sábado, 24 de noviembre de 2018

Gente difícil




Un cuento de Chéjov, del que he tomado prestado su título para esta entrada, recorre en apenas unas páginas la monstruosa convivencia  de una familia. 


Siento admiración por la manera chejoviana de describir la miniatura, de escoger una escena en la que distingue los detalles para proporcionar a los lectores  un conocimiento preciso de lo que palpita debajo de las apariencias.


 A Chéjov le debo aprender a mirar, a identificar dónde se quiebra la feliz superficie del lago que deja ver el torbellino engullidor de esperanzas  e ilusiones. 


La vida es desorden, sí, pero también tiene instantes en los que  resplandece la belleza como una invitación para entrar en el caos sin temerlo. Si la existencia es dolor y desesperación, también es un camino para descubrir nuestra fortaleza y con ella, la capacidad de desafiar el destino que otros eligieron para nosotros.


En Gente difícil, el padre inspira terror a su mujer e hijos, nadie en la familia  se atreve a rechistar, hasta que un día, el hijo mayor, humillado y enfurecido por un  episodio colérico del padre, le contesta e intenta, sin ningún éxito, que reflexione sobre el daño que provoca su conducta. La justa rebeldía del hijo, inesperada incluso para sí mismo, marca el fracaso del padre y un no retorno a la situación anterior.


En las últimas líneas del cuento, Chéjov advierte, con la  sutileza que le caracteriza, que el caos  es inevitable;  aquello que destruye, hiere y pone patas arriba  nuestra vida es una mala compañía de la que quizás no podemos escapar, pero enfrentarla es impedirle el paso.   





           


            

viernes, 3 de agosto de 2018

La ignorancia nos come


Opere 2008, Sabrina Mezzaqui, Museum Voorlinden, Wassenar

Leemos muy poco, incluso quienes se jactan de leer un par de libros semanales, o más aún, los que afirman leer un libro diario, leen una  minúscula porción de lo que se publica. 

Echemos cuentas, en España se publicaron  87.292 títulos en 2017, un poco más que en 2016 (81.391), según datos de ISBN. Los libros publicados en soporte digital en 2017 fueron 23.061 títulos.  En  el caso optimista de leer un título diario, 365  libros al año, tal cantidad es irrelevante, nos perdemos la mayor parte del conocimiento, diversión, aburrimiento o lo que fuere que nos pudiera provocar la lectura de esta biblioteca universal gigantesca.  

Los lectores empedernidos  tienen a su disposición el abrumador número  de 60 millones de títulos que se calcula  han sido publicados en el mundo desde el siglo XV, la mayor parte son hoy de dominio público. Significa que no requieren permiso para copiar y editar; colgarlos en la red tampoco crea problemas legales. Antes esta inmensidad de libros, se añade cada año un millón más de títulos publicados en todo el mundo.

Es una celebración  de la cultura, inabarcable para cualquier humano que no disponga de una mente  cibernética con posibilidades de leer a la velocidad de la luz.  El goce de la lectura, esa experiencia adictiva, liberadora y contagiosa,  es  imperecedero y está protegido por un horizonte renovado de misterios y maravillas. La perspectiva oceánica de palabras engarzadas que construyen  relatos  -que nunca leeré-  me provoca nostalgia de lo que ignoro.


Somos una especie grafómana, no conozco a nadie que no asegure que está por escribir –si no lo ha hecho ya- una novela, poemario, teoría filosófica,  social, científica y etcétera. El resultado es que la humanidad publica un libro cada medio minuto.


Pierre Mornet

Así que frente a estos datos no queda más que reconocer que hemos leído apenas nada, no llega a un miserable uno por ciento para los lectores más tenaces y  obsesivos.

Sin embargo, importa un bledo la cantidad de libros que leemos,  jamás alcanzaremos la plenitud cultural, con esta convicción podemos sacar mucho provecho de nuestra ignorancia libresca.  Lo hicieron otros con bibliotecas exiguas, o incluso sin apenas leer.  Sócrates desconfiaba de los libros, una invención que, según su opinión,  restaba recursos intelectuales para defender ideas sin la muleta de la palabra escrita. 

¡Conque a Sócrates no le gustaban los libros! Pues no, y  Séneca se lamentaba de que la inmensidad de libros en circulación disipaba el espíritu en vez de aclararlo. 

