domingo, 10 de noviembre de 2013

El Imperio Galáctico a la busca del tiempo perdido


Utriusque Cosmi II, 1617. Robert Fludd



El archifamoso economista Paul Krugman, afirma que la fuente de inspiración de su Economía internacional, fue la lectura de Las Fundaciones, saga galáctica escrita por Isaac Asimov. Tiene  su gracia que, tan venerable obra de ciencia ficción, se halle en el origen de una de las voces que más influyen en quienes dirigen la política económica.
 
Conque esas tenemos, me dije, ya no sabe Krugman cómo llamar la atención. Tecleas su nombre en Google y aparecen 31.000.000 de enlaces que lo señalan y diseccionan su vida y obra. ¿Una personalidad enfermiza e insaciable que pide más y más fama? ¿Una boutade para reírse de los mercados?  Creo que no, intuyo que dice la verdad.
 
 
 
Disfruté de Las Fundaciones y de otros libros de Asimov en mi adolescencia, sobre todo en los viajes de metro y autobús cuando  era estudiante. En los manoseados volúmenes, que siguen vivos en la estantería, está escrita la historia de la humanidad futura y pasada.
La trilogía de Las Fundaciones, en realidad son siete libros que empezaron a publicarse en 1942 y finalizaron en 1992,  Asimov cuenta el devenir de una civilización cuyo centro está situado en  Trantor, capital del primer Imperio Galáctico.   
 
La trama es la siguiente: la humanidad hace tiempo que ha abandonado el sistema solar para colonizar veinticinco millones de lejanos planetas. Trantor es la capital de este colosal imperio, que está a punto de derrumbarse. La Fundación -un ente de sabios, para entendernos- conoce el futuro gracias a la psicohistoria, una disciplina con capacidad predictiva sin errores. La humanidad se verá sometida tras la caída del Imperio, a una época oscura de grandes sufrimientos que durará treinta mil años de horror y barbarie.  La Fundación decide que hay que acortar ese atroz futuro, reducirlo a mil años.
 
Seldon es el matemático que ha creado la psicohistoria.  Los enciclopedista se han refugiado en Términus, un planeta muy alejado de Trantor, el objetivo es que dure poco el cataclismo y evitar de paso, revueltas muy peligrosas para la supervivencia del sistema.  En la primera -y pronosticada-crisis Seldon, desaparece parte del bienestar y de los recursos energéticos para  trillones de humanos. Los supervivientes, treinta años más tarde han sacralizado la tecnología, los científicos son los sacerdotes de la nueva religión y su función principal es mantener, con sus dogmas, el orden galáctico.
 
 
 
Terminus, detenta en esta fase la hegemonía mediante la economía y la ciencia, después de varias crisis  Seldon a lo grande, el control pasa a ser de los comerciantes. En la última parte del ciclo, el Imperio se ha convertido en una dictadura, surgen resistentes contra el poder  que están dotados con poderes psíquicos, y que la psicohistoria no ha podido predecir porque esa variable no existía antes.         
 
 
Asimov estaba dotado de una energía intelectual y física prodigiosa. Escribió ciencia,  historia, y todo lo que cupiera en su curiosa mente, amén de novelas de ciencia ficción que se han convertido en míticas; era inabarcable su saber y su ironía, a veces inocentona, siempre me gusta. Para muchos, entre quienes me cuento,  es un escritor asombroso, no tanto por su  técnica literaria, sino por su capacidad y habilidad divulgativa; y también por su visión, tan acertada, sobre el futuro de la técnica y de la sociedad humana. Cuando releo algunos de sus libros, sigo pasándolo bien, un piropo muy sentido que está destinado solo a un restringido club de autores.
 
En Las Fundaciones, Asimov  desarrolla un futuro muy plausible que mira con atención la historia, sin duda, su vastísima erudición le permitía recrear la visión de una sociedad fuera del sistema solar, pero reconocible y siempre actual porque  los conflictos morales son intemporales y los imperios se parecen unos a otros como dos gotas de agua.
 
Claro que Paul Krugman bebió de Las Fundaciones, hay en el ciclo de novelas una permanente tensión entre la cooperación y el egoísmo; la lucha por el dominio  y el control de los recursos; el poder y la libertad personal en épocas de escasez; el amor, el perdón, los sueños y  un deseo universal de alcanzar mejor vida. Enfrenta religión y ciencia, y defiende la condición trascendental que impulsa el espíritu de la humanidad hacia confines desconocidos. Un chollo de inspiración para los que se dedican a las ciencias sociales.
 
¿Qué como acaba la historia del Imperio Galáctico?  La pista son las leyes de la robótica, creadas también por Asimov y tenidas hoy muy en cuenta en el desarrollo de los programas de inteligencia artificial.
 
