Durante años, las tardes de domingo las pasaba en un cine de barrio de sesión doble, de manera que las criaturas ocupábamos los asientos batientes de madera, con la merienda en una bolsa de tela. Ni refrescos ni botellines de agua, el grifo de los baños nos suministraba líquido potable cuando era necesario. Éramos delgaduchos, casi todos, con alguna excepción que mirábamos como una rareza y una desgracia. Aunque mi aspecto, alta y muy delgada, también me valió algunas burlas que no me han dejado ningún trauma, o eso me parece. Durante un tiempo quise ser muy bajita para dejar de ocupar el último lugar de la clase en los desfiles escolares. Luego descubrí que casi mejor era quedarme como estaba.
En el cine de mi barrio no había contemplaciones con la sensibilidad infantil. Un programa habitual era una de risa y otra de miedo o acción, según criterios muy amplios. Aún recuerdo un domingo en el que primero vimos El libro de la selva y luego nos endilgaron El Conde Drácula, con un Bela Lugosi que provocó la intervención del acomodador, al que temíamos más que al propio Drácula porque no se conformaba con deslumbrarnos con su linterna, sino que se ayudaba de una corta vara para atizar a quienes expresaban sus emociones a grito pelado saltos y otras habilidades motrices. Pedagogía de vanguardia porque daba un resultado óptimo. Ese domingo, regresamos a casa corriendo y por el bordillo de la acera, temerosos de que el vampiro nos saliera al encuentro desde cualquier portal oscuro.
M.R. James |
No me gustan las películas de terror, ni las de acción, ni las escenas de persecuciones ¿Será consecuencia de un trauma? A cambio me encantan los cuentos de fantasmas escritos por un único autor: M.R. James. Los relatos son perfectos mecanismos de precisión, y lo más sobresaliente es la mesura en el uso de los adjetivos.
En el cuento El maleficio de las runas, un erudito, especialista en tratados alquímicos que trabaja en el Museo Británico es víctima de una venganza. El escritor de un infame libro de brujería pretende que su obra sea publicada, pero la negativa de la mayor autoridad sobre este tipo de textos -el estudioso del Museo Británico- le parece intolerable al autor, que despechado, urde un diabólico plan para acabar con la vida de Mr. Dunning, un bendito que se pasa el día estudiando manuscritos del Saber oculto.
La estrategia maligna se inicia una tarde cuando regresa a casa en el tranvía. Por la noche Mr. Dunning ha de dormir sólo en casa. Ruidos, puertas que se abren y cierran, luces que se apagan. En fin, lo habitual cuando una presencia quiere llamar la atención. En la cama busca a tientas fósforos para encender una vela, en vez de eso se encuentra con la cabeza de un ser ominoso ¿y cómo reacciona? pues diciéndose que está pasando una noche lamentable. Mr. Dunning, se refugia en su despacho para evitar tales inconvenientes
M.R James (1862-1936) fue decano del King's College de Cambridge, director de Eton, pero sobre todo un hombre de curiosidad insaciable, experto en arqueología, filología y otras disciplinas emparentadas. Sus cuentos tienen el aliciente añadido de que escribe sobre lo que conoce y en escenarios familiares. Los 31 relatos que publicó son como las sesiones doble del cine: risa y miedo. Si alguien decide leerlo, por favor, que no olvide la linterna. Por si se va la luz.