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domingo, 7 de febrero de 2010

En la corta historia del Alpinismo, apenas dos siglos, el relato de los primeros hombres y mujeres que se aventuraron a trepar hasta las cimas de las montañas, provoca admiración y espanto; lo segundo por la temeraria valentía con la que se atrevieron a subir los picos de los Alpes y Pirineos y lo primero por la vestimenta de bombachos y americanas, las botas claveteadas y las gorrillas que  poco protegerían a quienes alcanzaron el Mattherhorn, el Aneto o el Montblanc; y sin embargo lo hicieron, y algunos incluso sobrevivieron y repitieron muchas veces durante toda su longeva vida, como es el caso de algunos guías legendarios.
Me encanta  la literatura de montaña de principios y mediados del siglo XX,  hay mucho romanticismo y también un halo de candidez en los perfiles de los protagonistas, por ejemplo en  las novelas de R. Frisson-Roche: Regreso a la Montaña  o el Primero de la cuerda. La descripción de las ascensiones tiene, en muchas ocasiones, un carácter épico individual, en el que importa más que el desafío y la consecución del objetivo la emoción que proporciona la naturaleza.  El autor ponía en boca de Armand de la Bolla Nere, personaje de la novela Regreso a la montaña, estas palabras: " sentíase alegre sencillamente por existir y por amar lo que amaba: la pureza de la mañana, el paisaje invariable..."             
             
Foto del libro Les Aiguilles de Chamonix de Henri Isselin. Ed. Arthaud, 1961