La psicohistoria, examinaba las variables sociales económicas e históricas para diagnosticar el futuro, exactamente la idéntica pretensión de los economistas, esos gurús científicos  que, como bien dijo otro del gremio y también premio Nobel: la economía es un ciencia casi tan rigurosa como la astrología. 
¡Ah, me olvidaba! para que la psicohistoria se cumpla es imprescindible que la humanidad ignore el resultado del análisis, porque, en caso contrario, se fastidiaría la predicción.      
 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Encadenados


Encadenados. Alfred Hitchcok


Como el niño protagonista de El sexto sentido, yo también  veo muertos. Lo malo, o lo bueno para ellos,  es que están vivos y lozanos en apariencia ¡Mecachis!  me digo, y no porque sea necrofílica o algo peor,  sino por razones de interés social. Me gustaría que  fuera una experiencia paranormal, o sea un delirio o cosa extraña y no  lo que es en realidad: una experiencia ordinaria que me causa  zozobra y cierta desconfianza en mis facultades.  

Escritores de distopías, cito a los más conspicuos: Orwell y Huxley,  trazan un futuro humano muy desagradable, en el que la sociedad es dirigida por un poder que se ha propuesto despojar a los individuos de particularidades personales,  aquellas que nos diferencia y nos hacen tan especiales y únicos, usando la fraseología al uso  en  la psicología de suplemento dominical. Más aún, el objetivo es eliminar la consciencia individual, tal como  aparece en las novelas 1984 o Un mundo feliz. Un totalitarismo que es mansamente aceptado porque la mayoría cree vivir en el mejor de los mundos.  

En las sociedades distópicas  la gente es feliz. Y lo son porque han sido debidamente drogados  para evitar que conozcan la realidad. Los seres humanos, en su mayoría,  viven en la santa ignorancia y  se convierten sin saberlo en instrumentos de un poder que, no contento con dirigir la vida ajena mediante mil argucias casi  indetectables, se complace en crear la ficción de que la felicidad espera  a la vuelta de la esquina; o con más retorcimiento todavía: que la dicha habita entre nosotros y simplemente hay que saber encontrarla.
Robert Nozick, que es un filósofo, ha escrito sobre la posibilidad de que la humanidad en un futuro no muy lejano, ¿quizás está ocurriendo ahora? disfrute de  la opción  de vivir en un mundo feliz y sin incertidumbres de ninguna clase. Como Nozick es un filósofo, permite el libre albedrío, así que abre la puerta para que, en esa sociedad del futuro, quien quiera saborear la desgracia pueda experimentarla sin obstáculos. Afirma que está seguro de que la mayoría de la humanidad elegiría vivir la cruda realidad, la insatisfacción, el dolor y  todos los padecimientos propios de la vida, antes que  estar conectados a la máquina de  la felicidad, ese diabólico cacharro  que suministraría placer y bienestar a destajo.
Pero, criatura, le recrimino, en un diálogo imaginario con el filósofo ¿tú, en qué planeta vives? ¿Qué libros lees? ¿Qué clase de vida tienes?  ¿Qué amistades frecuentas? ¿Qué ingieres? Y me enfado con él porque me parece que, en su propuesta, descubre su propia ignorancia sobre  la naturaleza humana. Imperdonable defecto para un profesor de Harvard encumbrado como uno de los pensadores más influyentes del siglo XX (y seguro que también del XXI)   Nozick  afirma que el ser humano, a pesar de que la evidencia empírica e histórica indica lo contrario, rechazaría esa droga universal de la felicidad para seguir lamiéndose las heridas y  luchando por la supervivencia, con plenitud consciente  de sí mismo.
En fin, quería escribir sobre cómo hemos llegado a una sociedad del primer mundo en la que, sí, efectivamente, estamos conectados a una máquina. Percibo que los escritores distópicos del siglo pasado fueron unos linces y que se habrían podido ganar el sustento como videntes. A veces siento un repelús cuando estoy frente a la pantalla, esa que miro ahora, o me mira ella a mí; la  misma que  suministra información indigerible por nuestro cerebro limitado. Me digo que a lo mejor vivimos en una ficción: la de pertenecer a una sociedad de seres libres  y que, ilusionados con este juguete, creemos gozar de relaciones virtuales que reafirman nuestro ego: amigos que contamos por centenas o por miles, incluso algunos dicen tener millones.  
Mi sospecha distópica es que en ese pandemónium de información y relaciones multiformes, alguien nos observa con mucha atención. Aunque tengo la fantasía de que, de vez en cuando, haga la vista gorda. Los de mi misma especie, aquellos se cruzan en mi camino encadenados a sus  auriculares y móviles, a las pantallas y teclados, me parecen seres ectoplasmáticos que ni sufren ni siente; muertos que ensayan esta variedad de no-vida cibernética. En cuanto a los escritores y filósofos mencionados, dispongo de una insignificante certeza: Huxley intuía más y mejor  que el pazguato de Nodzick.  
Vamos a toda máquina, montados en nuestras tabletas y computadoras de pantallas táctiles hacia  una tierra prometida, en la que nuestra existencia, pasada y presente es un libro abierto, la cuestión es que no tenemos ni idea de quién es el escribiente  y cuál será el próximo capítulo de esta saga. Y sin embargo, queremos seguir atados a la máquina, una adicción en la que nos dejamos las yemas de los dedos, los ojos y quizás algo peor.   

