Chance encounter at 3.A.M. Red Grooms, 1984. |
Abel Speiis, un veterinario militar jubilado, aficionado a descifrar los jeroglíficos del periódico y toda la clase de pasatiempos y adivinanzas, era llamado el ruso por sus vecinos. La culpa del mote la tenía una pelliza que se echaba sobre los hombros durante todo el año. El ruso se dedicaba con especial éxito a los criptogramas. Ganó el primer premio de un concurso nacional descubriendo, en una ininteligible serie de 18 agrupaciones de letras, la primera estrofa de La Marsellesa. La pasión por la criptografía y el enamoramiento loco de una vecina, la mujer de un comerciante de aceite de oliva, eran sus únicas ocupaciones. Ésta última pasión era conocida por los vecinos, a quienes el ruso pedía consejo sobre el amor que profesaba a la mujer de otro, una belleza que lucía pelusa oscura sobre el labio superior. No hubo manera de convencer al ruso para que le confesara su amor. No se atrevía, "no osaba declarar su llama".
Georges Perec, escribe esta historia de Abel Speiss, inquilino de uno de los pisos del edificio parisiense donde ubica su deslumbrante novela: La vida instrucciones de uso. De Perec está todo dicho, 747. 000 entradas en Google lo definen, deconstruyen, catalogan y exaltan.
Yo me quedo con las emocionantes coincidencias que ha generado la novela en mi propia vida. Quizás no soy objetiva, pero yo diría que en la novela de Perec se ocultan, si no mensajes, si algunas bromas dirigidas a sus lectores, a ciertos lectores. A una lectora en particular, quizás. Podría considerarse que lo que acabo de escribir es un delirio, algo así como ese trastorno de algunos pirados que están convencidos de que los locutores de la tele cuando hablan se dirigen a ellos.
Georges Perec y su gato |
La coincidencia más desopilante ocurrió un día en el que estaba sentada en un cine, acababa de comprar La vida instrucciones de uso, lo tenía en mis manos y leía la contraportada mientras la sala se iba llenando de gente. En la fila y asiento de delante, se sentó un señor con bigote, era bajito, cosa muy de agradecer en esas circunstancias. El señor del bigote sacó de una bolsa de la Librería francesa, otro ejemplar de la novela de Perec, y como yo, empezó a leer la contraportada. Guardé inmediatamente mi libro, avergonzada del qué dirán por compartir los mismos gustos literarios con un señor que tenía pinta de inspector de aduanas. En aquella época yo tenía una concepción del mundo muy limitada, en Europa había fronteras, aduanas y monedas nacionales. Y llovía mucho.
Ahora, dos personas sentadas una detrás de la otra haciendo exactamente lo mismo, es un embrión de flashmob, pero entonces era simplemente una rareza o una broma.
La película que echaban en el cine era La genou de Claire. Casi no recuerdo el argumento, porque estaba pendiente del señor del bigote, a quien miraba la calva al mismo tiempo que me preguntaba qué otros libros tenía en la bolsa que reposaba en el asiento vacío junto a él. Casi al final de la película, el señor que debió de sentir mis ojos en su nuca, se volvió hacia mí, diciendo alto y clarito: ¿Qué?
Yo contesté ¿qué de qué? Esta respuesta lo desarmó, ¡Ah, bueno! pues entonces, nada.
Acabó la película y salimos cabizbajos, Rhomer era tan lento que costaba un poco recuperar el habla. En el vestíbulo, mi alter ego lector, se acercó para pedirme disculpas por la mala manera con la que se había dirigido a mi. Me explicó que era mentalista profesional, que se ganaba la vida como ilusionista. Su capacidad de ver más allá de lo que ve la gente normal siempre le ocasionaba algún sobresalto, no se quejaba porque esa habilidad era su pan, pero a veces no se podía controlar y pasaba lo que pasaba. Le enseñé mi libro. ¡Ah, comprendo! dijo y ya en la acera, rebuscó en el bolsillo interior de la americana del que sacó una tarjeta que rezaba así: Abel Spe, mago, ilusionista, espectáculos a domicilio. Un tarjeta muy formal en la que figuraba un número de teléfono con el prefijo de Teruel.
Abel Spe y Abel Speiis, una coincidencia retroactiva porque hasta una semana más tarde no me percaté de ella. Luego, pasados los años he ido coleccionando casualidades en torno a la novela y sus personajes. Nada extraño porque bien mirado, La vida instrucciones de uso es una descripción pormenorizada en la que está representado el mundo que conocemos.