Tenía prevista que la entrada de hoy fuera un relato simpático sobre un psicópata que se cruzó en mi vida una tarde de primavera. Era un psicópata conocido, por lo tanto iba sobre aviso cuando ocupó el asiento de mi coche y me ordenó que le condujera hasta el pueblo X. Contaré la historia otro día, porque el suceso se ha convertido en una de mis anécdotas preferidas. Todo acabó bien, durante la media hora que duró el viaje tuve la oportunidad de observar de reojo al pobre desgraciado -con un crimen en su historial- supe que quería ser bueno y amaba los pajaritos (vivos). Un cuento verídico al estilo de Eudora Welty, la escritora estadounidense a quien dedicaré otra entrada.
Las consecuencias del terremoto en Japón, en particular y la reflexión sobre los desastres que afectan la vida humana en general, son motivos suficientes para que aplace el relato autobiográfico a cambio de compartir mi visión sobre cómo los seres humanos nos sobreponemos a circunstancias destructivas, catastróficas para nuestra vida. Pocos son los que sin haber experimentado un suceso extraordinario de tal calibre, puedan imaginar hasta que punto es maleable nuestra identidad. El dicho gitano: qué malos son los buenos comienzos, encierra una enorme verdad porque quienes no han tenido que batir el cobre para salir adelante, echarán en falta la lección en la que la vida explica la materia con la que estamos hechos los seres humanos. Y con eso no estoy diciendo que debamos educar a los niños como si fueran personajes dickensianos o que nos vayamos a la falda de un volcán a esperar que nos alcance la lava ardiente. No es necesaria la temeridad, el momento trágico aparecerá en nuestra existencia, lo queramos o no. ¿Y cómo reaccionaremos? ¿Seremos capaces de aplicar la alegre doctrina con la que juzgamos a los demás cuando nos toque a nosotros? Cuando escucho a alguien que critica con dureza a un pobre miserable, imagino qué hubiera hecho esa persona en las mismas circunstancias y el saldo sale negativo. El yo haría, yo en su lugar habría hecho esto y lo de más allá, me produce urticaria porque revela una gran ignorancia sobre lo muy vulnerables que somos y lo fácil que es destruirnos a nosotros mismo. Bueno, esto tiene poco que ver con el terremoto de Japón y otras catástrofes. De nosotros, la Naturaleza y los fenómenos sobre los que no tenemos control y que afectan la supervivencia humana, creo que no escribiré otro día. Dejo un enlace de Youtube de la canción que he estado escuchando mientras escribía esta entrada, como despedida del blog hasta la última semana de marzo. Hasta pronto.
Óleo de Lavinia Fontana, 1552-1614 pintora italiana del primer Barroco. El retrato es de la niña Antonietta Gonsaluss que padecía hipertricosis, una niña loba, que la pintora supo retratar con cariño y en el que se aprecia la mirada inteligente de la criatura.