sábado, 28 de septiembre de 2013

Los necios conjurados



La balsa de la Medusa.Theodore Géricault, 1819.

Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificarse por este signo: todos los necios se conjuran contra él” 
La cita es de Jonathan Swift y  abre La conjura  de los necios, novela excepcional de John Kennedy Toole.  Las palabras del  Swift son una pista de lo que nos vamos a encontrar en esas casi 400 páginas, escritas por un hombre en plenitud de sus  atributos intelectuales a los que hay que añadir  la clarividente percepción de lo que es la sociedad occidental.

Que la trama arranque en los años sesenta, en el  sur de Estados Unidos,  con el trasfondo de  la lucha por los derechos civiles de los negros, puede confundirnos, llevarnos a creer que es otra época, que queda lejos, otro siglo. Es un espejismo que se desvanece al ritmo de avance de la lectura, descubrimos que estamos ante  mundo reconocible,  calcado al que vivimos en este primer tercio del siglo XXI. Es la prueba, el pañuelo manchado de sangre, de que la sociedad permanece invariable y solo lo accesorio cambia: las tontunas que atan nuestro bienestar  a un modo de vida que es una semilla estéril,  por donde asoma el fruto de la felicidad en forma de tablas del Producto Interior Bruto  y velocidad en las comunicaciones.  
Pavel Kuczinsky, 2007.
 
 
La Conjura de los necios, como los dramas de Sófocles, las tragedias y comedias de Shakespeare, el novelón de Cervantes y tantas otras obras clásicas,  son nuestra filosofía perenne  porque nos muestran la inmutable clase de cenutrios que somos, cómo estamos destinados a sufrir y, sin embargo, nos partimos el pecho por seguir agarrados, como desesperados a esa balsa que echa aguas y que tiene un nombre, borroso, grabado: Progreso. 
Vivimos sobre un volcán cuya superficie hace rato que exhala fumarolas tóxicas  y calienta las plantas de nuestros pies.  La Historia  de la evolución social y  económica de la humanidad  es un colador de fraudes y mentiras, de suposiciones y sobreentendidos. La resistencia del pensamiento humano al cambio,  favorece el pensamiento adocenado, que se acepte de manera masiva que estamos en el único camino posible y que la historia es tal y como nos la están contando. 

La recurrencia de las  crisis sociales, las guerras, el odio interracial, el despilfarro de bienes, el sentimiento de superioridad nacional, religioso, étnico  y/o cultural son la evidencia de nuestro fracaso como especie. No avanzamos, estamos una y otra vez cometiendo idénticos errores para nuestro propio perjuicio. No se puede ser más tonto.        
 
 

Como diría el personaje de Sheldon, el físico maniático de la estupenda serie Big bang, con cada gran crisis social, económica y política, nuestra especie, organizada en tribus (países en la versión jurídica evolucionada) recibe un colosal  ¡zas en toda la boca!
Y aún desdentados, derrotados  y ridículos,  nos empeñamos en volver sobre los mismos pasos.      
 
 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Cantar la historia






Cuando se lee literatura clásica, por curiosidad, para buscar una cita apropiada, por casualidad, porque no hay otra cosa que llevarse a los ojos; por cualquier circunstancia  en la que nuestra elección ha sido, por decirlo de alguna manera, empujada hacia un texto clásico, sin que exista un previo interés en el exclusivo disfrute de la lectura, se produce, al menos en mi caso,  asombro ante el despliegue de la  acción narrativa, de la perspicacia y comprensión de la naturaleza humana y de los conflictos que marcan nuestra existencia.

La sensación es que  los narradores sabían o al menos intuían, algo que nosotros, hoy, en una sociedad tecnologizada e hiperinformada  ignoramos. Nuestra cultura abreva una y otra vez en las fuentes sin llegar a saborear, a localizar el elemento  que convierte ese preciado líquido en perenne sabiduría, que no se marchita y que reverdece con cada generación.
¿Por qué Ulises, Electra, Caín, Horus, el Minotauro o, ya más tardío, el potente relato de  La Divina Comedia, son resucitados una  y otra vez?
 
