-¡El niño es un auténtico cabrón! Y no
sabes ni quieres saber la clase de individuo que estás educando.
-¡Bah! Eres un exagerado, el niño es
travieso, como todas las criaturas a su edad.
Rita cambió los pañales a la criatura,
que respondía al nombre de Santiago, "Tago" para la familia. Cuando acabó de
asearlo, lo sentó en su silla, le acarició con el dorso de la mano la mejilla
de piel sonrosada y besó los ojos vivarachos. Qué bien hueles,
cielo mío y qué celos te tiene tu padre, pero tú no sufras que mientras yo esté
aquí, nadie te hará daño. Tago dejó
caer la cabeza sobre el pecho. Lo entiendes todo ¿verdad? Y Tago respondió con una mirada en escorzo,
casi sin parpadear. Sonríes porque sabes que tengo
razón. Hala, te quedas ahí un rato y le haces compañía a Tibi.
Tibi era un periquito inglés de plumaje color turquesa que había cumplido cinco años, la misma edad de Tago; fue el regalo de nacimiento de su madrina con el propósito, según ella, de que le sirviera a Tago para superar la enfermedad.
Tibi era un periquito inglés de plumaje color turquesa que había cumplido cinco años, la misma edad de Tago; fue el regalo de nacimiento de su madrina con el propósito, según ella, de que le sirviera a Tago para superar la enfermedad.
-Me habría gustado regalarle un caballo
porque he leído que los caballos ayudan a niños con problemas, pero, luego he
pensado que dónde ibais a meterlo y claro, me he decidido por un periquito
inglés que dicen que son lo más listos.
Mientras la madrina, que no era otra que
su cuñada Fina, hermana de su marido, ofrecía la jaula con el periquito, Rosa
pensó que debía ser genética la mala leche porque de lo contrario era inexplicable que
su marido y ésa cínica compartieran el
mismo carácter y tuvieran tal desfachatez. Un caballo, decía que quería comprarle a Tago, como si la rácana se
hubiera gastado alguna vez algo decente en un regalo apropiado
-¿Y no has pensado en comprar un delfín?
-Pero Rita y dónde ibais a meterlo, por Dios, que yo al
pobrecito le compro lo que le haga falta, pero si por no tener, no tenéis ni
bañera entera en este pisito raquítico.
-No vuelvas a llamar a mi hijo pobrecito y te metes el periquito por la oreja, a ver si te enseña a piar y dejas de decir chorradas ¡falsa! El periquito se quedó en la casa porque entretenía al niño.
-No vuelvas a llamar a mi hijo pobrecito y te metes el periquito por la oreja, a ver si te enseña a piar y dejas de decir chorradas ¡falsa! El periquito se quedó en la casa porque entretenía al niño.
El nacimiento de Tago provocó dos secuencias, la primera, que su cuñada le guardaba el aire desde entonces; y la segunda, el descubrimiento de un amor inconmensurable, como nunca había sentido antes, hacia ese niño, su hijo, que sólo se comunicaba con gestos y gritos. No necesitaba más porque ella sabía exactamente qué quería, qué sentía, qué le gustaba y podía interpretar todas las modulaciones de sus roncos gemidos.
-Y otra cosa te digo: es la última vez
que hablas así de Tago,
y menos estando él delante.
-Pero si es un trozo de carne que no se entera de nada y sólo grita, por tu culpa, que solo sabes consentirlo.
-Pero si es un trozo de carne que no se entera de nada y sólo grita, por tu culpa, que solo sabes consentirlo.
Rita miró a su marido, en camiseta con el símbolo de la discoteca Pachá en el centro de su barriga, pantalón corto, repantingado en el sofá, con un plato de cacahuetes delante y la tele encendida.
Dirigió la mirada hacia Tago y el periquito, ambos en el balcón, en la tarde calurosa de verano y comprendió el lenguaje secreto con el que se comunicaban el pájaro y su hijo. Un sonido largo del periquito, prrirrirri, era contestado por un corto gemido del niño, ahhhh. Durante varios minutos siguió, sin entender, la conversación entre las dos especies, maravillándose frente a esa inteligencia sobrenatural que unía en un mismo lenguaje a las dos criaturas y por un instante comprendió y se hizo cargo de su insignificancia frente a la grandeza de lo que estaba sucediendo en el balcón. Entonces se le ocurrió una idea, o más bien, fue una iluminación un soplo celestial porque, sin reflexionar, sin saber la razón, pronunció la siguiente frase. .
-Julián,
ese hijo no es tuyo.
-¿Ehhh?
Así fue como la declaración de Rosa provocó un ictus cerebral en su marido. En pocos meses, en cuanto le dieron el alta en el hospital y pudo regresar a casa, Julián habló, por fin, con su hijo. Por las tardes Rosa dejaba solos a los tres, el periquito sobre la mesa supletoria entre las dos sillas de ruedas, para que pudieran conversar a sus anchas mientras ella se iba a trabajar
Ilustraciones: Giambapttista della Porta
De humana physiognomonia libri IIII .
National Library of Medecine. Unites States