De todas las personas que frecuentaban el Café Doré, Chantal quien provocaba mayor admiración entre
los clientes y personal de servicio. El propietario del Café se había empeñado
en darle al local un aire decimonónico, y para eso había recurrido a las
molduras de yeso en forma de guirnaldas que caían por las paredes y enmarcaban
grabados antiguos –falsos- y una reproducción del cuadro de Jean Baptiste Corot,
en el que una ninfa descansa desnuda sobre un prado y mira al frente, inquisitiva. Repose se titula el cuadro. La reproducción,
en lámina de dos metros por dos metros, ocupaba la pared derecha del Café y se
reflejaba en el gran espejo de la pared izquierda, la ninfa controlaba el
negocio y todos los ojos se dirigían
a su mirada. Hasta que una noche llegó Chantal. No sabía cantar, no era una belleza,
ni era joven, pero tenía el alma de artista y
sabía susurrar, entornar los párpados y recitar estrofas que enardecían a la concurrencia. En el Café Doré, un
pianista amenizaba el ambiente a partir de las once de la noche, tenía un
repertorio facilón, lleno de melodías tristes:
-Está comprobado, Eusebio, que las
canciones antiguas estimulan el consumo de bebidas alcohólicas caras. Eso es
científico, así que nada de los cuarenta principales, tú dale a la vie
en gos, al jetendré a...a Mayguey, del Sinatra
-Las francesas no se me dan bien.
-Pues te las aprendes porque quiero
convertir este local en el lugar más selecto de la ciudad, nada de moderneces,
ni internets, ni hilo musical, quiero un café
congelado en el tiempo.
Al cabo de unos meses, un público
nostálgico, clases pasivas y desocupados, pasaba la medianoche sentado en las butacas
de terciopelo rojo escuchando una y otra vez las mismas melodías.
Chantal apareció una tarde y le pidió al dueño que le permitiera cantar
todas las noches, dos canciones, sin cobrar
nada y hasta el verano, que era cuando tenía previsto trabajar en un
chiringuito de la costa.
-No sé si gustará, a ver cante algo, pero aquí no queremos la canción del verano, nos
gusta más lo clásico.
-Precisamente, eso es lo mío.
Y así durante dos meses, Chantal cantó Paloma negra y Un mundo raro, su
voz relataba en un tono de conversación intima:
Ya no puedes con mi honra parrandera, si tus
caricias han de ser mías y de nadie más y aunque te amo con locura, ya no
vuelvas...
La voz de Chantal era
algo ronca y no sabía entonar pero las letras murmuradas con desesperación auténtica, anegaban de lágrimas los
ojos del personal. De tanto repetirlas acababan cantándolas a coro, en un rito
colectivo de liberación y desahogo. Si
hubiéramos hecho, si nos hubiéramos atrevido a decir... Esas eran la clase
de divagaciones de
la clientela cuando acompañaban por lo bajo a Chantal; ella convocaba los viejos espíritus
de los amores idos y de las ilusiones perdidas. Hasta que llegó julio Chantal echó
a volar. Escribió la siguiente tarjeta que fue entregada al dueño del Café Doré,
según detallada nota, una semana más tarde de su óbito. Dentro del sobre
había cien euros.
Ojalá que os vaya
bonito, os invito a cava para celebrar que ya se acabaron las penas.
Repose
Jean Baptiste Camille Corot, 1796-1875.