Abro este post con la Melancolía de Durero, una de las tres estampas alegóricas del pintor alemán, más misteriosa y simbólica. El grabado está encerrado en un espacio de 31 cm de alto por 26 cm de ancho y en él, amontonados y en desorden hay un buen catálogo de elementos que parecen puestos allí para que puedan devanarse los sesos semiólogos y otras especies en los siglos venideros. Melancolía es un ángel, una mujer con alas y gesto enfurruñado que sostiene un compás con la mano; un niño sentado sobre una piedra de molino, un perro en los huesos y en el plano superior al ángel, objetos que poseen una carga simbólica que invita a descubrir mensajes ocultos o, al menos, reconocer el propósito del pintor de mostrar un estado anímico, la melancolía, rodeado de objetos propios de actividades racionales y técnicas; vemos un enorme poliedro tras el que aparece un crisol y se mezclan los objetos con lo irracional, representado, por ejemplo, por el cuadrado mágico cuyas cifras, sumadas, siempre dan el mismo resultado: 34. La Melancolía ilustra el primer capítulo del libro de Ernest Jünger, El Libro del Reloj de arena, una lectura que he disfrutado durante los primeros días de este año, siguiendo el consejo de un amigo asturiano, a quien agradezco su siempre acertado criterio literario. Si observamos el grabado de Durero, vemos el reloj de arena acompañado de la balanza, una campanilla y el cuadrado mágico. Alegorías, imágenes que, como bien expresa Jünger, no están sometidas a ningún orden jerárquico. ¿Qué representa el reloj de arena? es el esmerado símbolo del Tiempo, el concepto puro que ignora las divisiones creadas para referirnos a las actividades cotidianas; el Tiempo que se escapa y que perdemos -o tal vez ganamos con el transcurrir de los días- el que nos entristece y nos proporciona alegrías, cuando comprendemos que todo esfuerzo y sufrimiento acabarán un día, pues el reloj de arena, los granos minúsculos de tiempo se deslizan sin descanso hasta consumir el último segundo. Nuestra existencia está dominada por un tiempo mecánico, alejado del que marca las ampolletas en las que la arena se escurre y marca el instante elemental, propio de la naturaleza que, a diferencia de los relojes actuales, nos promete una contemplación amable y sosegada de un tiempo sin segunderos ni minutos que destierra el frenesí del cronómetro.
Melencolia 1, Alberto Durero, 1514.
Tiempos Modernos, Charles Chaplin, 1936.