viernes, 23 de diciembre de 2022
La vida sin Homero
miércoles, 21 de septiembre de 2022
Bienvenido otoño
À bout de Souffle J.L Godard, 1960 |
Nunca había deseado tanto que acabara este verano. Y estoy segura de que miles, por no decir millones, celebran el fin de la calor, en femenino, la calor parece más tórrida y bochornosa. Fin de la queja, después de varios meses de no tocar el blog, hoy escribo reconfortada por la perspectiva de que mañana se inicia mi estación favorita. Retomo el blog, aunque lo hago sin olvidar las desagradables palabras de una amiga que la semana pasada me dijo: ¡Ah, pero tienes un blog!¡Qué rancia eres!
Desde luego, el blog ha pasado de moda y quienes aún lo mantenemos con vida, la mayoría renegamos el tuiteo y la exhibición diaria de nuestras andanzas y cursiladas en otros recursos digitales. Le tengo cariño a este espacio, es como un viejo diario al que le quedan algunas páginas en blanco y en las que, muy de vez en cuando, anotamos al estilo proustiano: esta mañana he visto al tío Ramón en la calle Caspe, está muy desmejorado desde que le abandonó su última amante, la señora Ermelinda.
Y luego está el maledicente comentario de mi primo Salvio: jamás leo blogs, todo lo que se escribe en ellos me parece un déjá lu. He de darle la razón porque incluso a mí, tan compulsiva con la lectura, me parece que las novelas que leo ultimamente son un déjà lu. Por ejemplo, este verano he leído una que empieza bastante bien, con asesinato en la primera página, pero que no pude acabar porque me anticipaba al desarrollo de la trama antes de llegar al capítulo correspondiente, de manera que me aburrí y acabé abandonándola en una vieja cabina telefónica de la que solo queda el armazón.
Creo que sacaré la rebequita del armario y daré un paseo otoñal por el bosque, buenas tardes.
domingo, 22 de mayo de 2022
Conspirar contra Job
El libro de Job atraviesa los siglos sin perder el lustre literario, la historia que cuenta afecta a los lectores, sean o no religiosos, porque informa de la inseguridad de la vida humana, de su inestabilidad y fugacidad. Nada es para siempre, bienes y vida podemos perderlos en un instante. Es una obviedad, sí, pero pocas veces nos paramos a pensar en la cantidad de energía que empleamos, y desperdiciamos, en atrapar y conservar lo que no nos pertenece.
El argumento del Libro de Job es el siguiente: Dios pone a prueba a Job instigado por un Satanás desafiante, pues afirma que la virtud de Job se debe a su opulencia económica, la buena salud y la familia gozosa y ejemplar de la que disfruta. Tan seguro está Dios de la fidelidad de Job que permite a Satanás que le inflija todos los males que una persona puede soportar.
La respuesta de Job a las innumerables desgracias es el silencio, ni un reproche sale de su boca. Y ante tal mutismo, Satanás se rinde pues ha quedado demostrado su amor incondicional a Dios, de manera que Job recupera con creces todo lo perdido.
El final feliz a la historia de Job tiene moraleja: la resignación merece el premio extraordinario. Sin embargo, esta interpretación tradicional no me parece que responda a la intención de quien escribió el Libro de Job. El relato nos lleva, en mi opinión, al estoicismo que es la aceptación que implica un sabio conocimiento de la naturaleza de la vida. Cuando todo está fuera de nuestro control, y lo está siempre, de nada sirve lamentarse y obcecarse en el sufrimiento. Al contrario, la aceptación serena de las adversidades, nos deja la mente preparada para la reflexión y la acción, en el caso de que podamos remediar algo.
El estoicismo es el apoyo imprescindible para navegar por la vida, y si hoy invoco El libro de Job es porque he vuelto a leerlo gracias a una página encontrada en la calle. Al recogerla, llevada por mi curiosidad, no me he percatado al principio de que se trataba de una página de la Biblia, el papel era basto y la tipografía tamaño 12, nada del delicado papel con letras capitales de oro de la Biblia de mi madre. La he guardado en el bolso. De vuelta a casa, me he enfrascado en el resto del texto bíblico, y me ha maravillado el relato y su dinámica argumental en boca de los amigos de Job y del propio protagonista.