 
 
 
La Divina Comedia. Giovanni di Paolo, 1444
 
Quizás porque nos muestran el lado oculto de lo que somos y esa revelación constituye un santo y seña con el que es  posible atreverse a vencer el miedo, perseguir una ilusión, derrotar el Mal, enfrentarse con las infinitas desgracias  que nos acompañan, y lo hacen mediante  una clara invocación al poder que no vemos pero que está siempre presente.
El Universo  gobernado por  fuerzas invisibles acude para echarnos una mano siempre que reconozcamos su existencia. Es el poder del Mito, que nos alimenta incluso a pesar de nosotros mismos.

Ahora  importa la Historia  con pretensión de ciencia  objetiva y científica, queremos saber lo que ocurrió de verdad, imponer orden cronológico a la catarata de sucesos caóticos e incesantes de los que recibimos información al segundo, sin que nos vincule el conocimiento que subyace en el drama o la comedia, es imperioso olvidar rápido para sobrevivir a lo que está desprovisto de poder simbólico y que se sirve en un único plano descriptivo.      
 
Catal Huyuk, Anatólia
 
En las sociedades pretecnológicas, lo narración del drama consistía en ligar el significado con el acontecer diario  como clave para afrontar la repetición que tendría lugar en un tiempo futuro, porque el tiempo no se percibía lineal, sino como  un círculo, la rueda que nunca se cansa girar.
 
Un hecho  fundamental y fundacional  en las primeras sociedades humanas  era cantado con todo detalle, generación tras generación, sin apenas cambios, porque era un relato sagrado que no solo entretenía,  también  mostraba un modelo social de comportamiento y un manual para acercarse a lo desconocido, inexplicable y misterioso  de la existencia humana.       
Algo mágico nos une con nuestro pasado mítico, las intuiciones se revelan verdaderas para pasmo de estudiosos. Ocurrió con Schliemman que creyó a pies juntillas en la veracidad del relato Homérico. Tal era su fe, que se propuso hacerse millonario -lo consiguió- para dedicarse sin preocupaciones económicas a  seguir un texto  de más de dos mil quinientos años de antigüedad y  pagar las excavaciones. Su pasión, unida a la colosal   inteligencia que poseía  y, quizás alguna ayudita de Paris o Helena, le llevaron  hasta  el lugar exacto donde se hallaba Troya. Aquello fue lo nunca visto, la sociedad arqueológica internacional no tuvo más  remedio que reconocer el mérito de quien no había pisado una Universidad en su vida y era visto como un estrafalario con la cabeza llena de pájaros.      
 
 

En su libro Nueve Vidas, de William Dalrimple, se  explica un caso  pasmoso de  intuición, esta vez de un joven estudiante de  lenguas clásicas, Milman Parry.  En las largas jornadas de estudio en la universidad de Cambridge,  en Massachusets, imaginó  que las obras de Homero, el cimiento  de la literatura occidental, fueron en su origen poemas orales. Por loco lo trataron, pues se consideraba imposible que miles de versos fueran memorizados y  repetidos durante cientos de años sin cambiar el sentido y las palabras de la narración.  

Parry descubrió que en los Balcanes  quedaban bardos que se sacaban unas perras recitando poemas épicos en los cafés turcos.  En el año  1933 se dedicó a viajar por Yugoslavia,  recogió  miles de poemas heroicos y epopeyas que en los años treinta aún se recitaban con éxito.
Por ejemplo,  conoció a un anciano bardo  que relataban sin cambiar una letra,  un poema épico de 16.000 líneas,  jamás se  equivocó, tal como comprobó Parry  durante los meses  en los que estuvo presente en sus actuaciones de café;  también grabó  en más de media tonelada de discos de aluminio las hazañas memorísticas de los últimos cantores épicos yugoslavos.
 
 
 

Su teoría se abrió paso  cuando pudo demostrar  que, efectivamente, era posible, transmitir  durante siglos y con extrema exactitud, un relato de características semejantes a los poemas  homéricos.  
En la India,  en los años setenta y resistiendo el invasión  de la tele, un bardo era capaz de recitar sin trastabillar el Mahabharata, que equivale a la Ilíada, la Odisea y la Biblia, todo en uno. Una dimensión narrativa estratosférica que el bardo repetía durante sucesivas  noches en rituales de puja, sin alterar una letra.
Los bardos compartían una característica imprescindible para el oficio: eran analfabetos. El hecho es que los bardos que posteriormente adquirieron las habilidades de lectura y escritura, vieron cómo se esfumaba su capacidad para recitar.        

 

domingo, 4 de agosto de 2013

Teatro de verano 3

Último vídeo dedicado a destripar tramas,  en los que hay más verano que teatro.

