Hace una semana alguien en quien confío por su buen criterio y sentido común, me habló de una serie que echan en una plataforma digital, de esas que están desplazando a la tele, convertida en entretenimiento residual para viejos y pobres. La serie en cuestión trata de un especialista en movimientos faciales, gestos imperceptibles que él sabe interpretar para revelar qué se esconde detrás de las palabras.
El protagonista dirige una empresa dedicada a cooperar con la justicia y, gracias a sus dotes, determinar la culpabilidad de los sospechosos;
tiene dos colaboradoras la mar de listas –pero no tanto como él-que también saben leer
las señales faciales. Desde el primer episodio me
encandiló, aunque he de reconocer que después de ver media docena ya he perdido
interés porque, como pasa casi siempre con las series, se repite el patrón y las
historias son previsibles, un error imperdonable.
La cuestión es que en la serie, me
he redescubierto, sí, yo también sé leer el lenguaje facial y corporal. Al igual que una de las ayudantes del doctor Lightman (imperdible
nombre) el conocimiento del lenguaje no verbal me viene de
nacimiento. No es por hacerme la chula, pero mientras veía la serie pensaba, caray, si eso ya lo practicaba yo en mi
tierna infancia. Sucede que con el tiempo y el saber profesional y libresco,
la intuición queda relegada a un espacio cada vez más reducido y, como cualquier
habilidad natural, si no se practica casi
se pierde.
Anny Ondra, Carl Lamarc, 1930 |
Claro que no puedo sino estar de acuerdo. Digamos que lo mismo que expresas yo lo "traduzco como comportamientos diversos en, a su vez diversos planos de la existencia",por eso nos topamos con extremos chocantes en las personas, yo misma tengo que convivir con ello, no me queda más remedio para sobrevivir y mira que me esfuerzo en resultar coherente. Curiosamente cuanto más coherente me muestro mayor resulta la incomprensión ajena. Un abrazo.
ResponderEliminarCierto, encerrados en las palabras, queriendo interpretar desde lo que expresamos verbalmente sin tener en cuenta otros elementos indirectos, nos equivocamos continuamente. Y mal nos entienden cuando ajustamos lo que decimos con nuestras emociones, sin ocultar ni disimular nuestra intención.
ResponderEliminarAbrazos