La barbarie significa falta de cultura y civilidad, según la Rae; también, fiereza y crueldad. Docta barbarie es una expresión absurda porque si es lo primero, no puede ser lo segundo, de acuerdo a la voz principal del diccionario. Quien inventó este broma semántica fue un hombre que escribió para sí mismo como diversión y sin pretender pasar a la posteridad. Ni siquiera publicó nada en vida y fueron dos amigos quienes se empeñaron en publicar los aforismos, observaciones y bromas literarias de Georg Christoph Lichtenberg (1 de julio de 1741-24 de febrero de 1799)*. De las notas biográficas sabemos que fue profesor de física en Gotinga, investigador notable y escritor de pluma irónica que se divertía señalando las paradojas de la realidad.
La docta barbarie es uno de sus aforismos y si lo traigo hasta aquí es porque mi experiencia vital me confirma la verdad de este sinsentido. En el primer año de pandemia y vacunas, ansiamos conocer la voz de los doctos, anhelamos escuchar voces competentes que informen sobre el maldito virus y sus terribles consecuencias; que nos expliquen con datos, estudios comparativos y objetivos sobre la conveniencia de las vacunas, los confinamientos sanitarios, las mascarillas, las cuarentenas. Sin embargo, entre tanto ruido y cacofonía, algunos doctos se han convertido en figurantes de criterios políticos veletas que cambian a menudo de enfoque sanitario. Unas veces para contentar a tal o cual gremio; otras ,y como recurso desesperado, para parchear el desastre económico. Para confundirnos aún más, nos enfrentamos a la barbarie de doctos que han sacrificado las búsqueda de la verdad por intereses espurios, sin duda más rentables que investigar con el único afán de saber más y sanar o aliviar al enfermo.
Nos hemos quedado huérfanos, ahogados por un maremoto de propaganda y desinformación constante que nos deja sin aliento. Seamos responsables y cumplamos las instrucciones, y así lo hacemos la mayoría. Salgo de casa con mascarillas de repuesto, por si pierdo la que me emboza; intento no acercarme a la gente a menos de dos metros; he eliminado de mi vida las reuniones con amigos y familia. Quiero vacunarme, sí, pero las noticias sobre los efectos de la que me toca por edad: Astrazeneca, me despierta dudas razonables sobre su seguridad en mi organismo.
Esta Semana Santa me he quedado en casa, ni siquiera he dado vueltas por mi comunidad, no fuera que por mi culpa alguien se contagiara, aunque no estoy enferma, pero quién sabe si no soy asintomática. En los paseos por el campo que se extiende cerca de casa o cuando tomo el sol en el patio, me pregunto cómo hemos llegado a esta situación. Tenemos la tecnología más avanzada que ha conocido la humanidad, los medios de comunicación más poderosos, la capacidad de relacionarnos como nunca antes y, a pesar de todos estos avances, vivimos en la ignorancia más absoluta en relación a la peste que esta transformando el mundo y que experimentamos en directo. La TV fumiga sin parar sentimentalismo que en nada ayuda a comprender si el virus seguirá con nosotros o alcanzaremos pronto la inmunidad. ¿Regresará la vida sin tutela en la que cada cuál asuma los riesgos que implica la libertad? ¿Cuándo llegaremos a la inmunidad de rebaño? Al rebaño sí, en él estamos, el resto de interrogantes quizás tenga respuesta en los próximos años.
*Aforismos, Georg Christoph Lichtenberg. Edición de Juan José del Solar, 1990.Edhasa
Lo malo de estas dudas e interrogantes es que quienes deberían darnos las respuestas adecuadas no las saben. Y así unos días dicen una cosa y al siguiente la contraria. Mientras, en los ciudadanos aumenta la incertidumbre y el escepticismo.
ResponderEliminarSí, por más que nos esforcemos en ser responsables, la falta de coherencia y la política errática desmorona toda confianza en sus decisiones.
EliminarSaludos
No lo he precisado, pero lógicamente me refería a los científicos y especialistas en estas cuestiones. De lo que nos digan y opinen nuestros políticos y demás "expertos" no vale la pena ni valorarlos.
ResponderEliminarClaro, exactamente es lo que dices. Desde luego es una situación difícil y todo parece complicado y oscuro, me refiero al virus, pero es imprescindible que la investigación, las vacunas y etc, se basen en criterios científicos y se rechacen prisas e intereses políticos. Realmente, Jorge, esto se parece cada vez más a una feria de locos.
EliminarNo conocía a Lichtenberg. Su concepto de "docta barbarie" parece una paradoja y viene muy a colación de la situación actual.
ResponderEliminarSí, desde luego, por desgracia se ha impuesto el dogmatismo antes que el debate abierto y las valoraciones objetivas sobre lo conveniencia o no de las medidas.Es una expresión de Lichtenberg que se ha usado en ocasiones históricas.Por ejemplo en las que un pueblo ilustrado (el alemán) abrazó un ideología totalitaria y un líder enloquecido. Se afirmaba que era el pueblo más culto del mundo en aquel momento y fíjate qué horror.
ResponderEliminarSaludos y gracias por pasarte por aquí.
Interesante esta entrada.
ResponderEliminarBesos.
Muchas gracias, María.
EliminarEncantada de verte por aquí
Me ha encantado lo que escribes y por supuesto tu blog
ResponderEliminarabrazos
Abrazos de vuelta, te agradezco la visita y que te guste el blog.
ResponderEliminarHemos entrado en una dimensión cósmica donde el miedo atenaza.
ResponderEliminarNo nos mezclamos por si portamos un contagio asintomático.
No nos atrevemos a vacunarnos por si la que nos toca es "la chunga".
Llevamos no una, sino dos mascarillas, por si una falla. Etecé…
Saludos.
Esta es la cuestión, el miedo se ha convertido en una energía que fluye libremente desde todos las esquinas. Los estoicos recomendaban vivir sabiendo que la muerte, las adversidades son parte de la existencia humana. Esta es, en mi opinión, la mejor manera de estar en este mundo.
EliminarSaludos y gracias por la visita.
Oía hace no mucho decir que estamos sobreinformados. Pero no lo creo. Parecen tratarnos como a niños. No es que recibamos mucha información, es que mucha de la recibida es mala información, incoherente muchas veces; y encima, sin decir las cosas claras, tratan de convencernos de lo que ni siquiera ellos están seguros de saber. Eso cuando directamente no se nos ocultan cierta información, que sí que deberíamos conocer, sin dramatismos, pero con realismo. Por ejemplo, qué confianza puede ofrecer un ensayo en unos pocos cientos de personas para determinar algo peligroso que puede darse en algún caso entre varios miles.
ResponderEliminarAun así, hay que comprender la situación tan complicada que vivimos y lo difícil que resulta abordar este asunto, cuando los especialistas van aprendiendo día a día cómo resolver el asunto en función de la realidad que van observando.
En fin, paciencia, que es la madre de la Ciencia, y nunca mejor dicho.
Un saludo.
Desde luego, paciencia y también hay que ser prudentes antes de afirmar o negar sobre cuestiones de las que disponemos de tanta información, sobreabundancia de datos y, lo peor, instrucciones contradictorias. El panorama actual no me tranquiliza, quizás hemos llegado al punto en el que necesitamos unos medios de información tan objetivos como sea posible, y una gestión pública transparente y eficaz. En fin, hemos de acostumbrarnos a la saturación informativa, y en mi caso, intento alejarme de la tele, esa fuente inagotable de desinformación.
ResponderEliminarSaludos
Lichtenberg, como Schopenhauer, como Kraus, como Canetti, simplemente no tienen pérdida.
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