Cierro esta tríada de parloteo con Fausto de Goethe.


"Sí, por entero me entrego a ese designio, que es la última palabra de la sabiduría:  merece libertad y vida quien diariamente sabe conquistarlas"  





miércoles, 3 de julio de 2013

Teatro de verano 2



Ruskaia Gunai Zamonovitz

Drama zarista de amor y miseria

Enrique Jardiel Poncela.


Como escribí en la anterior entrada, este verano solo tengo intención de colgar los vídeos de las obras de teatro que me gusten, pocos, no más de tres vídeo. 

Desactivé los comentarios en la anterior entrada y en esta no he recordado que debía repetir la operación. Gracias por las visitas. Por circunstancias personales no puedo dedicarme tanto como quisiera al seguimiento de blogs ni tampoco a este. Así que espero que en septiembre pueda recuperar el ritmo habitual. Un abrazo, amigos.      


miércoles, 5 de junio de 2013

Teatro de verano 1

 
 
Llega el momento  de abandonar  el blog en su formato habitual. A partir de hoy y hasta finales de verano he decidió  no colgar entradas, desactivar comentarios y pasarme al vídeo.

Voy a leer teatro y quiero contarlo, de principio a final. Espero no superar los cinco minutos.

Colgaré los vídeos en los que destripo la obra elegida y  tal como salga de la cámara de foto así  se verá. No voy a retocar ni mejorar la imagen y el sonido, salvo que, como ha ocurrido esta mañana, intervenga un espontáneo, por ejemplo un ciclista saludando a grito pelado. Cuando  explico el primer acto hay un corte de unos segundos. Tampoco escribiré una palabra en las siguientes entradas, solo contaré la obra.   

La intención es que durante el verano pueda colgar los vídeos hechos con la cámara de fotos allí donde me encuentre, sin editar ni escribir entradas. Una diversión como otra cualquiera y una manera de leer teatro con la motivación impagable de poder contarlo.  
Intentaré visitar  los blogs que me gustan y olvidarme del propio hasta el final del verano.
Muchas gracias y  disfrutad, si el tiempo lo permite y la autoridad competente no lo impide. ¡Auuuuuu!    
 
Invitación para el estreno de Freshwater  de Virginia Woolf  en 1935
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 

miércoles, 8 de mayo de 2013

El alma del mundo




En La tentación vive arriba, de Billy  Wilder,  el marido ha enviado a mujer e hijos de vacaciones. Al principio, se las promete muy felices  en su apartamento  de soltero circunstancial.
Imagina una apasionada aventura con la vecina.  La dicha es breve porque el teléfono y los encargos se hacen cada vez más insidiosos. Hay que enviar un palo de remo  al  pueblo de veraneo para que el niño pueda salir a navegar. Punto  clave en la trama son las  fiestas en el pueblo.  El marido  inicia un desastroso acercamiento a la espléndida vecina,  Marilyn Monroe,  pero el miedo a ser descubierto y  la noticia de que también está en el mismo pueblo un amigo muy servicial, le amargan la vida. 
¡Ah, qué malo es Wilder!  La esposa está con los niños y con los amigos, uno de ellos es un seductor a quien el marido teme más que a un nublao, y mientras anda en su aventura inocente, no puede sacar de su cabeza al mocetón que entretiene a su mujer.  Está seguro:  en su mente ve la escena del pecado: sobre un carro  de heno retozan la  adúltera con el don Juan de medio pelo.  Avanzando  retrocediendo,  se repite a sí mismo en la película a propósito de los escarceos del amigo, convertido en odiosa amenaza.
 
 
 
 
 
Ese avanzando retrocediendo, latiguillo que he hecho mío, es lo que me ocurre con algunas de las lecturas que me aproximan a un conocimiento,  que confío voy a encontrar  en determinado libro, para desvanecerse en cuanto  piso las últimas páginas.
Avanzando retrocediendo,   se ha quedado  en una anécdota después de leer un texto  que recomiendo a quienes tengan ganas de saber  fuera de los cauces convencionales. Puedo decir que he avanzado después de leer  El fuego secreto de los filósofos, de  Patrick Harpur, publicado por Atalanta.
 

Escalera de Donato D' Angelo Bramante. Museos Vaticanos

El autor  se ha empecinado en abordar  el Saber humano sin prejuicios. Pretende rescatar el alma del mundo y  el inconsciente, condenado este último a habitar en las sombras. A primera vista puede parecer esotérico, sin embargo está muy lejos de la charlatanería.       
Su relato  se inicia con un análisis de las leyendas sobre seres daimónicos,  donde conviven hadas, trolls, elfos, gnomos, espíritus presentes en la naturaleza. Sigue adelante con autores que sacaron su inspiración para la  creación de su obra, gracias a una percepción muy afinada, una doble visión mística, que comparten  Platón,  san Juan de la cruz, William Blake,  el poeta sufí Rumi, Yeats, Wordsworth o Ibsen.