Creo que no les faltaba una parte de razón, leer poco o mucho importa menos que ser capaces de entender  y aprender de lo que vemos y sentimos, de la apreciación del mundo físico y  emocional  y de la interpretación mental que  damos a la realidad. 


Fuente: Los demasiados libros, Gabriel Zaid, 1972 (actualizado) 








sábado, 21 de julio de 2018

Mentiras verdaderas



Hace una semana alguien en quien confío por su  buen criterio y sentido común,  me habló de una serie que echan en una plataforma digital,  de esas que están desplazando a la tele, convertida en entretenimiento residual para viejos y pobres. La serie en cuestión trata de un especialista en movimientos faciales, gestos imperceptibles que él sabe interpretar para revelar qué se esconde detrás de las palabras. 






El protagonista dirige una empresa dedicada a cooperar con la justicia y, gracias a sus dotes, determinar la culpabilidad de los sospechosos; tiene dos colaboradoras la mar de listas  –pero no tanto como él-que también saben leer las señales faciales.  Desde el primer episodio me encandiló, aunque he de reconocer que después de ver media docena ya he perdido interés porque, como pasa casi siempre con las series, se repite el patrón y las historias son previsibles, un error imperdonable.


La cuestión es que en la serie, me he redescubierto, sí, yo también sé leer el lenguaje facial y corporal. Al igual que una de las ayudantes del doctor Lightman (imperdible nombre) el conocimiento del lenguaje no verbal me viene de nacimiento. No es por hacerme la chula, pero mientras veía la serie pensaba, caray, si eso ya lo practicaba yo en mi tierna infancia. Sucede que con el tiempo y el saber profesional y libresco, la intuición queda relegada a un espacio cada vez más reducido y, como cualquier habilidad natural, si no se practica casi se pierde.

Anny Ondra, Carl Lamarc, 1930



La palabra adquiere unas proporciones descomunales en el discurso humano, inmerecida en mi opinión, porque si el lenguaje es fundamental para entendernos, los límites del lenguaje son los límites de nuestro mundo (Witggenstein)  las señales involuntarias de nuestro cuerpo tienen un poder comunicativo muy superior. Ahí tenemos como ejemplo  el discurso político y religioso, o cómo el lenguaje sirve para traicionar los hechos, pero para quien sepa observar y traducir los gestos, el engaño de los líderes queda al descubierto.       

Afirman los que saben que el tono de voz y la modulación transmite un 30% del mensaje; el lenguaje corporal (incluye los músculos faciales) el 80%, así que nos queda un esmirriado 7% para trasmitir lo que queremos decir y conseguir que nos crean. 

Quizás por esa  razón la literatura es la mejor y más eficaz mentira, sólo la palabra  escrita, desprovista de referencias físicas logra que la verdad aflore por encima de la verdadera intención del autor.



domingo, 4 de febrero de 2018

Función de onda a las doce





Una de las formas de representación del estado físico de las partículas es la función de onda,  dimensión infinita  que reúne los posibles estados de la materia.  Quien quiera saber más sobre la función de onda que lea que a Von Neuman, Feynman, Max Born y otras notables mentes de la física más avanzada, porque nada más puedo ni sé explicar.  


¿Por qué elegí este título para mi novela?  Porque función es palabra  polisémica, tanto designa una sesión de teatro como la actividad concreta de un órgano biológico, instrumento mecánico, musical, atribución administrativa o, una simple y entretetenida función de circo. 

En cuanto a onda, más de lo mismo: onda o caracolillo, pliegue en el pelo, en el vestido, en un líquido; onda que es también la forma de  propagar los campos electromágnéticos en el espacio. ¿Y doce?  Las doce uvas, apóstoles, el sistema musical dodecafónico, ese sistema atonal que me pone de los nervios; la doce del mediodía, de la noche, los doce hombre sin piedad y tantos doces que no enumero para no cansar. 


Función de onda a las doce, abre un campo de significados casi infinitos de los que me aprovecho para contar, entre risas y lágrimas, la vida de una mujer cincuentona, en paro que, la muy ilusa, cree en la literatura, preciso: cree que si escribe una novela saldrá de la pobreza y  conseguirá pagar la hipoteca de su casa. ¡Pobrecilla! 

He colgado en el lateral, Función de onda a las doce para quien quiera leerlo, es gratuito y descargable, si alguien saca algo en claro, le agradeceré que me lo haga saber.    

La ilustración del libro es un regalo de Marina Durany, pintora y músico.