-¡Qué idiotez pretender endilgarme esa basura! Tú a mi no
me conoces, no tienes ni la más remota idea de la clase de persona con la que
estás hablando. Ahueca el ala, desgraciado.
-Usted se lo pierde. Esto
es lo que hay, como esos no va a encontrar otros, son de una princesa de Mónaco.
-Ya se nota. De la
princesa, más conocida como Manolo el cachas, hombre venga, deje de tomarme el
pelo. Si estos zapatos son del 41 por lo menos, y pasados de moda, cursis y completamente
invendibles. ¿Me quieres engañar a mí, jodido imbécil?
-Hombre, digo yo que por cinco euros que pido, no es un mal trato.
-¿Pero tú has visto mi negocio? Esta es una tienda de anticuarios no los encantes ni la chamarilería de un gitano, venga fuera. Laargo de aquí
Julito retrocedió hasta la puerta sin dar la espalda, lo hizo con cuidado, con parsimonia, un poco desafiante, necesitaba esos cinco euros al instante y el hombre que tenía enfrente se había envalentonado. Un chulo con ganas de atizarle, circunstancia que le impedía su clásica maniobra de distracción para hacerse con algo de la tienda para revender más tarde. Las antiguallas que tenía a mano en el pasillo que conducía a la puerta, eran demasiado grandes para cogerlas y salir corriendo. Le faltaba valentía y menos hambre también. Sin esa debilidad mareante que le tambaleaba, se habría cuadrado, y con la navaja suiza algo habría mercado sin que el grandullón le pusiera objeciones.
-Que te largues he dicho.
Ya en la puerta, Julito sacó fuerza de flaqueza, aún
con la saliva seca y blanca asomando en las comisuras, debido al nerviosismo, amenazó:
-¡Te vas a enterar!
Echó a correr
por la calle Banys Nous hasta que llegó a la Plaza de la catedral,
allí se detuvo jadeante, se sentó en un rincón de la escalinata. Miró los
zapatos de salón que guardaba en la bolsa de supermercado con la esperanza de
qué se le ocurriera una idea brillante, sacar provecho de ellos, aunque fueran
dos euros. A su lado se sentó una turista inglesa de mediana edad, posaba con
una gran sonrisa, mientras su amiga preparaba la cámara.
Julito la
miró de soslayo. El bolso que llevaba amarrado al cuerpo, parecía de fácil arranque.
Se hizo el tipo fino, no quiso despertar suspicacias:
-Please, money for me, please madame, five euros this shoes.
La madame no se
asustó del extraño que la miraba como mira el desahuciado a una santa con una petición
de última hora. Miró los zapatos que le mostraba Julito. La amiga aprobó la mercancía
con entusiastas movimientos de cabeza y varios good y nice. Se los probó
la primera, parecían hechos para ella. Por fin, el billete de cinco euros fue a
parar de las blancas y cuidadas manos de la inglesa a las oscuras y temblorosas
de Julito.
Grabados de Gustav Doré para las fábulas de La Fontaine.
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