Parece que está todo dicho desde hace más dos mil años. Quienes nos precedieron conocían el carácter volátil y caprichoso del ser humano y cómo, las civilizaciones, acaban por sucumbir enterradas en sus ruinas. El esplendor cae para dejar paso a tiempos oscuros. Así ha ocurrido siempre, ¿podría ser distinto ahora?
En la autobiografía de Stefan Zweig, El mundo de ayer, leemos: "...por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes, el nacionalismo, que envenena al flor de nuestra cultura europea".*
Su reflexión se detiene en el sentimiento de euforia ante los mayores avances tecnológicos de la humanidad. Maravillados por la llegada de la luz eléctrica, la radio, el teléfono y tantos otros progresos, su generación creyó en la imposibilidad de nuevas guerras en territorio europeo y por extensión en todo el mundo occidental. Ya sabemos -y él lo supo mucho antes- qué fácil es engañarnos a nosotros mismos.
Esos días releo su autobiografía y me asombra la perspicacia y sus emociones tan cercanas. El escritor, confinado en una habitación de hotel, en tierra extraña, desposeído de todo lo que un día tuvo, nos regala su legado, la memoria, los recuerdos de aquel tiempo de euforia y posterior descalabro social y moral.
Hoy, 3 de febrero de dos mil ventiuno, los jinetes del apocalipsis siguen con nosotros. Intuimos un paisaje hostil y, como en las guerras que no padecimos, nos levantamos todos los días con el recuento de contagiados y muertos. Sin embargo, nada es más letal para el ser humano que la pérdida de esperanza, recobrarla es requisito imprescindible para conjurar el mal. La luz, energía creadora del Universo es más poderosa que las tinieblas, Mozart no podía estar equivocado y yo creo en él.
* Stefan Zweig, El mundo de ayer. Editorial Acantilado.Traducción de J.Fontcuberta y A.Orzeszek
Una delicia!!!! Gracias!
ResponderEliminarGracias a ti, Fátima.
ResponderEliminarParece que no haya generación que se libre de uno de esos jinetes. La mía, que ya no conoció la guerra, no ha logrado librarse de esta peste; las posteriores a la mía -ni la mía tampoco, pues aún le queda algo de cuerda-, al menos espero que no conozcan en el futuro ninguno de esos otros jinetes, siempre amenazantes.
ResponderEliminarUn saludo.
Sí, esta es la misma sensación que tengo, poca o ninguna influencia tiene la Historia en quienes no la han vivido. Confiemos en que algún día se rompa el maleficio y se estudien los hechos del pasado para aprender de ellos.
ResponderEliminarSaludos
Enorme Zweig. Ciertamente el peor de mis temores radica en nuestro género .
ResponderEliminarDesde luego, no hay peor depredador que la especie humana, menos mal que se atempera con la bondad y la inteligencia de algunos que nos ayudan a sobrevivir.
ResponderEliminarAbrazos
Acabo de descubrir tu blog y me parece interesante. También a mi me parece imprescindible profundizar en la lectura de este autor.
ResponderEliminarSeguiré tu blog para compartir opiniones y emociones.
Gracias, Fanny, creo que leer a Zweig y a tantos otros nos ayuda a entender mejor el mundo y a nosotros mismos.
ResponderEliminarSaludos
Evolucionamos en el ámbito tecnológico pero no en otros. La Historia se repite.
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