El repertorio de Dolores era escaso,
cuatro piezas selectas: Amami Afredo
de La Traviatta, la habanera de
Carmen, la romanza de Doña Francisquita
y Una furtiva lágrima. El pelo canoso y
ensortijado de Dolores tenía el aspecto de una peluca antigua, que le daba un
aire muy teatral cuando su boca se abría y forzaba los músculos del cuello
mientras cantaba por el
humo se sabe donde está el fuego, del humo del cariño nacen lo celos... Sus ojos pequeños, azules y
achinados buscaban la aprobación de los espectadores que se detenían en la esquina de la
calle del Bisbe. Al principio le daba
mucha vergüenza ejercer de artista
callejera, pero en cuanto se calentaba y su voz de soprano lírico alcanzaba el timbre exacto que requería el fragmento elegido, se sentía
poderosa dentro de su metro cincuenta y su cuerpo delgado. La tarde era
calurosa y tan pegajoso el aire húmedo que subía del puerto que los churretes de sudor le mojaba la frente y anegaba
su bigote, jamás depilado. Tres turistas holandeses se detuvieron frente a ella. A Dolores se le escaparon
varios quiebros de voz cuando le cayeron en el plato de cerámica, comrado en Granada, dos euros que le echaron
conmovidos por el esfuerzo que le ponía al canto. Una pareja de novios
japoneses, dejó cinco euros, que Dolores, sin dejar de cantar, se agachó antes
de que volaran para recogerlos y guardarlos en el bolso, colgado en bandolera.
Cuando acabó el recital y antes de volver a empezar, calculó que llevaba
ganados veinte euros. Bebió agua, sonrió a la mujer anciana que pasaba siempre
a la misma hora. Se saludaron ambas con una inclinación respetuosa de la cabeza.
Empezó de nuevo, esta vez con Amami
Alfredo, pero nadie se detuvo y sin público se sentía ridícula.
Veinte euros era cantidad suficiente para
las necesidades del día. Recogió su reproductor de música, guardó el cedé en el
bolso y ayudándose de las muletas caminó vacilante hasta
la plaza de la catedral, con destino a su habitación de alquiler en la calle Sant Pere més baix.
Portadas. El arte del Teatro, 1906.Madrid
El amigo de la juventud, 1914. Barcelona-
Biblioteca Nacional.
¡Qué bien descritas estas vidas de miseria (que no miserables)!; a veces estan más vacios los que transitan sin captar nada profundamente, que no los que deben inventar e intuir constantemente para sobrevivir (malvivir le llaman otros).
ResponderEliminarMe encantan sus personajes que van conformando el mosaico diario de una gran ciudad, viva, con sus miserias, virtudes, misterios y contradicciones.
Atentamente, su seguro lector.
Querido lector, dicen que la lucha por la supervivencia estimula la inteligencia y desarrolla los habilidades para ganarse el pan, tal vez sea así. No lo sé, pero me consta que muchas veces se atisba algo del significado de vivir -si es que lo tiene- cuando nos vemos en situaciones límite.
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