Desde el piso
sesenta, Shangai resplandecía como un zafiro de luz azulada y fría; acongojaba
el ánimo el paisaje de edificios apelotonados, altos y acerados como
navajas, que parecían aguardar, las muy taimadas, el paso de un inocente para
caer sobre él.
Tarareó sur le
pont d'avignon mientras caminaba por el pasillo acristalado hacia los
ascensores, qué lista es la puñetera mente, se dijo a sí misma, porque
efectivamente, el pasillo de suelo transparente semejaba la pasarela de
un río. Encarna, nombre por el que se la conocía en Barcelona, meditó un
instante sobre la capacidad de su inconsciente para pronunciar la palabra pertinente
en los momentos de mayor atolondramiento. En cambio, qué distinta era su mente
racional, ese amasijo neuronal que la empujaba a pronunciar palabras inoportunas
y ofensivas.
Era una enfermedad,
bien lo sabía Encarna que ahora se había cambiado el nombre por Xia que significaba, según le dijo su
jefa, resplandor al amanecer.
Se sentía infinitamente más a gusto en su piel de china que en su antigua
identidad, barcelonesa, charnega de primera generación que vivió hasta
los cuarenta y cuatro años en la Meridiana, muy cerca del paseo Fabra y
Puig.
En el ascensor, dos ejecutivos rubios y algo amazacotados le hacían
la pelota a una mujer morena de rasgos caucásicos y gesto de mala leche. El
ascensor se detuvo en el piso 32, de allí hasta la planta baja, Xia descendió
en soledad en el cubículo de vidrio, Shangai, de cerca, era como es casi todo en
este mundo, más fea, menos deseable. Detrás del
mostrador de recepción, Wang, de guardia esa noche, le pasó el papelito
rosa brillante, con el número de habitación: 1034. No cruzaron palabra,
cosa por otro lado imposible pues Encarna, perdón Xia, no hablaba inglés
y mucho menos mandarín, y el recepcionista ni hablaba español ni catalán,
pobre ignorante, pero para el trabajo de Xia en el hotel, las
habilidades lingüísticas eran superfluas. De nuevo en el ascensor, esta
vez en uno de los siete de la zona oeste, subió hasta el piso décimo y abrió
con su llave maestra la puerta 1034, a continuación inspeccionó todos los
rincones, cerciorándose de que el sospechoso cliente no guardaba en sus dos
maletas, marca Samsonite,
documentos sobre la empresa china de elaboración de ensaimada
mallorquina. Tras más comprobaciones, todas ellas meticulosas, Xia marcó
en su móvil el número clave para indicar que el cliente estaba limpio, después
se echó sobre la cama king size cubierta con colcha adamascada de
color sangre de dragón y sonrió con la cara vuelta a la pared
ventanal desde la que se contemplaba la gran curva del canal frente
al distrito de Pudong.
coñe! Encanna de día, Encanna de noche, pero a lo chino, ¿no?
ResponderEliminarSí,una china revenida, exactamente.
ResponderEliminarUna espía catalana en Shangai! Que bueno!.
ResponderEliminarEsto tiene que continuar, por favor!!!!, promete muy buenos momentos, tienen que pasar mas cosas.
Lo he pasado de maravilla.
Un beso grande, escritoraza
Tati
Tati,la espía catalana tiene algún problemilla con las comunicaciones aéreas, en cuanto regrese de su turné, daré noticias de ella.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande.