Tumbada en el césped entrecerró los ojos
para mirar a hurtadillas las nubes, y esas líneas de color blanco que dejan los
reactores de los aviones cuando surcan el cielo. Eran casi las nueve de la
noche pero aún había mucha luz, apenas unos minutos antes el sol desapareció
detrás de los edificios del parque. Del zoo le
llegaba el rugido de los animales de la selva y el canto de cortejo de los pavos
reales. Aves que emitían trinos, gorjeos, llamadas y gritos que se escuchaban a un kilómetro a la redonda. Frente al museo
botánico con su invernadero decimonónico, ahora convertido en restaurante,
Encarna se sentía en completa armonía con el Cosmos. No deseaba ni temía nada,
era un nirvana al que tenía derecho una vez al año, la víspera del solsticio de
verano. Mientras otros echaban petardos por las calles, ella se acostaba sobre
el césped, pringoso de meadas de perro, rodeada de cagarrutas y garrapatas
insidiosas, para oler la hierba i reseca, mirar el cielo y escuchar el alboroto de los animales cautivos.
¿Quién soy yo? cuarenta y cinco años haciéndose la misma pregunta sin saber la
respuesta. ¿Qué personaje soy? ¿A quién interpreto? ¿Cuál de entre todas las
identidades con las que se exhibía en sociedad la definía mejor? Volvió a
entornar los ojos, tanta felicidad le daba risa, quizás sólo era ese trozo de
carne sobre una hierba podrida en mitad de una gran ciudad, presa como esos
animales salvajes, en un entorno que no era el suyo.
-Señora que vamos a cerrar el parque, y
está prohibido tumbarse en la hierba, venga arriba.
Encarna miró al guardia, un pipiolo que
no llegaba a los treinta y sonrió con una pizca de pena por el chaval, que iba a recibir más palos que una estera a lo largo de su
vida. Si lo sabría ella, mientras se levantaba y se calzaba los zapatos de
tacón de color beige con
hebilla, preguntó:
-¿En qué comisaría está destinado?
En el tono de autoridad de Encarna reconoció el guardia que esa mujer era una mandamás.
-¿Por qué lo pregunta?
-Por curiosidad, simple curiosidad.
Encarna se dirigió a la salida del parque
más cercana, sin que el guardia se atreviera a decir ni pío, se quedó allí mirando
como la mujer se iba sacudiendo los restos de hierba y ahuecándose la media melena rubia. La perdió de
vista en cuanto llegó a la estatua dedicada al general Prim.
A las puertas del parque esperaba el Audi blindado
conducido por un chófer uniformado y seguido por un coche escolta.
-Lléveme a un parque que no cierre tan pronto.
-Señora ministra, hoy a las diez hay audiencia en la capital y el avión la está esperando, no podemos retrasarnos más.
-¿No podemos retrasarnos? ¿No puedo ir al
parque? pues vaya mierda de trabajo.
El chófer echó una ojeada por el retrovisor a la mujer que se sentaba en el centro del asiento de piel, y que con gesto enfurruñado se pintaba la raya de los ojos, atenta a su espejo de mano.
El chófer echó una ojeada por el retrovisor a la mujer que se sentaba en el centro del asiento de piel, y que con gesto enfurruñado se pintaba la raya de los ojos, atenta a su espejo de mano.
El chófer aceleró, se saltó un semáforo en
rojo y duplicó la velocidad permitida en la ciudad. Si no fuera por esos
pequeños placeres de los que disfrutaba, por ejemplo la transgresión de las
normas de tráfico y el uso a discreción del cachirulo luminoso y la sirena,
haría mucho tiempo que habría cambiado de oficio.
Mira que es rara la gente. La tal 'Encanna' esta está como una chota. Por cierto, qué mierda de trabajo es ese? yo quiero uno!
ResponderEliminarSrta. Amaltea.
ResponderEliminar¡Me sorprende este ejercito! (el del relato), ¿sera que en las formas querrá imitar al ejercito judio?, pues desde que sé cómo funciona dicho ejercito, me asombra que no lo imiten muchas otras organizaciones militares: eficacia, por encima de todo.
Cada vez me encantan más sus personajes, y creo que aquí, en el limbo, vamos a promocionar un grupo de lectores/admiradores suyos.
Siga con salud.
Guderian.
Para Marieta: No le aconsejo de ninguna manera el cargo de "Capitana generala"; más dolores de cabeza que recompensas, al menos en mí época, y creo que en la suya, además, mal vistos por la sociedad en general.
Disculpe mi atrevimiento en escribirla sin haber sido presentados.
¡Felicitaciones por sus logros en escalada!
Es un placer saludarla.
Marieta, una mierda de trabajo que tiene asignado chofer y coche sin problemas de aparcamiento, pero me parece que tú no medrarias en ese trabajo, te va más el triciclo y la bici.
ResponderEliminarGuderian, encantada de verle otra vez por aquí. No puedo responder a su pregunta. Dígamos que es un ejercito de otro mundo, como Encarna que es de la clase de personas que no saben de su propia existencia y van por la vida impulsadas por la inercia de los hechos. Gracias por sus amables palabras.