En algunos raros casos, existe una sutil
diferencia entre el enamoramiento loco y el cuerdo, la frontera entre uno y
otro permanece invisible para el
observador distraído. Sucede así con los gemelos, aquellos que son indistinguibles hasta para
su propia familia. Quizás una leve inclinación de la ceja
derecha, o bien el iris media tonalidad más clara, en todo caso, sólo el ojo
experimentado puede apreciar los rasgos que definen las particularidades de dos
individuos idénticos.
Encarna padecía de amor loco, aunque
nadie lo diría porque su conducta era modélica y no había en ninguno de sus
actos asomo de las obsesivas y recurrentes manías que caracteriza a quien
padece de tal mal. No hablaba de él
con nadie, tampoco perdía
las horas en investigaciones sobre sus
actividades actuales y pasadas. No se devanaba los sesos con el análisis
minucioso de las palabras de su amado, interpretadas según el humor del
momento, con este o aquel sentido oculto. Encarna disimulaba su locura con
éxito. El aire de serenidad y aplomo que mostraba era un imán que atraía hacía
sí a compañeros y clientes de la oficina
bancaria. La tenían por persona cabal, la consejera financiera más inteligente,
la orientadora sentimental más sagaz y sensible
Encarna era apoderada y, en un futuro no
muy lejano, directora de la pequeña sucursal del pueblo, y más adelante, con
toda seguridad, la ascenderían para trasladarla a la central, en la ciudad. Su
competencia profesional le auguraba un futuro de lisonjas sociales y reparto de
beneficios, sin embargo, alguien había hecho una gran trastada en
la caja. Alguien tenía la mano muy larga. El destino lo vistió como un hombre bajito,
con pelo cortado al uno y poseedor de dos teléfonos móviles que siempre llevaba
en su mochila, con el resto de herramientas laborales. El destino lo condujo hasta la oficina de
Encarna con el objetivo de solicitar un crédito y evitar el embargo.
-¿Posee inmuebles de su propiedad?
- No.
-¿Avales o bienes que puedan garantizar el crédito en caso de impago?
-No.
Encarna miró al peticionario, o sea, al hombre
que tenía delante, mal sentado en el borde del sillón mullido y supo, la voz interior le gritaba hasta ensordecerla, que ése desharrapado y ella compartían
la misma línea del destino. Como Romeo y Julieta.
-¿Está
usted casado?
-Sí
-¿Hijos?
-Tres
La declaración de paternidad unida a la ruina
económica la enloquecía, insistió:
-¿Su mujer
trabaja?
-No.
-¿A cuánto asciende su solicitud?
-Pues...a doce mil euros.
-¿Solo?
-¿Es que puedo pedir más sin tener nada detrás
que me avale?
-Claro, si lo sabré yo. Pida, no se quede
corto
-¿Treinta mil es mucho?
Las manos de Encarna caminaron sobre el
teclado del ordenador hasta alcanzar la pantalla:
-No, es poco, según indica este modelo que estoy
viendo, le vamos a dar cincuenta mil con un interés al cuatro por ciento en
treinta años.
-¿Pero… eso se puede...?
Una sonrisa pacífica acompañado de un leve
suspiro confirmo al peticionario que sí, que se podía. Desde ese jueves del mes
de septiembre de 2008, Encarna
recibe todas las semanas a su amor
secreto en el despachito acristalado,para
entregarle los quinientos euros por semana, sin papeles de por medio, ni
firmas, ni corredores de comercio. Para colmo, tampoco le aplica el tae.
El recelo del peticionario desapareció la
segunda semana, el día que Encarna le confesó que ese dinero que le regalaba
pertenecía a un fondo financiero de alto riesgo, que ya había quebrado cuando lo de Lehman Broothers.
-Ese dinero lo tenía apartado para ayudar
al prójimo. Lo he endosado a
las pérdidas por transacciones arriesgadas ¡Que les den morcilla a los de Wall Street!
-Eso, que les den, pichoncita mía!- Contestó
el peticionario, medio enamoriscado de la perturbada que le pasaba el sobre semanal,
con puntualidad de reloj atómico.
Ilustraciones, National Library of Medecine.
Anatomía de la mano, Finletti Odorado, 1513-1638 y
Cavidad torácica, William Fairland, 1880.