Harpur nos plantea una propuesta: cambiar un modo de pensar heredero del racionalismo cartesiano  por otro en el que esté presente la duda, la incertidumbre, la Sombra y, sobre todo, la imaginación y lo simbólico.  Y no es una locura, en vista de que  se está abriendo camino la teoría de las supercuerdas que habitarían un espacio-tiempo  de diez dimensiones, y en otra versión de la misma teoría ¡de veintiséis dimensiones!  Casi es más difícil  creer en las supercuerdas  y sus consecuencias  que en la existencia de espíritus.  Nos explica que la  posibilidad de que exista una versión exacta de nuestro universo no es una fantasía en la física actual.  En este segundo universo,  las   partículas idénticas  a las que, por ahora, conocemos  podrían ser capaces de interactuar con nuestro mundo.  El párrafo que sigue es parte del epílogo de El fuego sagrado de los filósofos   
"El objeto de un secreto es evocar una sensación de misterio, movilizar todas nuestras facultades y azuzar nuestro amor propio. Nos atraen con un señuelo, e incluso  nos engaña induciéndonos  a emprender una búsqueda  cuyas pruebas terribles  de otro modo nos disuadirían. Nos ponemos en camino  en busca del conocimiento y el poder ocultos que creemos que el  secreto nos conferirá, pero descubrimos  por el camino  que esas cosas son imágenes de una sabiduría y una gloria que no podíamos imaginar al principio"

En La Leyenda de la ciudad sin nombre,   Lee Marvin  pronuncia una frase que es  digna de figurar en este libro, entre otras cosas porque Harpur hace un repaso de la manía que tiene la humanidad de dividir  el mundo en dos categorías. Atentos al diálogo y a la maravillosa canción que es un himno a lo secreto, misterioso y transitorio de nuestra existencia. 

 
 

martes, 16 de abril de 2013

Escribir, leer y vivir del aire



Libros, puertas. Rob Gonsalves

Revolver entre libros viejos y  pasear  por  las ciudades, las que conozco y las que quiero descubrir,  sin objetivo determinado,  forma parte de lo que para mí significa la joie de vivre, y lo digo en francés porque acabo de leer dos novelas de Patrick Modiano  y es tanta la melancolía de sus historias que necesito  unas risas para volver a mi ser y lo expreso  en esa lengua preciosa,  con la que el escritor nos cuenta  la etapa fundacional  de su vida, la que sin haberla vivido, nació en 1945,  recrea en los años treinta y durante la ocupación de París por los nazis;  la ausencia del padre y  el desarraigo de los personajes que habitan las tristes pensiones con ventanas desde las que solo se ve  la lluvia y el cielo gris. Paisaje emocional más alicaído no se puede.
Así que  hoy no voy a recomendar a Modiano,  quizás mejor dejarlo para el otoño, cuando las tardes de verano nos hayan dejado con ganas de paraguas  y  ansia de ponernos  ese abrigo con el que tan bien nos sentimos.  Será, sin duda, el mejor momento para leer Flores de ruina, que ya con el título nos avisa de lo que vamos a encontrar, y Perro de primavera,  ambas novelas en la línea habitual  film noir, con mucha gabardina y ganas de amargarnos el día.


