Jean Fouquet, 1420-1481 |
Al final de la primera Guerra Mundial, Elías Canetti residía en Zurich. Era un niño de apenas doce años cuando se convirtió en testigo accidental de un hecho, tan revelador de la sinrazón de las guerras que pulveriza la retórica belicista.
Acompañaba a su madre, una mujer de inteligencia y cultura extraordinaria, políglota y lectora apasionada, cuando al doblar la calle, presenciaron el desfile de soldados franceses heridos, renqueantes y tullidos por las heridas de guerra. Avanzaban con lentitud, la gente se apartaba a su paso. Estaban en Suiza para ser canjeados, una vez recuperados, por soldados alemanes. Al otro lado de la calle, apareció un grupo de soldados también heridos, eran alemanes. Con paso lento se dirigían al encuentro irremediable.
Se temió un enfrentamiento, desde las aceras, los transeúntes vieron como los dos grupos de soldados se cruzaron en la calle. Un herido francés, levantó su muleta en dirección a los alemanes, gritó con emoción: ¡Salut! Con actitud amistosa, los soldados alemanes respondieron también con idéntica expresión y alzaron sus muletas. Los dos grupos siguieron su camino sin que mediara entre ellos ninguna hostilidad.
Elias Canetti observó que su madre temblaba, disimulaba las lágrimas; también vio a otras personas que lloraban. En La lengua absuelta, autobiografía de Elías Canetti, este episodio se añade al que sucedió unos días después de declararse la guerra. En aquella época vivían en Viena. En la familia de Elías Canetti, de origen sefardí, se hablaban varias lenguas, la madre, educada en Viena, el alemán; los niños, el inglés; y entre los familiares era común hablar en ladino, el español que se hablaba en el siglo XV. El francés era una lengua también habitual entre ellos. En aquel ambiente familiar, se consideraba gente inculta y primitiva a quienes hablaban una sola lengua.
Relata Canetti que un día paseaba con su madre y sus dos hermanos pequeños por el centro de Viena, la multitud se arremolinaba para gritar consignas bélicas y cantar himnos militares. Él, entonces tenía nueve años, empezó a cantar el himno británico y sus hermanos pequeños le siguieron. Aquellos vieneses reaccionaron contra los tres niños con bestialidad, propinándoles bofetadas y patadas, insultándoles sin que los niños comprendiera el porqué de la violencia. La madre intervino en su impecable alemán vienés para rescatar a sus hijos y apaciguar a la muchedumbre. Desde aquel día se les prohibió hablar en inglés fuera de casa.
Estas dos anécdotas muestran qué fácil es inocular odio ante un enemigo invisible y creado con mil artimañas propagandísticas, y cómo, en el caso de los soldados, desaparece el falso enemigo para diluirse en nosotros; porque también "el enemigo" sufre y siente y es víctima del odio.
Menos que uno, es una recopilación de textos autobiográficos y ensayos literarios, del poeta ruso, nacionalizado norteamericano, Joseph Brodsky; también, como en Canetti, leemos episodios malignos que dan cuenta de la estupidez y mala fe de quienes juzgaban la poesía, la música, la literatura,o cualquier área de conocimiento humano, con la vara interpretativa de quien no tolera la disidencia. El odio disfrazado de consignas del Partido. Individualista, contra los intereses del pueblo, constituían la peor acusación y una segura condena para pudrirse en campos de trabajos forzados.
Brodsky nació y se crió en San Petersburgo -en época soviética Leningrado- los recuerdos de su infancia y juventud son un relato de miseria y hambre, pero también la expresión de un agudo sentido de la belleza estética y moral, incluso en el ambiente de degradación ideológica del politburó, donde se jugaba con el destino de millones de personas.
De Elegía a Leningrado
IV
Y cuando al final me detuvieran acusado de espionaje,
actividad subversiva, vagabundeo y menage à trois
rodeado por la horda que apuntaría con los dedos,
gritando enfurecida: -¡no es de los nuestros!-
íntimamente feliz, me diría en silencio
mira, es tu oportunidad de saber como se ve desde adentro
aquello que por mucho tiempo viste desde fuera;
no olvides los detalles cuando grites “¡Vive la Patrie!
A veces, cuando leo a Canetti y Brodsky, tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido y que todo lo que ellos vivieron y contaron está a la vuelta de la esquina, pero esa tontuna aprensiva se me pasa enseguida. Soy una floja, me digo y juro no seguir con las lecturas perniciosas, las que rompen la plácida frivolidad de vivir en el presente, sin pasado que valga. Creo que está de moda, hay escuelas que enseñan esta bonita disciplina. Mindfulness, se llama.
Un siglo mas tarde, la barbarie sigue anclada entre nosotros. Somos incapaces de aprender de nuestro pasado mas inmediato.
ResponderEliminarDe la primera guerra mundial, a su final, se dijo que acabaría con todas las guerras. Veinte años mas tarde se repitió la pesadilla aún mas intensamente.
Y ahora mueren en Siria los mismos que morían en Vietnam, los inocentes.
Ya me gustaría a mí ser un frívolo solo preocupado por el fútbol o la prensa rosa. No vería entonces las amenazas sombrías en el futuro,o la maldad cotidiana y estúpida que nos rodea.
Un beso
Rodericus, por más que nos esforcemos en limitar nuestra atención a lo insustancial, es imposible permanecer en ese nirvana destructivo, porque no sentir ni padecer es mutilar la vida.
EliminarClaro que, de vez en cuando, hay que reservar espacio para la frivolidad, mejor dicho, el sentido del humor, porque no tener esa capacidad de rehacerse y reírnos de nuestra estupidez, es aumentar la desgracia, la ajena y la propia.
