De todos lo hombres que conoció, X fue el más impredecible, y los hechos le dieron la razón un año antes, cuando la ruptura entre ellos se convirtió en un asunto de supervivencia física. Las peores pasiones son las que están gobernadas por la obsesión; claro que bien sabía ella que el amor, ese que escribimos con mayúsculas, deja a su paso un reguero de reproches, gritos y lágrimas, aunque para ser ecuánimes hemos de señalar que esa clase de amor también tiene el mérito de regalar las mayores carcajadas a los amantes.
Un amor así está reservado a unos pocos, se decía ella, convenciéndose a sí misma de la cualidad extraordinaria que distinguía su pasión de los amoríos convencionales a los que se entrega el resto de la gente. Una pasión que ya estaba muerta, que su recuerdo olía a fúnebre; pasión adornada por unas exequias de oropel con las que aburría a sus conocidos y también a los desconocidos. Si ella tuviera dos dedos de seso, esa reflexión, excesiva y fantasiosa, sobre la naturaleza de su amor, tan volátil como cualquier otro, se habría quedado a las puertas, sin atravesar su pensamiento como un dardo envenenado. Era tarde para enderezar sus recuerdos y allí estaba ella, sentada en un bordillo de la cuneta, de la autovia Madrid-Barcelona a la altura de Medinaceli, con un cartel entre las manos escrito con letras de imprenta, coloreadas con ceras verde y roja, en las que los conductores que pasaban leían: Ágreda. En esa población se ofició la despedida y allí regresaba, al igual que los homicidas vuelven al lugar del hecho, para verificar que fue real o que no lo fue, según la vocación reincidente o accidental del criminal.
-Que ya no podemos ir juntos.
-¿Y eso quién lo dice?
-Lo digo yo y lo manda el jefe de logística de la empresa.
-Pero si el trabajo siempre ha salido fetén.
-Ya, pero ahora sobra uno de los dos, y la que sobra eres tú, que ni tiene hijos ni permiso para conducir transporte pesado.
-O sea que me largan, me largáis, mejor dicho.
-Eso.
-Y me voy al paro y tú, tan fresco.
-Pues sí, lo primero es el camión y mi familia.
-¿Y yo qué he sido para tí, pedazo de choto?
-La encargada de almacén de la empresa que aprovechaba mi ruta para viajar gratis.
-¿Y nada más?
-Pues, así que recuerde, algunas risas nos hemos echado juntos.
-¿Y eso quién lo dice?
-Lo digo yo y lo manda el jefe de logística de la empresa.
-Pero si el trabajo siempre ha salido fetén.
-Ya, pero ahora sobra uno de los dos, y la que sobra eres tú, que ni tiene hijos ni permiso para conducir transporte pesado.
-O sea que me largan, me largáis, mejor dicho.
-Eso.
-Y me voy al paro y tú, tan fresco.
-Pues sí, lo primero es el camión y mi familia.
-¿Y yo qué he sido para tí, pedazo de choto?
-La encargada de almacén de la empresa que aprovechaba mi ruta para viajar gratis.
-¿Y nada más?
-Pues, así que recuerde, algunas risas nos hemos echado juntos.
Este relato suyo me ha encantado, porque describe muy bien como muchas personas se hacen un montaje de la realidad, y siguen adelante con ella, erre que erre, y si alguien les indica que su ídea no coincide con los hechos, le aplicarían el tópico: "Si la realidad no coincide con lo dicho, peor para ella".
ResponderEliminarCon ansia espero su próxima historia.
Siga con salud.
¿Está usted de guardia esta Semana Santa?
ResponderEliminarEn muchas ocasiones la percepción de la realidad es esclava de nuestros deseos; interpretamos lo que vemos según nuestras fobias y filias. En fin,a todos nos pasa alguna vez.
Saludos, amigo Cándido.
pues estoy de acuerdo, yo lo interpreto todo según mi fobia -o ya casi filia- a estar pachucha.
ResponderEliminarAAAAaaaaah, tengo el mal del Olmo.
El olmo es un árbol maravilloso, no sé qué mal será ése, pero a tí te siente muy bien.
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