En alguna ocasión he hablado de mi amiga Casilda. De
sus tropiezos y mala suerte amorosa. Sus
idas y venidas con hombres de todo pelaje no han mermado en nada su confianza
en el Amor, con mayúscula. Desde luego, le digo mil veces que, en lo referente
a los hombres, todo lo hace mal y así le
va. Admiro de Casilda su voluntariosa ilusión, a pesar de las
decepciones incontables. Cree que ese hombre ideal con el que sueña, en su
imaginación un tipo adorable en todos los aspectos, la está esperando en algún lugar a la vuelta
de la esquina. ¡Por Dios, qué inocente
eres! Le digo. Somos amigas desde la infancia y podemos enfadarnos y
reconciliarnos sin que esos pequeños desencuentros tuerzan nuestra amistad.
El día siguiente de Reyes fuimos juntas a un
funeral. Se nos ha muerto un amigo y allí estuvimos las dos, con nuestros
abrigos negros que solo nos ponemos en
los funerales de invierno. No lloramos porque nuestro difunto amigo murió en la
cama, en los brazos de su nueva novia. Una
muerta fantástica, ¡quién la tuviera!
Decía Casilda. Hacía solo pocos meses que los ahora difuntos se habían conocido y fue para ambos el amor
definitivo. Murieron en un abrazo pacífico, la culpa, o la dicha según se mire,
la tuvo una estufa de gas. Envidiable final para los románticos. En el
funeral, Casilda me susurró al oído: ¿Has
visto a ese bajito que está en la segunda fila? ¿El de la melena gris? Sí, ese
mismo. ¿Qué le pasa? Pues que nos hemos cruzado una mirada cuando el coro cantaba la canción de Serrat. Hoy puede ser un gran día era la favorita de
nuestro amigo. Y también es una de mis preferidas. ¡Esto no puede ser otra cosa
que una señal del destino!
Salimos de la capilla y el hombre de la melena gris
se acercó a nosotras. Nos besó y exclamó con una alegría impropia en un
tanatorio: ¡pero qué puñeteras sois! ¿me recordáis? Por más que me esforzaba, mi memoria no daba con el personaje, sonreí sin decir ni una palabra. No como
Casilda, que por no desaprovechar la oportunidad de quedar bien con el destino, le dijo:
-¡Claro que me acuerdo, qué tiempos aquellos!
-¡Cada día os
daba hostias! Y echó una risotada que incomodó a los deudos, pues la gente
pululaba a nuestro alrededor dando el pésame a los familiares.
Entonces lo recordé, fue
aquella carcajada extemporánea la que rescató de la memoria remota la
identidad de aquel bajito barrigón, con pendiente de aro plateado en la oreja
izquierda: ¡el monaguillo de nuestro colegio!
Sin hacerme ni caso, se abrazaron con fuerza y se
besaron cerca de los labios. El ex monaguillo le dijo a Casilda.
-Nunca te he olvidado
-Y yo tampoco- Contestó ella.
Creo que las declaraciones de los dos eran mentira,
pero qué importa. Se notaba que querían liarse cuanto antes. Les dejé solos enseguida,
paré un taxi y me fui a casa. Casilda no me llamó hasta el mediodía
siguiente. Habían pasado la noche juntos
y planeaban que él se iría a vivir con ella en pocos días, el tiempo necesario para hacer
la mudanza y empaquetar sus cosas. Le recriminé a mi amiga su precipitación, un
error que siempre la llevaba al fracaso irremediable. Pero Casilda no sigue
ningún consejo sensato, ella, que se las da de racional, tiene la emocionalidad
de un pubescente.
-Casilda, ese hombre no te conviene. Piénsalo bien antes de meterlo en tu casa. Dices que se
acaba de jubilar, y no sé de qué porque me dices que los últimos diez años los
pasó rezando por la paz del mundo en un monasterio budista. ¿Pero tú crees que
este hombre puede compartir la vida contigo? No creo que sea una buena
decisión.
-¡Qué va, te equivocas, es una excelente decisión.
El se dedicará a cocinar y arreglar la casa.
Figúrate el ahorro. Despediré a la mujer de la limpieza. Cuando llegue a
casa del trabajo, estará Óscar esperándome
con una copa de vino blanco
y sopa ramen. Se ve que el monasterio
era de budistas japoneses y domina el sushi.
-Eres abstemia y el pescado crudo te da alergia.
- Pues con un vaso de agua, qué más da, y un muslo
de pollo. Lo importante es que me estará esperando.
-Tú eres idiota, además de ser teniente coronel, y
él solo busca ahorrarse el alquiler.
-Sí, lo que tu digas, pero se ha hecho lama, es un líder espiritual como si dijéramos,
precisamente lo que yo andaba buscando.
Es el hombre ideal, me conducirá por los
derroteros del amor espiritual y carnal, que lo uno no quita lo otro
Han pasado dos meses y lo último que sé de mi amiga es que ha dejado
el ejército, Ahora vive con su lama en un pueblo de Teruel. Han adoptado ocho
cabras y practican el saludo al Sol
todas las mañanas, según me cuenta. Lo
que ella no sabe es que Óscar está en busca y captura por un delito de estafa a
mujeres incautas con el cuento del budismo. Y lo que Óscar no sabe de Casilda,
o quizás ya lo sabe a estas horas, es que
es campeona internacional de tiro al plato y, sobre todo, es una mujer que
responde a las traiciones y desplantes con la frase lapidaria de los
vengativos: ni perdón ni olvido. Les deseo lo mejor, en especial
a las cabras.