Abrazo
Querida Amaltea yo también creo, como Rodericus, que la barbarie sigue anclada en nuestra sociedad, asistimos a un incremento peligrosísimo de la intolerancia, tengo la sensación que los medios de comunicación y el poder se alían para fomentar el pensamiento único.
ResponderEliminarSaludos
Juegan con fuego, Francesc. La propaganda política necesita el contrapeso de la prensa libre, no atada a subvenciones y otras regalías. Por fortuna aún quedan intelectuales y periodistas que opinan e informan con libertad, muy lejos de la vocinglería interesada en confundir y falsear los hechos.
EliminarTodavía estoy impresionada por Zona, de Mathias Enard, que he leído hace poco. Te lo recomiendo si no lo has leído porque no veo probable que caigas en ninguna actitud frívola.
ResponderEliminarMuchas gracias, Molina. Sí,lo leeré y pronto.
EliminarNo podremos parar el estropicio de los errores que vuelven como si fueran recién estrenados, pero es necesario saber que están ahí, leer sobre ellos y con suerte, en algún milenio próximo, dejaremos de repetirlos.
No digo nada. las palabras valen poco ante tod lo que tengo por leer.
ResponderEliminarGracias
Un abrazote
Salut
Amigo, ya habrá tiempo para leer, además, tú ya sabes por propia experiencia, lo fácil que resulta matar la convivencia pacífica y cómo cuesta sobreponerse a los malos tiempos.
EliminarOtro abrazo
Desgraciadamente se trata de las raíces sempiternas de la miseria humana azuzada por creencias bárbaras enraizadas en el cainismo elemental y quienes creímos en el desarrollo evolutivo temporal comprobamos con pavor que resulta demasiado irreal para una vida, para eones quizás, y le perdemos el respeto a la permanencia en la pinza espacio temporal en la que abrimos los ojos y soltamos nuestro primer grito. Tan solo prudencia y silencio salvan la vida de quienes aun disponen de entusiasmo para luchar por ella...algo contradictorio aparentemente con el movimiento de las esferas.
ResponderEliminarBuscaré esos libros, merecen la pena. Gracias Amaltea.
Emejota, si supiéramos ser prudentes, hablar llevados más por la generosidad y la cooperación antes que por el instinto de dominio sobre el otro, quizás nos quedaría algún eon menos que atravesar.
EliminarEn fin, quizás deberíamos empezar a examinar si, en realidad, no somos más que una especie muy poco evolucionada, prisionera de instintos básicos y muy poco inclinada a la colaboración y el altruismo. Ese salto evolutivo es esencial para la supervivencia humana, mientras sigamos acunando el odio y el narcisismo, estamos condenados a pifiarla mil veces mil.
Gracias a ti por la visita.
Elias Canetti -del castellano conquense Canuto devenido en sefardita- es uno de los grandes de la Literatura. Tantos sus libros autobiográficos como los de aforismos y pensamientos varios son de una enjundia enorme. Dicen que "Masa y poder" es también un libro importante pero yo lo conozco poco. Sin embargo escribió una de las novelas mejor estructuradas y cargada de significados y significantes y de una sintaxis vigorosa que yo haya disfrutado jamás, "Auto de Fe". Si no la conoces, apúntatela, aunque hay más de una edición y ahora no sé decirte si de traductores diferentes, no la tengo a mano. Pero "La lengua absuelta", "La antorcha al oído" o "El juego de ojos" son maravillosas. La clarividencia y enjundia de este literato sabio debería tenerse más en cuenta. Hoy cunde lo flojo y líquido pero la frescura de las palabras de Canetti son más modernas que toda la bazofia que corre a tinta suelta por ahí.
ResponderEliminarTe doy la razón, sus tres libros autobiográficos han marcado mi verano. Empiezo hoy con Auto de fe y seguiré con Masa y Poder; también Voces de Marraquech tiene la marca de la escritura de quien fue perceptivo, profundo sin arrogancia;un intelectual con unas hechuras que proyectan inteligencia y luz donde algunos solo ven sombras informes.
ResponderEliminarCanettizada y deslumbrada estoy. Hace años supe de su origen conquense y pasé por el pueblo, llovía y me pareció un lugar triste. Había leído poco de él, y no sabía el tesoro que me esperaba, ahora estoy hechizada con su escritura.
Describimos eternos círculos, madame, condenados a repetir errores a pesar de conocerlos. Ciertamente experimentamos algún que otro déjà vu.
ResponderEliminarBuenas noches.
Bisous
Parece que el refranero no va muy desencaminado, tropezar con la misma piedra es una costumbre muy arraigada.
ResponderEliminarEstoy por creer que los aborígenes australianos aciertan, no se imaginan nuestro tiempo lineal, sino que lo perciben como un círculo que se perpetúa hasta la eternidad.
Buenos tardes y bisous.
Aquella guerra, tan terrible como todas, tuvo como ese que nos cuenta momentos donde vemos cómo los soldados son los menos culpables de la ferocidad que son obligados a practicar. Recuerde el caso sucedido en la Nochebuena de 1914 en las trincheras de Yprés, en la que confraternizaron unos y otros, hasta que fueron obligados a disparar de nuevo.
ResponderEliminarUn saludo.
Es así, y ya sabemos que entre un soldado de un bando y el del otro no hay más distancia que una orden militar.
ResponderEliminarEse episodio que refiere y otros semejantes han ocurrido en todas las guerras, es la evidencia de que el enemigo es una construcción interesada, defendida por gente que tiene todas las de perder. La única guerra justificada es la de Gila y por teléfono.
Saludos