Teknoploff. com. Tecnología del botijo |
Gasté parte de mi primer sueldo en un botijo de Miravet. Tenía veinte años y creía que llenar la casa recién estrenada con alfarería, me acercaba a una vida más interesante. En todos los viajes con el primer coche, un 124 desvencijado, paraba en los pueblos con el afán de llevarme una vasija, cuanto más común, mejor. Después de varias mudanzas, solo quedan dos botijos encima de una librería.
No me acordaba de ellos y están a la vista. Con los objetos pasa como con los paisajes, de tan presentes como están, se vuelven invisibles y ya no nos percatamos de su belleza, si la tienen, o de su fealdad, menguada, porque el paso del tiempo anestesia la percepción.
Mis botijos, de Miravet y Menorca, siguen sin haber probado líquido, jamás han refrescado la boca de nadie, están momificados en su estantería, como si se tratara de nichos olvidados. Hoy han resucitado en un ceremonia de limpieza general, pasados por agua y jabón, me percato de lo bien torneados que están y de que, los graciosos pitorros, nunca han calmado la sed de nadie. Han escapado de su destino -por ahora-. Me alegra tenerlos cerca, tan irreales y anacrónicos que no parecen de este mundo.
Hoy, a estas horas del sábado, primer día de octubre, cuando se desenfoca el paisaje y parece que se cierne una tormenta, el barro modelado en su efectiva tecnología, se convierte en el símbolo del tiempo circular, dónde todo vuelve.
Han vaticinado un otoño caluroso, ya es hora de llenar los botijos de agua y dejarlos en la fresca, por un si acaso se corta la luz.
Una buena idea, la tecnología de evaporación debido a la porosidad no necesita energía de ningún tipo.
ResponderEliminarAgua fresca, y si le añadimos la picardía de añadir un poco de licor de anís, maravillosamente fresca y dulce.
Tenía por casa uno estupendo de Verdú, de cerámica negra, y no consigo recordar que fué de el.
Un abrazo.
Pues tendrás que rescatarlo, nada más ecológico que un envase de barro que conserva la temperatura. Ni comparación con las botellas de plástico, claro que para llevarlo en el bolso, es un poco aparatoso.
EliminarAbrazo
Cuando entré de aprendiz en Miquel Rius, con trece años, me tocaba ir a buscar agua a la fuente que aún hoy existe, entre Mallorca y Enrique Granados. El recipiente era un botijo.
ResponderEliminarEn una ocasión, el oficial al que tenía que obedecer me dió un guantazo, mientras, los demás aprendices (los había de 2º, de 1ª y medio oficiales) se partían el pecho de ver como las había tomado conmigo. Cuando me toco ir a buscar agua llené hasta un tres cuartos el recipiente del botijo y después me oriné dentro. Al llegar le puse un chorro largo de anís que guardaban siempre para mezclarlo con el agua.
Lo puse al fresco del hielo, dentro de un barril de hierro.
Al cabo de unas tres horas alguno tenía mal de barriga y todos decidieron que el botijo daba mal sabor y que había que romperlo.
Fue un día de disfrute total.
Salut
Hay que ver, Miquel, eras el malote del trabajo.
EliminarVaya ocurrencia. Desde luego, si uso un botijo en el futuro, no le sacaré el ojo de encima, no fuera que pasara algo parecido.
No abundaré en el pasado, solo añadir que de haber disfrutado una mínima libertad a los 20 habría tenido semejante actitud. Pese a mi gusto por los botijos ninguno me acompaña aunque en diversas ocasiones intenté conseguir sin éxito que el agua en su interior supiera rica y por supuesto fresca.
ResponderEliminarAquella época de la transición disfruté más de la deseada libertad que en ninguna otra.
EliminarEn cuanto al botijo, la idea de echarle anís tiene su sentido, mejora el sabor. Vaticino que llegará el día en el que volveremos a usar objeto que hoy tenemos arrinconados. Al tiempo.
Durante la transición estaba más que engrilletada, ya tenia dos hijos, un marido al que gustosamente habría perdido de vista, padre, madre y aupair. Tooodos juntos, revueltos y sobre mi chepa. No te extrañe mi actual y radical sentido de la libertad!!
EliminarPues no solo no me extraña, sino que me parece justa compensación que ahora disfrutes tu libertad, las idas y venidas por dónde quieras y con quién quieras.
EliminarCuando a los objetos utilitarios quedan durmiendo en un armario parece que se integren al mueble -la momia y el sarcófago-, ya no apreciamos su belleza y muchas veces acabamos olvidando la emoción que nos produjo su encuentro.
