sábado, 28 de septiembre de 2013

Los necios conjurados



La balsa de la Medusa.Theodore Géricault, 1819.

Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificarse por este signo: todos los necios se conjuran contra él” 
La cita es de Jonathan Swift y  abre La conjura  de los necios, novela excepcional de John Kennedy Toole.  Las palabras del  Swift son una pista de lo que nos vamos a encontrar en esas casi 400 páginas, escritas por un hombre en plenitud de sus  atributos intelectuales a los que hay que añadir  la clarividente percepción de lo que es la sociedad occidental.

Que la trama arranque en los años sesenta, en el  sur de Estados Unidos,  con el trasfondo de  la lucha por los derechos civiles de los negros, puede confundirnos, llevarnos a creer que es otra época, que queda lejos, otro siglo. Es un espejismo que se desvanece al ritmo de avance de la lectura, descubrimos que estamos ante  mundo reconocible,  calcado al que vivimos en este primer tercio del siglo XXI. Es la prueba, el pañuelo manchado de sangre, de que la sociedad permanece invariable y solo lo accesorio cambia: las tontunas que atan nuestro bienestar  a un modo de vida que es una semilla estéril,  por donde asoma el fruto de la felicidad en forma de tablas del Producto Interior Bruto  y velocidad en las comunicaciones.  
Pavel Kuczinsky, 2007.
 
 
La Conjura de los necios, como los dramas de Sófocles, las tragedias y comedias de Shakespeare, el novelón de Cervantes y tantas otras obras clásicas,  son nuestra filosofía perenne  porque nos muestran la inmutable clase de cenutrios que somos, cómo estamos destinados a sufrir y, sin embargo, nos partimos el pecho por seguir agarrados, como desesperados a esa balsa que echa aguas y que tiene un nombre, borroso, grabado: Progreso. 
Vivimos sobre un volcán cuya superficie hace rato que exhala fumarolas tóxicas  y calienta las plantas de nuestros pies.  La Historia  de la evolución social y  económica de la humanidad  es un colador de fraudes y mentiras, de suposiciones y sobreentendidos. La resistencia del pensamiento humano al cambio,  favorece el pensamiento adocenado, que se acepte de manera masiva que estamos en el único camino posible y que la historia es tal y como nos la están contando. 

La recurrencia de las  crisis sociales, las guerras, el odio interracial, el despilfarro de bienes, el sentimiento de superioridad nacional, religioso, étnico  y/o cultural son la evidencia de nuestro fracaso como especie. No avanzamos, estamos una y otra vez cometiendo idénticos errores para nuestro propio perjuicio. No se puede ser más tonto.        
 
 

Como diría el personaje de Sheldon, el físico maniático de la estupenda serie Big bang, con cada gran crisis social, económica y política, nuestra especie, organizada en tribus (países en la versión jurídica evolucionada) recibe un colosal  ¡zas en toda la boca!
Y aún desdentados, derrotados  y ridículos,  nos empeñamos en volver sobre los mismos pasos.