La balsa de la Medusa.Theodore Géricault, 1819. |
“Cuando en el mundo aparece un
verdadero genio, puede identificarse por este signo: todos los necios se
conjuran contra él”
La cita es de Jonathan
Swift y abre La conjura de los necios, novela excepcional de John Kennedy
Toole. Las palabras del Swift son una pista de lo que nos vamos a
encontrar en esas casi 400 páginas, escritas por un hombre en plenitud de sus atributos intelectuales a los que hay que
añadir la clarividente percepción de lo que es la sociedad occidental.
Que la trama arranque en los años
sesenta, en el sur de Estados Unidos, con el trasfondo de la lucha por los derechos civiles de los
negros, puede confundirnos, llevarnos a creer que es otra época, que queda
lejos, otro siglo. Es un espejismo que se desvanece al ritmo de avance de la
lectura, descubrimos que estamos ante mundo reconocible, calcado al que vivimos en este primer tercio del siglo XXI. Es la prueba, el pañuelo manchado de sangre, de que
la sociedad permanece invariable y solo lo accesorio cambia: las tontunas que atan
nuestro bienestar a un modo de vida que
es una semilla estéril, por donde asoma
el fruto de la felicidad en forma de tablas del Producto Interior Bruto y velocidad en las comunicaciones.
Pavel Kuczinsky, 2007. |
La Conjura de los necios, como los dramas de
Sófocles, las tragedias y comedias de Shakespeare, el novelón de Cervantes y tantas otras obras
clásicas, son nuestra filosofía perenne porque nos muestran la inmutable clase de
cenutrios que somos, cómo estamos destinados a sufrir y, sin embargo, nos
partimos el pecho por seguir agarrados, como desesperados a esa balsa que echa
aguas y que tiene un nombre, borroso, grabado: Progreso.
Vivimos sobre un volcán cuya
superficie hace rato que exhala fumarolas tóxicas y calienta las plantas de nuestros pies. La Historia de la evolución social y económica de la humanidad es
un colador de fraudes y mentiras, de suposiciones y sobreentendidos. La resistencia
del pensamiento humano al cambio, favorece el pensamiento adocenado, que se acepte de manera masiva que
estamos en el único camino posible y que la historia es tal y como nos la están contando.
La recurrencia de las crisis
sociales, las guerras, el odio interracial, el despilfarro de bienes, el sentimiento
de superioridad nacional, religioso, étnico y/o cultural son la evidencia de nuestro
fracaso como especie. No avanzamos, estamos una y otra vez cometiendo idénticos
errores para nuestro propio perjuicio. No se puede ser más tonto.
Como diría el personaje de Sheldon, el físico maniático de la estupenda serie Big bang, con cada gran crisis social, económica y política, nuestra especie, organizada en tribus (países en la versión jurídica evolucionada) recibe un colosal ¡zas en toda la boca!
Y aún desdentados, derrotados y ridículos, nos empeñamos en volver
sobre los mismos pasos.