A lo largo de la mañana he leído las noticias en internet y creo que esta página arrancada es una sincronicidad (si hago caso de Jung). Una coincidencia que no sucede porque sí y tiene significado para mí, pues une dos elementos inconexos: la hoja perdida y mi atención sobre ella, ambos constituyen un "acto de creación en la línea temporal" si seguimos con la teoría junguiana. Así que me doy por avisada. Guerras, epidemias, el anuncio de próximas hambrunas aparecen en el escenario actual. Lo raro, me digo, es que la página haya caído en mis manos en vez de ir a parar ante los ojos de quienes galopan los cuatro jinetes. Por ahora no entiendo nada y espero otra señal para atar los cabos definitivos.
martes, 15 de marzo de 2022
En el piano bar
En un barrio de mi ciudad existe un
local que solo abre un día por semana,
los jueves. El lugar es una fantasía, un metaverso, dirían algunos modernos. La entrada
está camuflada y el acceso ha de hacerse desde el interior de una escalera de vecinos. Hay un
piano y, claro, una pianista. Los sillones y los asientos de la barra del bar están
tapizados de terciopelo azul, raído y descolorido en las zonas de mayor roce. Como digo,
solo abre los jueves de ocho a doce de la noche. No
hay tele y está absolutamente prohibido encender los móviles. Si alguien,
aunque no me consta que haya pasado, contraviniera esta norma, el propietario
le echaría a la calle sin miramientos.
En realidad hablo de un club privado que apenas llega
a los veinticinco socios. El lugar es un
refugio para nostálgicos y amantes de las tertulias atemporales. Otra
prohibición es no hablar de política ni
de sucesos de actualidad, así que quienes pasamos por allí los jueves salimos
renovados, con la sensación de que el mundo real está entre la vajilla
desportillada y la pianista ciega que toca solo lo que le apetece. Otra
prohibición es solicitar melodías a la pianista; y una más es no sobrepasar dos
unidades de alcohol. Esta última no me concierne porque yo no bebo apenas
alcohol, y mucho menos fuera de las comidas.
Todos los socios nos conocemos desde hace muchos
años. El propietario sabe de nuestras preferencias y en cuanto ocupamos nuestros sillones preferidos, nos trae las bebidas
habituales acompañadas de almendra
saladas y aceitunas. Se sienta un rato con nosotros con intención de participar en la
charla, pero enseguida nos deja para ocupar su taburete detrás de la barra. Le encanta
entornar los ojos y cuando suena el piano, sigue el ritmo con la percusión de
sus dedos. La semana pasada, por ejemplo,
la conversación trató de los futuros viajes en el tiempo, unos decían que no
sería posible jamás y otros, defendíamos que quizás ya éramos viajeros sin saberlo.
La pianista se arrancó a tocar: Petite fleur. La escuchamos cantar: Cette fleur, plus jolie qu'un bouquet.Elle garde en secret, tous
mes rêves d'enfant, l'amour de mes parents…
lunes, 14 de febrero de 2022
La espía rusa
Hubo un tiempo en el que leía a Le Carré y añoraba (sin haber tenido la experiencia) la vida de espía solitaria, cínica y con un pasado amoroso desdichado. Esas lecturas tenían lugar en el bus y en el metro. Recuerdo que a los dieciocho años la vida interesante estaba en mi imaginación. Transitaban por mi mente los personajes de las novelas que leía: sufría, me enamoraba, lloraba y reía con ellos. Esta época dorada se acabó, de manera que perdí para siempre la inocencia lectora.
Me fastidia, pero es un hecho que cuando pasan los años pocas son las lecturas que nos asombran y conmueven. El déjà vu asoma como un tic. Todo es previsible, nos percatamos de los trucos argumentales y eso conduce a no entrar de verdad en el territorio sagrado de la historia que otra persona imaginó y escribió.
Ahora que estamos ante el relato de una posible guerra en Ucrania y que los rusos son los malos, un esquema tan maniqueo como falso, de buena gana sería espía rusa. Ni por un momento me gustan las guerras y si esta estallara, sería una atrocidad, una desgracia para miles y millones de personas que habitan la zona conflictiva.
Pienso en los rusos y me viene a la cabeza el sin fin de penalidades históricas que han padecido, pero también la fortaleza de un pueblo que ha aportado a la cultura universal obras que definen un espíritu sensible, comprensivo y compasivo con la naturaleza humana. Tolstoi, Chejov, Dostoievski, Bulgákov, Pasternak, Svetaieva, Ajmátova y tantos otros, pintores, músicos, científicos. Me resisto a aceptar que son nuestros enemigos.
Pertenecemos a la misma cultura humana y ni por un momento los siento ajenos. Si hablara ruso, algo más que unas pocas palabras, ofrecería mis servicios para evitar que Europa se divida -aun más-y que los intereses económicos y geoestratégicos se impongan a la razón pacífica, la que une a los seres humanos en el objetivo de cooperar para el bienestar de todos. Soy pesimista, parece que el mundo está condenado a repetir en bucle la mística bélica, un mal asunto que solo provoca sufrimiento y un regreso a los infiernos. Y comparto la frase de Alice, la que da inicio a la novela de Le Carré (1965), El espejo de los espías: No me importaría ser un peón, si por lo menos pudiera unirme al juego.