al personal consternado, por su hondura y verdad. Adereza anécdotas propias y ajenas que nunca existieron. Predica paciencia frente a la desesperación a los pocos viandantes que se quejan de su suerte. Confía en el prójimo, que nunca le falla,  cuando entre la mochila y su maleta de ruedas no alcanza a juntar cinco euros. De tanta admiración que siente por su miserable y solitaria vida, la Loli ha conseguido ganarse el respeto de sus semejantes  y una entrevista en la tele local.  

Imágenes NYPL, colección de ilustraciones teatrales de William Worthen Appleton.

sábado, 12 de diciembre de 2009



Con gran acierto el investigador Jared Diamond, se pregunta por qué unos pueblos inventaron y desarrollaron la escritura y otros han sido ágrafos a lo largo de miles de años. Con la expansión del Islam y la colonización europea, la escritura llegó a Australia, las islas del pacífico, África subecuatorial y casi toda América, con excepción de los territorios ocupados por los Mayas. No se entienden las conquistas sin la escritura: la administración de los nuevos territorios, la transmisión de la información necesaria para mantener el poder, fueran órdenes e instrucciones o epopeyas sobre victorias y derrotas. Así se han forjado los grandes imperios del planeta desde hace aproximadamente 4.000 años a. C , en el caso de Sumeria y casi 6.00 años a. C los Mayas, sin olvidar a los chinos: 1.300 años a.C y egipcios, 3.000 años a.C.
Es asombroso que hace casi 7.000 años se le ocurriera a alguien, probablemente fue el esfuerzo de varias personas y generaciones, inventar un sistema de señales que representara sonidos hablados. A partir de esa primera creación, es probable que el resto de pueblos colindantes copiaran el modelo, en algunos casos mejorado hasta llegar a los sistemas de escritura moderna.

Imágenes procedentes del libro Silabario Español, Las diversiones de la Feria, publicado en 1890. Bibliothek Braunschweg.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Dream a little dream



En el bar sonaba Dream a little dream of me, la voz de Mama Cass parecía el eco de su juventud. Sonrió y miró la clientela,  escasa,  que ocupaba media barra. Ninguno tenía pinta de inspector, quizás el aspirante a encarnar la actividad sancionadora era el calvo de la corbata arrugada, aunque bien pudiera ser un vendedor de aparatos de limpieza industrial.Se preguntó si la Sociedad General de Autores sabía que el dueño del bar se pasaba el día poniendo y sacando los discos de vinilo que guardaba en un bargueño junto a la entrada del lavabo. Estaba seguro de que la música del bar no pagaba el canon porque, de lo contrario, Fermín habría despotricado durante días y habría suprimido la música, que era la seña de identidad del local. Hacía cuarenta años que se inauguró el bar La Garza, nombre elegido con la pretensión de que algún día se transmutara en un local semejante a La Oca, lugar moderno situado en la plaza, antes  Calvo Sotelo, ahora Francesc Macià; desde entonces, con breves interrupciones temporales -por enfermedad- el cliente había ocupado la última mesa del bar, bebía Coca cola  mientras escuchaba las canciones que, según él,  justificaba toda su existencia. Calculaba que pasaba 600 horas al año en aquel rincón,  un día tras otro reconstruía su pasado con la misma selección musical.
-Ponme otra.
-Allá voy.
Con la bandeja de acero inoxidable llena de rallajos, como cicatrices en la pulida superficie, Pepe se acercó hasta la mesa para dejar con su temblorosa mano la botella de refresco. 
-Ya no entra una titi decente en este tugurio. Un día vas a dejar de verme el pelo para siempre. Gástate la pasta y arregla el chiringuito, joder.
A Pepe le entró la risa

-Una titi, dices, ¿y para qué? si estás peor que yo. Anda, baja de la nube. Ninguna hembra se va con  un inválido, si no es con varios billetes de por medio. Ni siquiera te han dado la licencia para que aparques gratis y quieres una mujer a tu disposición. Serás  gilipollas.
-¡Qué licencia ni que leches! No la he pedido ni la quiero, so enterao. Además, habrá alguna mujer con sensibilidad que le importen otras cosas que no sea el vil metal, claro, como tú estás que ni te aguantas de pie. Con el tembleque ese,  que no te lo cura ni la Virgen de Fátima
Please, please Mr Postman... Cantaban las Marvelettes mientras el cliente bebía ansioso medio vaso de refresco, sin resuello. Como si acabara de regresar del desierto. Cuando acabó, eructó y también desahogó la rabia:

-¡Vaya bodrio de canción!
Pepe se llevó la botella vacía.
-Pues antes era tu preferida, antes querías oírla todo el santo día. Estás muy mal, jefe, cualquier día de estos te encierran en Sant Boi.
-No lo verán tus ojos, me corto el otro brazo si veo que se me acerca un loquero.
Uno de los clientes de la barra dirigió su mirada hasta la manga izquierda caída, desmañada y hueca de quien amenazaba con dejarse  sin la mano hábil.
-Quiere bronca– Afirmó un cliente de la barra al camarero cuando pasó junto a él.
-No. Tiene un mal día, si no fuera por él, hace años habría cerrado este agujero. Es mi hermano.
El cliente de la barra salió del local tras pagar el euro cincuenta del café con leche, pensó que tanto el dueño como el hermano tullido eran un par de deshechos sociales, sin contar que el café estaba infecto. De camino al párquin, apuntó en su agenda electrónica los datos necesarios para tramitar la reclamación de las cantidades adeudadas en los últimos años por difusión ilegal de obras musicales, sin haber satisfecho la cuota a la Sociedad General de Autores, sería el último requerimiento antes de interponer demanda judicial. Con gente como ésa, el país va directo a la bancarrota, desgraciados. El tráfico de salida estaba atascado, para entretener la espera, buscó entre los cedes ordenados en la guantera, insertó la recopilación de rancheras cantadas por Luis Miguel que le había bajado su mujer por internet y cantó a voz en cuello: que seas feliz, feliz, feliz, es todo lo que pido en nuestra despedida... 

Láminas de The Birds of south america. Brabourne, 1912.

jueves, 26 de noviembre de 2009



Favorecer las ganancias económicas antes que la eficiencia, la sencillez tecnológica y la razón, trae como consecuencia que una imposición de hace más de un siglo perviva hasta nuestros días. En 1873 se inventó el teclado QWERTY, que es el modelo de disposición de teclas en los teclados occidentales. Son las letras que se alinean a la izquierda en la primera fila superior. La idea de 1873 era que las máquinas de escribir fueran lo más lentas posibles porque si se pulsaban varias teclas adyacentes, el teclado de las viejas máquinas de escribir se atascaba. Con el fin de enlentecer la mecanografía para evitar los atascos en la maquinaria, se dispersaron las letras utilizadas con mayor frecuencia, y en todo caso, se colocaron las teclas más utilizadas en el parte izquierda, pues la mayoria de la gente es diestra y, por lo tanto, menos hábil con la mano. izquierda. La mejora durante el siglo XX de las máquinas de escribir, resolvió los atascos, En la actualidad, los teclado de ordenador siguen la pauta QWERTY a pesar de que una alineación de teclas basada en principios ergonómicos y de facilidad visual en la detección de letras ha demostrado que se reduciría el esfuerzo del tecleo en un 95 por ciento, doblándose la velocidad del mecanografiado. Las evidencias de mejora no son suficientes para arrinconar el diabólico teclado QWERTY, y aquí estamos alimentando una industria absurda.

Máquinas de escribir y máquina calculadora de Burroughs. 1890.