Foto,The abduction of sita, 1918. NYPL. |
-¿Qué número salió ayer?
-Acabado en veinticinco.
-El mío acaba en diecisiete, es un número
guapo, le tengo fe y el desgraciao va
y me falla. Maldita sea.
Julito tiró con furia el cupón del sorteo que cayó
justo sobre una vomitona reseca en la acera. Se había gastado todas las
ganancias porque confiaba en que saldría su número. Durante toda la noche lo había
velado, arrullado junto a su corazón, en el rincón del suelo, donde antes hubo
un despacho del que aún quedaba un desvencijado archivador que había salvado
dos ruedas. Dentro de su saco, lo más preciado que tenía, pasó la noche
inquieto y desvelado, planeaba el destino de las futuras ganancias con las que
iba a decir adiós a la ciudad. Entre sueños hacía planes para irse a vivir a Matalascañas y empezar de nuevo. Un chiringuito de
alquiler en la playa, donde dormiría de noche y vendería de día bebidas fresquitas;
al acabar el verano era seguro que tendría las ganancias dobladas y podría
alquilar un apartamento pequeño por buen precio para
dedicarse a las ventas de chucherías cerca de alguna escuela. Una vida
digna. Y pagaría un dentista para que le hiciera el postizo de los tres dientes
que había perdido y que le hundía el labio.
-¡Estrellao, he nació estrellao!
-¡Estrellao, he nació estrellao!
Julito dio puntapiés a las papeleras y a las paredes a lo
largo de la calle santa Ana. Sintió odio contra toda esa gente que pasaba por
su lado. ¿Por qué yo no? se preguntaba a grito pelado. La
gente se apartaba a su paso. Bajó por La Rambla hasta llegar a la Plaza Real y
de allí, aún con la rabia encendida en los ojos, entró en un local pequeño y
maloliente donde dos mujeres embutidas en una malla transparente y negra, buscaban
una sensualidad que les era esquiva.
-Para entrar aquí hay que pagar, chato. Hoy no se fía ni mañana tampoco, ja,ja,ja.
La bailarina de pelo rojo, Dora, era también la camarera y la mandamás del antro.
Julito tocó los dos euros que tenía en el bolsillo secreto en su calzoncillo, él mismo se lo había cosido, ahí guardaba siempre dos euros para cualquier emergencia.
-¿Cuánto vale una caña?
Julito tocó los dos euros que tenía en el bolsillo secreto en su calzoncillo, él mismo se lo había cosido, ahí guardaba siempre dos euros para cualquier emergencia.
-¿Cuánto vale una caña?
-Para ti, uno cincuenta.
-Venga esa caña.
-En este establecimiento se paga por
adelantado.
La moneda de dos euros rodó hasta el
taburete donde se contoneaba la morena.
Julito se sentó en la única silla con respaldo que había en el local. Un cliente de pelo largo, ensortijado y gris cerró la puerta de un portazo. Casi a oscuras, Julito sorbió la cerveza, las mujeres bailaban la canción No dudaría, cantada por Antonio Flores. Tarareó por lo bajo la letra, con los ojos cerrados y poco a poco la ira se transformó en tristeza.
Julito se sentó en la única silla con respaldo que había en el local. Un cliente de pelo largo, ensortijado y gris cerró la puerta de un portazo. Casi a oscuras, Julito sorbió la cerveza, las mujeres bailaban la canción No dudaría, cantada por Antonio Flores. Tarareó por lo bajo la letra, con los ojos cerrados y poco a poco la ira se transformó en tristeza.
Si pudiera sembrar los campos que
arrasé ... si pudiera olvidar aquel llanto que oí.
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