El destino es muy listo como decía la portera del edificio donde viví cuando era niña. El tiempo me ha demostrado que el destino no es el nombre de un señor y que  esa mujer conocía  de la vida más de lo que aparentaba, teniendo en cuenta que no había salido de un convento hasta cumplidos los sesenta años.  El destino siempre amaga  una sorpresa, verbigracia, la otra tarde, que no llovía, y hacía un calor anticipatorio del bochorno mediterráneo que se nos echa encima,   en una librería convencional en la que entretenía una espera,  entre los estantes de best-sellers,  mazacotes  de tapa dura, encontré un cuadernillo de apenas  setenta y cinco páginas, tamaño agenda de teléfono, de las que en época predigital  se llevaban en el bolso.  Un niño perdido entre la multitud. Con razonable esperanza me hice con él: Libros y libreros en la antigüedad. El autor es un escritor mexicano,  Alfonso Reyes. La editorial es Fórcola, que  no conocía y que empieza bien.  
El libro es una versión abreviada del que escribió  H.L Pinner en 1948: The world of books in classical antiquity.  Qué diversión, qué placer la lectura de  anécdotas y  erudiciones librescas que se remontan a griegos y romanos, contadas con cierta sequedad, de acuerdo,  pero  después de leer a Modiano ha sido como ir al baile de la Rosa y convertirme en la reina de la fiesta después de haber estado podando un camposanto. 
En su esforzada lucha por ganarse el pan, los autores  de hace más de dos mil años son tan parecidos a los actuales,  que una se pregunta la razón por la que tanta gente persigue escribir libros y, lo más raro, que tengan la ilusión de vivir de la escritura.
Cuenta Alfonso Reyes que  Juvenal  se refería a la “hueca fama  como único consuelo de los escritores, a falta de contraprestaciones económicas suficientes para vivir con decoro.  Y  a todo ello hay que añadir que ni había protección legal que amparase el derecho de autor, ni  el plagio  tenía la consideración actual, de hecho, las leyes de propiedad intelectual se remontan a poco más de de doscientos años.
Estaba tan asumido el plagio y la apropiación de escritos, que el mismísimo Quintiliano  cuando publicó sus clases, harto de ver sus palabras en boca ajena, disculpaba esa mala costumbre de sus alumnos de la siguiente manera:  creo que los jóvenes lo hicieron como prueba  de su estimación hacia mí”  
Sin contar los fraudes normales que debían soportar los escritores, por ejemplo, si era un famoso como Marcial, su nombre se estampaba en rollos escritos por otros que no gozaban de tanto aprecio popular.  Otra argucia  de los libreros de viejo consistía en meter semillas de ciertos cereales entre los rollo para dar apariencia de más antigüedad, incluso hubo alguno que intentó vender la Odisea  original, en cómodos rollos muy decorativos.  
¿Alguien se atreve a afirmar que hoy son tiempos difíciles para la literatura?  

domingo, 31 de marzo de 2013

Allegro sostenido II





Extracción de la piedra de  la locura. El Bosco, 1475.

Me ha costado más de un mes decidirme a escribir este post.  He cambiado de intención media docena de veces, primero era sobre tal libro, luego el otro, después el de más allá.  Y mientras tanto, la lectura de los blogs que frecuento me  ha  tenido distraída y  con la idea de que no hay en este planeta nada sobre lo que alguien no haya escrito antes.

En el capítulo anterior, invitaba a la lectura de Carlo Cipolla, que entre risas y verdades, nos advertía  de la incorregible  naturaleza humana, siempre inclinada a la tontuna,  con una loca adicción a resolver conflictos –o dejarlos estancados-con el objetivo, confesado o no, de evitar el beneficio al mayor número de personas. No hace falta que ponga ejemplos de la escasa capacidad que gasta el ser humano  para decidir con el menor perjuicio, no solo para el  común, sino también para sí mismo, cosa asombrosa, se mire como se mire. Nos tiramos las piedras en el  propio tejado.   
En busca de un conocimiento  universal del porqué de esa afición tan dañina a buscar casi siempre la peor solución personal y social, me he ido adentrando en lecturas muy aleccionadoras  sobre cómo  funciona nuestro cerebro,  una aproximación,  pues ni de lejos se conocen todas las intrincadas relaciones que se producen en esa masa viscosa que tiene, pásmese quien lea esto, más conexiones nerviosas en un centímetro  cúbico de tejido cerebral que estrellas hay en la galaxia donde habitamos.  ¿Y eso qué significa?  No lo sé,  ni tampoco  qué implicaciones tiene  tal formidable  red, en perfecto orden,  que nos conduce por la vida sin que tengamos consciencia de que  nuestras decisiones no obedecen, al menos en parte,  a lo que  siempre hemos creído como fruto de nuestra santa voluntad.    

La biología domina nuestra visión de la realidad. Nos  guste o  no, nos parezca una idea trasnochada o que pueda ser, de hecho  lo es, instrumentalizada por el poder político. Somos lo que somos porque nuestra morfología nos impone  una manera muy concreta de percibir lo que nos rodea.  Constatada esta, por ahora, verdad, el siguiente paso es averiguar si  la consciencia de lo que somos  tiene reflejo  y/o construye el mundo que habitamos.

Hay que regresar al principio porque a pesar de todos los logros, los interrogantes sobre qué somos y adónde vamos están vigentes más que nunca. Hoy, a diferencia de la época en la que los  griegos meditaban sobre estas preguntas fundamentales,   poseemos una tecnología que es capaz de modificar nuestra biología. Y me barrunto que si nuestro cerebro  puede ser cambiado,  lo harán y será para fastidiar algo que ni siquiera  conocemos, ni tenemos conciencia de que existe dentro de nuestra cabecita.
Las neurociencias avanzan que es una barbaridad, el resultado de  lo que hoy se sabe, lo ha resumido y muy bien, David Eagleman  en Incógnito.  Podemos empezar a pensar que la estupidez tiene cura,  que apenas estamos descubriendo  cómo es ese desconocido que vigila nuestra consciencia y tiene  el mando de los deseos y sueños.    

jueves, 21 de febrero de 2013

Allegro sostenido I


 
Man Marko. Yellow Ladder.
 
