Cuando era una chiquilla, las tardes de los domingos como las de hoy, frías y tristes, las pasaba metida en un cine de barrio, sesión contínua en la que echaban dos películas. Desde las cuatro a las nueve el cine era nuestra casa, un lugar de recogimiento en el que pasé muchas de las mejores horas de mi vida.
En el siglo XXI es casi imposible que un director de cine salga de la nada, sin haber pisado una escuela de cine o la universidad, en el siglo pasado no ocurría así, los mejores directores y guionistas de cine eran en su mayoria autodidactas apasionados. Uno de ellos fue Frank Capra, nacido en un pueblo de Sicilia, Bisaquino, emigró junto a su numerosa familia, todos analfabetos, a Estados Unidos, a Los Ángeles. En su autobiografía, Capra nos cuenta cómo fueron sus comienzos, y lo hace sin pizca de autocompasión ni resentimiento por la dureza en la que creció. Con mucho sentido del humor, del que se desprende un inmenso amor por su oficio y sus semejantes, relata la manera en la que un adolescente empeñado en tener estudios, trabajaba en varios empleos a la vez para pagarse la escuela y más tarde la universidad, y no sólo eso, sino que parte del dinero ganado iba a parar a su familia. En ese escenario cinematográfico de hombre hecho a sí mismo, se formó Capra; de ahí, de ese magma nacieron peliculas inolvidables que reflejan un estilo de vida forjado en los sueños y en una ambición que despreciaba el dinero fácil.
Es tan creíble y emocionante ¡Qué bello es vivir! porque el personaje principal, encarnado de manera sublime por James Stewart, es el espíritu del propio Frank Capra. En 1921, con el título de químico bajo el brazo y la mafia enriqueciéndose con la Ley Seca, el sindicato siciliano de contrabandistas de licores le ofreció un trabajo en el que, para empezar, le pusieron un fajo de dólares sobre la mesa, veinte mil dólares que le sacarían de la miseria. Cuenta Capra que con sólo veinticinco centavos en el bolsillo, aquella misma mañana lo habían echado de su habitación de alquiler por no poder pagarla, tuvo por un momento la tentación de aceptar el trabajo, pero un impulso le llevó a salir corriendo y coger el primer tranvia que pasaba por la calle, se subió a él en marcha, sin saber adónde se dirigía. Se enteró por el conductor de que el tranvía finalizaba en un parque. La escena fue la siguiente:
-¿Al parque? bueno, quizás ocurra allí lo que espero.
-¿El qué? - preguntó el conductor.
Frank Capra sacó todo su capital del bolsillo, le dio cinco centavos al conductor y echó el resto por la ventana.
-Esta es la semana de los chalados- dijo el conductor al ver cómo caían las monedas por la calle.
En el parque se estaban construyendo unos estudios cinematográficos, el chalado Capra, sin nada en los bolsillos, trabó conversación con un director teatral al viejo estilo, sin conocimiento de las técnicas de cine, -Capra tampoco- empeñado en hacer una pelicula, y fue Capra, con sus ideas sobre cómo debía hacerse la pelicula quien la dirigió, él, que no habia pisado un escenario en su vida.
Fotos: Frank Capra y James Stewart. Autobiografia: Frank Capra, el nombre delante del título. T&B editores, 1999.
Fotos: Frank Capra y James Stewart. Autobiografia: Frank Capra, el nombre delante del título. T&B editores, 1999.
CADA VEZ QUE ENTRO EN TU BLOG, ME AZOTA UN AROMA COMO DE TÍ...
ResponderEliminarOh, tía Molly, has hecho tarta de arandanos! (James Steward dixit)
ResponderEliminarPues,Manuel M. Torres Rojas, intentaré no beberme el frasco de perfume.
ResponderEliminarEn arsénico por compasión, la tía Molly tenía como arma casera - y letal- la tarta de arándanos.Prometo echarle sólo azúcar a la tarta y usar colonia lavanda antes de escribir en el blog.
Que espíritu de aventura tan fantástico. Eso de estar cómodo y con la vida asegurada marchita la imaginación y la capacidad de arriesgarse.
ResponderEliminarQue vidas tan interesantes! me encanta el cine de Capra.
Gracias!
Muchos besos
Me encantó tu nota. Muy reveladora. Tienes razón, hasta hace poco a los empíricos y autodidactas se les tomaba en cuenta en muchas disciplinas. Mientras los académicos, parametrados por teorías que alguna vez pertenecieron al planteamiento de algún visionario, pretenden manejar información exclusiva como única alternativa. Esta situación, no hace más que limitar la creatividad para asegurar el ejercicio de la profesión para unos pocos.
ResponderEliminarTati, estoy contigo: la vida fácil atonta y nos convierte -salvo excepciones- en gente temerosa de enfrentar las adversidades de la vida.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Eduardo, muy buena observación, sobre todo viniendo de alguien como tú que conoces el percal del cine y sus entresijos. Gracias, un saludo.
...ya no existe un lugar llamado Matanzas... pero persiste su recuerdo...
ResponderEliminaracertadas consideraciones. ¿marzo tan prolijo como febrero?
t.
t (Milana) el cine de la calle Matanzas, cualquiera diría que el nombre de la calle era una invención, pero era tan real como el local donde echaban la pelicula de un monje encapuchado que asustaba a los niños.
ResponderEliminarUn abrazo, Milana bonita.