Hay casualidades que bien parecen el resultado de un juego planeado por una inteligencia caprichosa e insensible, aunque algunas veces decida gastarnos una broma y parezca que se apiada de nosotros. Cuando leí el relato de Tsevan Rabtan en la revista Jot down https://www.jotdown.es/2016/08/una-voluta/ pensé que lo más increíble que podamos imaginar es susceptible de ocurrir. No sé si en este universo o en otros.
En el relato fascinante y verídico de Rabtan, donde da noticia de un accidente de aviación en el que viajaban un famoso boxeador francés y también dos hermanos, violinistas destacados que iniciaban una gira por Estados Unidos y Canadá: Ginette y Jean Paul Neveau. El 28 de octubre de 1949, el avión se estrelló cerca de las Azores, no hubo supervivientes. Los músicos llevaban dos instrumentos valiosísimos, un Stradivarius y un Guadagnini. Los violines eran bien conocidos por un lutier, Étienne Vatelot, quien tiempo más tarde reconoció los dos arcos que fueron encontrados casi intactos.
En cómo llegaron los arcos hasta el lutier reside una parte del interés de esta historia. La peripecia de los violines tuvo un final asombroso. En el año 1982 en un programa de la televisión francesa, en el que estaba presente el lutier y se homenajeaba a los violinistas, el pianista Bernard Ringeissen, presente en el estudio, quiso enseñar una voluta de violín que un pescador portugués encontró y le regaló años antes. La emoción y las lágrimas asomaron a los ojos del lutier, esa voluta pertenecía al violín Guadagnini propiedad de Ginette Neveau.
Nos parece raro, incluso sospechoso que se produzcan estas improbables casualidades, pero ¡ay, amigos, existen! Yo misma he vivido varias a lo largo de mi vida. Contaré la última. A principios de octubre caminaba por Paseo de Gracia, cuando me llamó la atención una mujer tumbada en un banco. Acurrucada en su manta de dibujo de leopardo, miraba pasar a los pocos que transitábamos a esa primera hora de la mañana. Gritó mi nombre, cuando me acerqué se echó a mis brazos, olía a patchulí y no lucía mascarilla.
No la reconocí, pero ella a mí, sí. ¿Cómo era posible si las gafas de sol y la mascarilla camuflaban mi cara? Me pidió que me sentara a su lado, le propuse invitarla a un café en una de las terrazas que aún quedan abiertas en el paseo. Dobló la manta, la metió en un carrito de supermercado que tenía al lado con sus pocas pertenencias y, dicharachera e indiferente a su pobreza, me contó que desde hacía tres meses vivía en la calle. Intentaba ubicarla en mi vida pero no había manera. Sí, su voz era familiar y las anécdotas que relataba en ristra sin parar, entrecortada por las risas, las viví en sus más tontos detalles; la gente de la que hablaba eran también mis amigos y parte de mi familia. Aquellas escenas en los veranos de mi juventud eran un calco de lo que conservaba en mis recuerdos.
Me dolía preguntarle quién era, pues cuando alguien da prueba de conocernos, nuestra ignorancia se convierte en un insulto. Al fin, me atreví cuando se zampaba el último bocado de cruasán. ¡Que quién soy, no me fastidies, soy tu prima! Ahí estaba Elisa, como si un velo invisible acabara de caer, descubrí sus rasgos al instante. Mi prima, la que un día desapareció a la francesa, solo dejó una nota dirigida a su madre, con quien por aquel entonces vivía: no te soporto más, adiós para siempre. Años más tarde supimos que se había instalado en Australia. Luego, una Navidad, su madre nos llamó para decirnos, con la frialdad de un forense, que su desagradecida hija había muerto la semana anterior en un accidente de coche, en Adelaida. Mentira.
A velocidad de vértigo, recompuse su historia ¡Por todos los santos, qué delgada y guapa estaba a pesar de la mala vida que da la calle! Pedimos otro café con leche y más cruasanes. Sin inmutarse me dijo que tenía un don, y que de ese talento secreto y prodigioso el culpable era un libro. Echó mano en su carrito, protegido en una bolsa de plástico sacó un libro que reconocí al instante. El Tarot de Mategna, de Raimon Arola, un tratado de las cuarenta cartas dibujadas a mediados del siglo XV que el escritor desvela en su significado y símbolo más profundo. Aquí viene la primera casualidad. ¡La mañana que relato tenía una cita con Raimon Arola y Pere Montaner! Con ellos había quedado dos horas más tarde para la grabación de un programa. ¡No, sí! ¡No puede ser! Estuvimos unos minutos entretenidas con esta sucesión de exclamaciones contradictorias. Esta casualidad me provocó un estado de euforia, común en la gente que tiene la experiencia de vivir una casualidad más que improbable. Cuando suceden esta clase de hechos que unen personas y acontecimientos en un escenario impensable, es como si se abriera una ventana a lo invisible.