ResponderEliminarUn abrazo
Es así, quizás por eso cuando los recuperamos, aparecen con la carga de los recuerdos asociados a ellos. Es la evocación y todo lo que arrastra, el tiempo pasado , la ilusión de aquel momento y etcétera. Es un botijo como podría ser un sombrero de paja o el primer libro que leímos. La reconstrucción del pasado ejerce sobre casi todo el mundo una gran fascinación.
EliminarAbrazos
No puedo decir que un botijo, sea cual sea la creatividad con la que se lo haya intentado revestir, sea mi ideal estético. En realidad me parecen cacharros horrorosos. No sé cuántos años necesitaría tenerlos a la vista para lograr que me pasaran desapercibidos.
ResponderEliminarFeliz tarde, madame.
Bisous
Madame, con unos cuantos lustros lo horroroso deja paso a lo vintage, y luego, a antigüedad en la vitrina de un museo.
EliminarEs una cuestión de tiempo.
Ojalá mis botijos fueran etruscos o babilónicos; por ahora son del segunda mitad del siglo XX, demasiado jóvenes para ser valiosos.
Buenas tardes y bisous.
Me pregunto desde cuándo existirán los botijos. No recuerdo haberlos visto en pinturas ni en documentos antiguos.
ResponderEliminarSaludos.
Pues he visto botijos, muy parecidos a los actuales, en culturas mesoamericanas, olmeca y Paraca. Vasijas con pitorro y asas muy bien ornamentadas. No sería nada raro que se remonte este tipo de vasija al inicio de la agricultura. Una diseño genial para guardar el agua.
ResponderEliminarMuy buenas noches y saludos
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ResponderEliminarEn estos tiempos de iphons ipads y wiis, la reivindicación se vuelve urgente. Me traer recuerdos infantiles de excursiones en familia...lo importante es la idea, el uso ya llegará...estoy seguro. Un abrazo
ResponderEliminarAy del botijo orondo de la niñez, cuántos frescores me trae a la mente. Yo también tuve, ya casi treintañero, la costumbre de allá por donde iba adquirir algo de barro, así que cántaros de Priego de Cuenca, o asadoras de castañas de Coca, o botijos de los Barros, o jarras de Moveros, o cantimploras de barro de Portillo, o pequeñas piezas de Almuñécar, por citar algunos ejemplos fueron ocupando suelos y estanterías, fieles acompañantes de libros y otros recuerdos del camino vital. Hace años que ya no pico, primero porque han desaparecido gran parte de los alfares tradicionales de España, luego porque ya no te priva el interés de la curiosidad y la estética como en los mejores años de la ilusión, y también porque ya no hay sitio para meter un trasto más, aunque quien sabe si mañana no me seducirá una pieza inesperada... Y además cuando te leo "Hoy, a estas horas del sábado, primer día de octubre, cuando se desenfoca el paisaje y parece que se cierne una tormenta, el barro modelado en su efectiva tecnología, se convierte en el símbolo del tiempo circular, dónde todo vuelve" pienso si no será otra manera de fuga, de recogida en los abrigos de invierno, o de vida en los márgenes de los significados profundos de las manos humanas. Quién sabe.
ResponderEliminarDesde donde estoy hoy tengo problemas para responder comentarios en orden sucesivo.
ResponderEliminarV, de vez en cuando echar mano de un artilugio anacrónico en estos tiempos es un capricho que nos deja ver la distancia que hemos recorrido, y a veces sin haber cambiado de lugar.
Otro abrazo.
Fackel, ese barro que guardas cuánto lo habría deseado en aquella época en la que mi vida era, así lo viví, como una peli del primer Rhomer. Campiña, vasijas, flores amoríos pasajeros y veranos deslumbrantes. No hay añoranza porque hoy es mejor que/ayer; estorban cachivaches en la casa y, como bien dices, ni sevencuentran ni se nos ocurre ampliar el catálogo doméstico de ornamentos y otras fruslerías que acaban olvidadas.
ResponderEliminarOiga, pues yo tengo uno y el destino para el que fue fabricado cumplido. Si piensa, aunque tarde, hacerlo útil, no olvide, así me dijeron que debía hacerse, para eliminar el sabor a arcilla, llenarlo de agua con un chorrito de limón o vinagre. Yo lo hice, y el agua fresca que produce sabe a gloria, aunque para no empaparse hace falta un poco de practica, como con la bota de vino o el porrón.
ResponderEliminarUn saludo.
Dlt, echarle limón o vinagre previo a beber el agua es fácil, lo malo viene luego. Jamás me ha salido bien beber en porrón o bota, así que cuando le de uso, que será cuando face la calor, segun marca la copla, primero verteré en un vaso por la boca ancha.En fin, que el uso y funciones del botijo es cuestión de más enjundia de lo que aparenta.
ResponderEliminarSaludos