Juliette
guardó el móvil en el bolsillo lateral del bolso, reservado
precisamente para tenerlo ahí. Para Juliette el orden era lo más
importante en esta vida, todos los objetos debían estar en su lugar, una vez se
les había asignado. En caso contrario, Juliette se encolerizaba hasta
transformarse en una bestia ciega a la razón.
El desorden,
la anarquía como ella lo denominaba,
merecía el peor castigo, su primer impulso era morder, herir, castigar a quien se había atrevido a alterar el orden.
Un libro fuera de su anaquel o un vaso apartado de la estricta posición de
formación militar en el armario de la cocina, provocaba un ataque de ira
incontenible. Mantener el orden y la limpieza significaba paz y serenidad,
incluso sentía algo parecido al amor cuando observaba, implacable, que todo
estaba en el lugar correcto. En ese instante, la vida rozaba la perfección,
rota, como siempre, por la visión de esa arruga en el sofá o el pliegue mal
planchado de la camisa.
Su tercer
matrimonio con el psiquiatra, el único hombre que creyó comprensivo con su manía, también fue otro
error. Al principio el tercer marido significó una recompensa muy merecida,
el fruto de su búsqueda del hombre perfecto. La excelencia andante. No hay bien que dure, no cien años, apenas unos
meses. El muy mostrenco le comunicó aquella misma mañana por mensaje wassapl, el colmo de la cobardía,
que ya no quería seguir con ella, que había
empezado el trámite del divorcio. Que
para no verla se había ido a pasar unos días a Cuenca y que, por favor,
empaquete sus pertenencias y deje expedito lo antes posible el piso. La
vivienda era propiedad exclusiva de él, heredada de sus padres.
Según él, la situación
es insoportable yl es perjudica a los dos. Juliette ha sacado su
llavero del bolsillo interior del bolso y ha mirado detenidamente el manojo de
siete llaves, ordenadas por tamaños, de mayor a menor, según se mira por
la derecha. En el piso, hasta ahora hogar conyugal, Juliette ha
recordado que el motivo de esa ruptura imprevisible la ha provocado con saña y estrategia
criminal el psiquiatra marido. Sobresalía por su astucia, era su cualidad o
defecto más destacado, según se mire. Hoy era un abominable defecto.
Desde hacía
una semana, siete días de contención y agonía que la estaban enloqueciendo, los
yogures, que ella alineaba por fecha de caducidad en el primer estante de la
nevera, eran por sistema mezclados, repartidos con aleatoriedad asesina en la
huevera, el verdulero y hasta en el congelador. El malicioso Le desordenaba la
recta columna que ella revisaba todas las noches antes de irse a dormir. Lo haría
de madrugada porque antes era imposible, pendiente como estaba de los
movimientos de él, no se atrevió a pisar la cocina.
Las siete
mañanas anteriores comprobó con horror el caos de mermelada y yogures,
salsas y botellas dispuestos sin criterio, para fastidiarla.
Ese mal inicio
del día propició un desquiciamiento progresivo. Ya no podía más y esa misma
mañana, Juliette había ido al baño donde se afeitaba su vil marido y con
una habilidad propia de campeona de esgrima, le clavó el pela zanahorias en la nalga
izquierda, tres centímetros. Nada grave.
¿Qué había hecho él? ¿Se disculpó por el tormento que le causaba el desorden? ¡Qué
va! Gritó como un cochinillo en época de
matanza, la echó del baño a empujones. Pidió una ambulancia, lloriqueaba como
un niño por una raspadura de nada. Luego, casi la mata con el jarrón chino que
le tiró a la cabeza. Que saliera de su casa, si no quería ser arrastrada por la
policía, a la que pensaba llamar si no desaparecía de su vista.
Juliette obedeció,
se marchó a su trabajo un poco más aliviada y diciéndose a sí misma que la
incisión del pela zanahorias en esa parte blanda había sido su último recurso
tras una semana de insidias y tormentos, de burlas cargadas de insultos,
disimulados con nombre de enfermedad mental. Ahora su marido quería el divorcio, Juliette
sonrió, tenía las llaves del piso. Se dirigió al armario de los trajes los tiró
sobre la cama, añadió las camisas y la ropa interior y también los
dos jerseis favoritos del psiquiatra, de cashemir. Una vez hecho el montón, derramó sobre media docena
de riojas, un bote de ketchup, otra de mayonesa light, tres
Coca colas y dos camparis. Viendo ese desorden y suciedad sintió un gran
placer, por primera vez en su vida. Una liberación,
la catarsis que tanto había buscado le vino al encuentro ante esa visión
repulsiva y olorosa. Bien mirado, el tercer marido fue una buena elección.
Querida Amaltea:
ResponderEliminarDime por dónde trasnsita esa Juliette, para evitarla; y más ahora que "se ha liberado".
¡Al final seremos demasiados los locos sueltos!
¡Vive Dios!.
Un beso.
No la evites, únete a ella, es más divertido.
ResponderEliminarjoer, menuda chalada
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