Me señaló la carta del libro dedicada a Calíope, la musa de la elocuencia y de la poesía. Esa soy yo, me dijo, las páginas manoseadas estaban llenas de dibujos y anotaciones a mano. Su dedo me condujo a una frase, una firma y una fecha: Tu verdad es la única verdad. Guillem J, 4 de marzo de 1998 .¡La letra diminuta pertenecía a quien fue un amigo mío de juventud! Se casaron en Australia y él fue el verdadero muerto en el accidente de coche. Antes de matarse, conducía Guillem, le pidió que nunca olvidara su don y de pronto se estamparon contra un jacarandá. Hace pocos meses compré un jacarandá para mi patio. Por ahora está más muerto que vivo. Y yo ya no sé si esto es una trola o toda la verdad.
¿Casualidad, causalidad o mero relato de invención tuya? Me dejas con la boca abierta.
ResponderEliminar(Tengo que ver esa narración en la mitología, me interesa)
Un abrazo
No creas que todo es invención, cosas más raras se han visto. Seguro que las tres sesiones sobre narrativa y vídeo juegos te gustarán o eso espero.
ResponderEliminarAbrazos
Una cadena de casualidades, es muy curioso, sí, pero ya sabes, Marga, que soy un escéptico absoluto para este tipo de fenñomenos. No puedo con ellos.
ResponderEliminarMe gustaron mucho los sesiones sobre "la narración en la mitología, literatura..." Te felicito.
Francesc Cornadó
Gracias, Francesc. Ya sé que no te gustan este tipo de casualidades, pero haberlas haylas. Es otro de los misterios de la vida, y como decía aquel gran escritor y astrofísico, Arthur Clarke: lo que hoy es inexplicable (magia) mañana será ciencia.
ResponderEliminarAbrazos
Trola o verdad, fantasía o realidad, mito o logos, o inspiración para un videojuego. Lo ignoro.
ResponderEliminarUn saludo.
Ahí está el misterio, mejor dejarlo tal cual, la realidad tiene tantos pliegues que todo o casi todo es posible.
EliminarAbrazos
Sin analizar lo que has escrito Me gusta tu blog es inmenso de lindo
ResponderEliminarMuchas gracias, RECOMENZAR. Mejor que no analices, si te gusta el continente me doy por satisfecha.
EliminarSaludos
Qué más da si es una trola o es verdad. Lo importante es que la historia nos dé la posibilidad de conocer personajes y viajar a otros sitios, en eso consiste la literatura.
ResponderEliminarAsí es Sandra, lo de menos es que sea real porque importa más cómo lo interpretamos y qué sacamos en claro de la experiencia lectora.
ResponderEliminarGracias y saludos.
No he entendido ni una puta palabra. Eso es bueno. No me gustan los relatos con historias comprensibles. Porque entender pueder ser una condena. Y no entender, la puerta que se abre.
ResponderEliminarSaludos.
P.S. Estoy con lo que dice Francesc lo que ocurre es que me he impuerto ser más educado en los comentarios en los blogs, o los blog, o como ser diga. El texto es para echarle de comer aparte. Pero, en fin, a tu bola.
Un abrazo también.
Pues eso, si no has entendido nada, seguro que no he hecho más que empezar a escribir una historia que ha salido por dónde ha querido. Oye, me encanta que digas que no has entendido nada, me anima saber que aún queda gente que dice lo que piensa.
ResponderEliminarAbrazos
Qué buenísima narración, Marga!
ResponderEliminarRespecto a lo de las casualidades no sé si se me comprendería si dijera que toda mí existencia vital, desde que me engendraron esta demostradamente entrelazada, sueños incluidos. Tarde he comprendido que ello me marca como ser afortunado pero que la condición para mantenerse feliz consiste en no airearlo; será porque resulta muy complicado de asumir y comprender por células ajenas? Me toca aprender a saber renunciar a dicha fortuna pero cuesta lo suyo, por ello la muerte me muestra su mejor cara. La de la verdadera liberación.
Sí, incluso diría que en lo referente a las casualidades, sueños y otras experiencias consideradas espirituales por la visión materialista, han marcado también mi vida. ¡Cómo no comprenderte! En el caso de la felicidad, es un sentimiento que emana de sentir que todo en nuestra vida sigue un orden y que no hay más que seguir la ruta hasta el final.
ResponderEliminarAbrazos