Existe un elemento liberador  que ilumina la vida y  no es otro que el  humorismo,  cuyo significado nos lleva de la mano a ese equilibrio que hermana el bienestar emocional y físico.
En primer lugar es necesario que sintamos que los seres humanos, nuestros semejantes,  son gente, en el fondo, agradables y  si fueran antipáticos,  juzgarles con indulgencia.  Algo habrá si rebuscamos para que podamos tolerarlos, al menos  dos minutos.   La capacidad para reírse y ver la dimensión cómica en cualquier situación,  y no  es lo mismo que burlarse de quien sufre,  nos pone en la senda correcta de lo que somos, todos sin excepción:   individuos maltrechos en busca de una mano amiga.
Estas palabras vienen a cuento de dos libros que he releído sobre  la naturaleza humana,  en su  faceta de exquisito cenutrio. Y es que a la luz de los  primeros lustros del siglo  XXI, comprobamos un día tras otro, que  los más zoquetes alcanzan un poderío asombroso, toman decisiones que afectan a millones de personas  y  son, aquí viene el humorismo, tipos  que hablan con una solemnidad  apabullante de sí mismos y de las muy acertadas visiones sobre cómo  ha de gobernarse la sociedad. Individuos  pierdonodoyuna, recalcitrantes y con un optimismo demente sobre sus cualidades personales.    
Wilkintie. Merijn Hoss

El primer Libro es el del economista, Carlo M.Cipolla: Allegro ma non troppo.  Inicia su  manual sobre  las leyes de la estupidez humana, con un repaso sobre el auge y caída de la civilización occidental. Empieza por la descripción del fin del imperio Romano. Cita la teoría, entre otras, de que fue la contaminación general por plomo la causa del desmoronamiento. Plomo en los recipientes para cocina, en las tuberías, cosméticos y colorantes.  En particular, la ciudad de Ravena, sede del imperio de Oriente  en Italia, se llevó la palma. Cuenta el historiador romano  Sidonio Apolinar: en Ravena los muros se desploman, las aguas cesan de fluir, las torres ceden, las naves encallan, los ladrones vigilan  y los  guardianes duermen. La baja tasa de natalidad y la alta tasa de mortalidad  durante años fueron culpables de la decadencia romana, sin una élite política ni cultural el Imperio se autodestruyó.
Y después vino la Edad Media y el  comercio de especias, con una clara favorita: la pimienta  por sus cualidades  euforizantes, y no solo por ser condimento culinario. Y en fin, ya sabemos  que después de unas cuantas epidemias, revoluciones, guerras, crisis económicas  y reformas chapuceras hemos llegado hasta hoy.  ¿Y cómo estamos?  Cipolla apunta que los florentinos se hicieron renacentistas por despecho,  decepcionados ante el impago de los ingleses que se   declararon en  bancarrota en 1340 y dejaron de pagar sus deudas.  Si ya no existía seguridad jurídica para el cobro de los préstamos,  era preferible abandonar las actividades financieras para dedicarse a las bellas artes, con los resultados gloriosos que conocemos.
Después del repaso breve sobre la inevitabilidad de la desgracia humana, por nuestra mala cabeza,  Cipolla se dedica a analizar, de manera constructiva,  las razones por las que  siempre tropezamos con la misma piedra. Descubre el bicho, una  fuerza colosal y oscura que impide alcanzar  el bienestar general, prolongado en el tiempo,  y  que tiene un nombre conocido: la estupidez.
          
Desarrolla las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana, con profusión de demostraciones matemáticas sobre la ineluctable proporción de estúpidos, sea cual sea el origen social, étnico, religioso y económico. Toma, como ejemplo para defender su teoría,   las universidades,  categoriza cuatro estamentos: bedeles, administrativos, alumnos y profesores.  Nos explica que la Naturaleza  es implacable y  no se deja   domeñar por simplezas como el origen modesto de los bedeles y su escasa instrucción; tampoco se amilana ante catedráticos de reconocido prestigio. Todas las categorías tiene el mismo porcentaje de estúpidos. La hipótesis es demoledora, y se nos abren las carnes cuando  demuestra que, entre los premios nobeles, también hay estúpidos en la misma proporción que entre los afiladores de cuchillos.
Necesitamos saber en qué consiste esa lacra purulenta, culpable de que las sociedades humanas seamos como la yenka, aquel baile en el que se daba un  paso  adelante y otro atrás. ¿O era Lenin quien  postulaba  avanzar  para retroceder?  
Estúpida: dícese de persona  que causa un daño a otra o a un grupo humano sin obtener  al mismo tiempo un provecho para sí.
Continuará.