El derecho a ser feliz es una frase tópica, la humanidad, cualquier ser vivo, tiene el derecho de gozar de la felicidad, ese estado de completo bienestar físico y emocional. ¿Podemos ser felices cuando nos vemos rodeados de desgracias, víctimas de todas las penalidades que podamos imaginar? La respuesta es afirmativa porque el estado de felicidad tiene que ver con el instante en el que se produce la conexión más profunda con nuestro yo y entendemos, aunque sea fugazmente, el sentido de la existencia. Viktor Frankl relata que sintió un estallido de felicidad cuando iba de camino en una helada madrugada, a la cantera en el campo de concentración donde estaba internado, unido por grilletes a otros presos, golpeados por los soldados, miró al cielo limpio y vio la imagen de su amada mujer, que había muerto en otro campo, hecho que el desconocía, y esa imagen querida prendió en su espíritu y le llenó de optimismo y de felicidad.
Hellen keller, una niña ciega y sordomuda, aprendió cautiva de sus privaciones sensoriales que la vida era motivo de optimismo. Guardamos en algún lugar de nosotros mismo una minúscula llama, dar con ella es fácil, convertirla en hoguera que nos caliente y reconforte requiere alimentarla con la fuerza de la razón y el calor de nuestros sueños.
Hellen keller, una niña ciega y sordomuda, aprendió cautiva de sus privaciones sensoriales que la vida era motivo de optimismo. Guardamos en algún lugar de nosotros mismo una minúscula llama, dar con ella es fácil, convertirla en hoguera que nos caliente y reconforte requiere alimentarla con la fuerza de la razón y el calor de nuestros sueños.
Foto Hellen keller. American Library.
Cromos recortables holandeses. Agence Eureka.